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La portentosa huella del exilio español en México

Los republicanos fueron perseguidos en la Península tras la derrota. El gobierno de nuestro país desplegó una intensa estrategia y les dio hogar

Niños judíos durante la Segunda Guerra Mundial
Niños judíos durante la Segunda Guerra Mundial Niños judíos durante la Segunda Guerra Mundial (La Crónica de Hoy)

¿Dónde tendría que empezar esta historia? ¿A bordo del buque Sinaia, en mayo de 1939? ¿En la luminosidad del puerto de Veracruz? ¿En las calles de la ciudad de México de los años cuarenta del siglo pasado? El Exilio Español es un caso de enorme fuerza simbólica en la historia de las migraciones a México: es la historia de una lucha política  y de una persecución. Es una historia de incertidumbres que poco a poco se convirtieron en nuevas maneras de vivir, acomodándose a las nuevas circunstancias, pero con la vista fija en el horizonte, en la tierra y en el sueño perdidos.  Y, no obstante, se trata de un capítulo del pasado que resulta mucho más mexicano que español.

“Así llegamos al siglo XX. En esas primeras décadas, la imagen internacional de México está mal catalogada: lo tachan de germanófilo, de caótico por su pasado inmediato. Tanto así, que nuestro país no es invitado, en 1919, a la formación de la Liga de las Naciones. Será invitado a ingresar hasta 1930. La llegada a la presidencia de Lázaro Cárdenas cambió muchas cosas”.

Una de las virtudes de Cárdenas, señala Serrano, es su profunda inteligencia. “No estudió sino hasta cuarto de primaria, y luego, a los 17 años se fue a la bola. Pero su sensibilidad y su talento lo llevaron a rodearse de las personas que lo pueden auxiliar. En materia de política internacional tiene un asesor inmejorable: Isidro Fabela, quien le dice: “México tiene que recuperar el lugar que le corresponde internacionalmente y llegar a los foros mundiales con el peso de su historia, de su tradición y de su situación actual”.

Fabela fue designado embajador ante la Liga de las Naciones. Allí, denunció los atropellos del nazifascismo internacional. Especialmente, defendió a la Segunda ­República Española, cuya caída llevaría a miles a buscar un refugio en tierra mexicana.

“Llevamos más de 400 años de una relación de amor-odio con España”, estima Fernando Serrano, “en la cual, el español avecindado en México fue, mucho tiempo, el cantinero, el panadero, el abarrotero, y se le veía como a gente poco integrada”.

“En esa coyuntura, la defensa que Fabela hace de la república española es ejemplar. Cuando Madrid cae, Lázaro Cárdenas envía un telegrama a Luis Rodríguez, embajador mexicano en Francia que contiene esta instrucción: “haga usted saber al gobierno francés que desde este momento, todos los españoles que se encuentren en Francia, están bajo la protección del pabellón mexicano”. Fabela se va a la frontera española a auxiliar a los españoles que tratan de salir de su país. Eso hace que aquella migración adquiera un sentido especial: México siempre había sido un país de asilo, digámoslo así, pasivo; dispuesto a concederlo a quien lo solicitara. En el caso de los republicanos españoles, el gobierno mexicano adoptó una actitud diferente: se les pidió que vinieran y se tendieron los caminos para que pudieran venir”.

La simpatía de México por la Segunda República Española puede calificarse de “amor a primera vista”. Hubo, desde el principio, una actitud de simpatía entre ambas naciones: nacida en febrero de 1931, el primer acto oficial de la república española ocurrió tres meses después y consistió en firmar un acuerdo con el gobierno mexicano para elevar la categoría de las legaciones al rango de embajadas. “Se da lo que parece ser una simpatía natural”, apunta Serrano Migallón. “Y comienzan los intercambios culturales, científicos, económicos, de manera muy notable hasta que se produce el golpe de Estado”. La respuesta del gobierno mexicano es contundente cuando ocurre el golpe de Estado: “Lázaro Cárdenas emite una declaración: México no puede reconocer ni reconocerá otro gobierno que el gobierno legítimo encabezado por Manuel Azaña. A partir de ahí, México desplegará su lucha por defender la causa republicana”.

Una de esas maneras de defender a la república fue abrir sus puertas y dar un hogar a aquellos que, de golpe, se habían quedado en el helado mundo del exilio.

No llegaron pensando en quedarse, en echar raíces. Su expectativa era regresar al país del que habían tenido que escapar en derrota. “Nunca pensaron que fuera a ser un exilio de 40 años”.

Serrano Migallón, que ha explorado las numerosas vetas que tejen la historia de aquellos refugiados, opina que en ese universo se despliegan varias líneas paralelas: “por un lado, está el aspecto político, de las instituciones republicanas. Por otro lado, está la presencia de los intelectuales exiliados, que, aun cuando constituyen una minoría, son muy importantes. Está la vida cotidiana del asilado: el que trabajaba de linotipista, el que era redactor en un periódico o trabajaba en un taller mecánico o el que era campesino. Todos ellos son la gran mayoría y constituyen otra faceta de un mismo exilio”.

Algunos de aquellos intelectuales eran muchachos jovencísimos. “Están en ese grupo personajes como Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Rius, Arturo Souto, Rafael Segovia, Tomás Segovia; hay pintores, como Remedios Varo o Antonio Rodríguez Luna. Es muy importante considerar el proyecto intelectual que alentó la República española: cuando toma el poder, en 1931, España es uno de los tres países más atrasados de Europa, junto con Grecia y Portugal; 58% de los españoles eran analfabetos. La labor educativa y cultural de la República fue enorme. En ese panorama, los intelectuales españoles eran una minoría, apenas el 1%. En 1939, al terminar la guerra civil española, se produce el exilio;  los intelectuales que vienen a México suman el 10% de los refugiados: la proporción, no en números absolutos, sino en términos del peso cultural, académico, que aporta España a México”.

Uno de los escenarios que acogen a estos refugiados es la UNAM: solamente en la Facultad de Derecho, la plantilla de profesores creció en 20% y se trataba de profesores españoles. Otro tanto ocurrió en las Facultades de Ciencias y Filosofía y Letras. En términos globales, Serrano Migallón afirma que la planta docente de la Universidad Nacional aumentó entre 8 y 10% con los profesores que trajo el exilio y esta proporción es similar a la experimentada por el Instituto Politécnico Nacional. ¿Qué muestran estos elementos? “Son el signo de una renovación de la cultura y la ciencia mexicanas, que estaban en pleno auge posrevolucionario y que reciben una inyección que la engrandece más”.

LA DIMENSIÓN DOMÉSTICA. Algunos llegaron desde Nueva York; los más, por barco a Veracruz: son apenas una docena de barcos, que hacen varias veces el viaje: está el Sinaia que se vuelve legendario, pero están el Mexique, el Siboney, el México, el Ipanema, el Orizaba, el Flandre, el Iberia y varios más. A bordo venían familias, hombres solteros, un puñado de mujeres solteras, casi 700 menores de 15 años. Eran profesionales, empleados gubernamentales, obreros. Ellos dieron al exilio español esa dimensión doméstica.

“Ese aspecto es tan importante como el legado político e intelectual; tiene un componente de permanencia, de testimonio”, asegura Fernando Serrano. “Los mexicanos advierten que ya no se trata del panadero o del cantinero o del dueño de un hotel de paso: es una imagen distinta de los españoles. Otro factor importantísimo es que tienen una moral laica. Antes de ellos, toda la moral era religiosa; estos refugiados tienen una moral incluso más rígida que la religiosa, pero son laicos”.

Incluso, hay una lección que en 2018 tiene enorme vigencia y que tiene que ver con el valor de la democracia: “su llegada a nuestro país mostró la fragilidad de las instituciones republicanas y democráticas. México iba saliendo de la revolución; estaba en marcha el proceso electoral del que saldría triunfante Manuel Ávila Camacho, y la enseñanza que flota en el aire es que hay que cuidar y proteger a esas instituciones democráticas; son jóvenes y frágiles, y que si no se les defiende, podemos perderlas con facilidad”.

LA INEVITABLE EVOLUCIÓN. El tiempo siguió su marcha y, como era ineludible, la actitud de los refugiados españoles fue transformándose. Mirar desde lejos a la patria perdida, observar la permanencia del franquismo y la evolución política de la España de fines del siglo XX llevó a aquellos migrantes a enfrentarse a una realidad que no esperaban: creyeron que el exilio duraría poco y se equivocaron.

“Su actitud cambió: entre 1936 y 1939, tuvieron una actitud beligerante, pues estaban viviendo la Guerra Civil. De 1939 a 1945, predominó en ellos la esperanza; llegaron a México y se establecieron; creían que la victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial acarrearía la caída del gobierno fascista de España. De 1945 a 1953, cuando España entra a la Organización de las Nacionales Unidas por la puerta de atrás, gracias a una maniobra de Estados Unidos, hay un sentimiento de desilusión que se extiende hasta los años 70 del siglo pasado, cuando esa desilusión convive con el arraigo y la permanencia en México. Otra desilusión muy grande sobreviene a la muerte de Francisco Franco, porque la transición a la democracia se hizo sin contar con ellos”.

La conclusión no deja de ser dura, pero certera: los exiliados que llegaron a México perdieron a España en tres ocasiones: “la primera ocurrió en 1939;  luego en 1945 y luego en 1978; la primera por las armas, la segunda por la traición de los Aliados y la última porque fueron testigos incómodos de una transición que se hizo a sus espaldas”.

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