Opinión

Los riesgos de la analogía

Luis Octavio Vado Grajales
Luis Octavio Vado Grajales Luis Octavio Vado Grajales (La Crónica de Hoy)

Los sucesos del miércoles pasado en Washington fueron sorprendentes. Por el lugar en que ocurrieron y por el significado que les hemos atribuido; los adelantos tecnológicos nos presentaron, en tiempo real, el discurso de un líder enojado y la reacción de sus seguidores, que pudimos seguir al mismo tiempo que la sesión conjunta del Congreso americano.

Cuando se presentan hechos así en el mundo, y tome como ejemplo cualquiera que venga a su memoria (de las marchas del 68 a la Revolución de los claveles, o las protestas de la Primavera Árabe. Más aún, las recientes marchas feministas), de inmediato las imágenes tienen un sentido evocador. Esto es, conectan con algo de nuestro subconsciente y les otorgamos un nuevo significado.

Un significado que no fue querido o pensado por quienes participan en los sucesos nuevos. De otra manera, tendríamos que suponer que el hombre vestido con aparente piel de búfalo que se paseó por el salón de sesiones del Capitolio, quería que recordáramos a la logia de los “Búfalos Mojados”, de Pedro Picapiedra.

Estas imágenes actuales, que convocan a otras guardadas en la memoria, adquieren así para cada uno un sentido que está vinculado con nuestra historia personal, en la que, desde luego, hay mucho de colectiva.

El fenómeno mental que nos ocurre es inevitable. Las asociaciones vienen a nosotros sin buscarlas y casi sin darnos cuenta, relacionando un hecho con otro; mejor diré, una noción que tenemos de un hecho con la idea que tenemos de uno diverso.

De ahí pasamos inmediatamente a emparejar ambas nociones o ideas y darles un significado idéntico, encontrando con facilidad los puntos en los que coinciden.

Pero del que esto suceda de forma inmediata, no podemos suponer que sea correcto, ni de que la analogía resulte exacta o útil. Y justamente después de los hechos del Capitolio, habrás visto que diversas plumas de distintos países, se han esmerado en extraer conclusiones, casi siempre catastróficas, aplicables a sus propias naciones.

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A veces esto se ha hecho también en breves tweets o publicaciones en redes sociales. Como si el brillo de una frase ingeniosamente construida pueda sustituir a la razón.

La analogía es una forma muy común de construir argumentos, solemos incluso usarla en nuestra vida diaria: piensa cuando una persona le dice a otra “ayer cené unos tacos de pastor y me cayeron pesados. Tengo agruras”, y la segunda contesta “a mi me pasa lo mismo con los de pastor. Tómate tal jarabe y te compones”, y tendrás el ejemplo más cotidiano de un argumento analógico.

Veamos a la segunda persona del ejemplo: conoce, por experiencia personal, que los tacos al pastor le dan agruras, y también por la misma experiencia, sabe que hay una medicina que se las quita. Cuando la otra le narra un caso aparentemente igual, asume que lo que a ella le funciona, le servirá también a quien ahora tiene el malestar.

También sabes que en cualquier consulta médica, no bastaría con asumir que la causa del malestar son los tacos al pastor. Seguramente se le harían al enfermo otras preguntas para conocer más exactamente la naturaleza de sus males, y así poder realizar un diagnóstico certero y fijar un tratamiento adecuado.

Traslademos el ejemplo a los sucesos del Capitolio: quienes tenemos la oportunidad de publicar en un medio de comunicación nos presentamos como personas conocedoras de los temas que abordamos, esto es, si no como expertos/as, al menos como poseedores de un cierto conocimiento que ponemos al servicio de quienes nos leen. En ese sentido, no somos el amigo que recomienda una medicina al otro, sino el médico que debe aplicar sus conocimientos y experiencia. Quien nos lee, como quien va a consulta, espera que se le ofrezca algo distinto de lo que ya piensa o de lo que le podría decir cualquier otra persona.

Ahí es en donde intuyo un posible defecto en buena parte de los análisis rápidos que se han hecho de lo que vimos en Washington: usando de manera imprecisa palabras con varios sentidos posibles, como democracia o populismo, se han presentado análisis que establecen una analogía poco elaborada entre esos sucesos y lo que se presenta en otros países. Parece que ha ganado la necesidad de decir algo antes que el deseo de decirlo bien.

Para construir una analogía se deben tener dos casos: uno de los cuales se conoce y se ha resuelto o llegado a su fin, y el otro aún en curso; después hay que establecer las similitudes, así como las diferencias entre ellos; pasar entonces a fijar mediante razonamientos si son más relevantes las similitudes o las diferencias; en caso de que las primeras sean las que primen, entonces explicar porqué las consecuencias del primer caso se aplican al segundo.

Ese es el método a seguir para construir una buena analogía. Te pregunto, en las opiniones que has leído en las que se han presentado lo que vimos en Washington como preludio de lo que pasará en otro lugar, ¿se han ejecutado todos esos pasos?

Podrás decirme que desarrollarlos en su plenitud exige una extensión larga, lo que podría ser cierto, pero por lo general nada impide que un tema complejo se desarrolle en dos o tres columnas; salvo que se anteponga, como ya dije, la prisa a la razón.

Además, el uso de conceptos generales hasta el grado de necesitar un adjetivo para precisarlos, como sucede con la palabra democracia, exige que quien opina deje en claro qué entiende por tal cosa, pues de otra manera su texto es tan abierto que admitiría casi cualquier interpretación, restando o eliminado la importancia de lo expuesto.

Atribuir el significado posible de un hecho a otro requiere, cuando menos, conocimientos de los mismos, claridad en el pensamiento y argumentos en su explicación, para convencer por la razón y no por el impacto de una frase.

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