Oscar Misael Hernández Hernández*
Recientemente, un medio de comunicación en México afirmó que, según datos proporcionados por la Procuraduría General de Justicia en Tamaulipas, mil 554 menores de edad fueron detenidos por delitos relacionados con la delincuencia organizada en la última década. Por supuesto, la participación de los menores en tales delitos ha sido variada: desde la portación de armas de fuego de uso exclusivo del Ejército, hasta su injerencia en actividades como el llamado “halconeo” o la extracción de gasolina de tomas clandestinas.
La visibilidad de menores de edad en este tipo de delitos y más ampliamente, en grupos del crimen organizado, no es del todo nueva. En la frontera norte en Tamaulipas, se tiene documentado que ya desde fines de los años noventa grupos criminales reclutaban a menores de edad para diferentes actividades. Un caso particular son los “menores de circuito”: menores que residen en ciudades fronterizas, que cruzan la frontera México-Estados Unidos de forma irregular, que son repatriados desde este último país y enviados a Centros de Atención a Menores Fronterizos (CAMEF) como sucede con los menores migrantes no acompañados, pero que a diferencia de éstos, no cruzan la frontera por razones de reunificación familiar o de estudio, sino lo hacen porque participan en redes de tráfico de personas o en grupos criminales que trasiegan drogas.
A mediados de 2014, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), afirmó que 38 por ciento de menores migrantes mexicanos no acompañados, detenidos por la Patrulla Fronteriza, habían sido reclutados por grupos del crimen organizado como polleros o traficantes de migrantes (Alcántara y Gómez, 2014); mientras que un reporte del Custom and Border Protection (CBP) señaló que en 2015, en puertos de entrada a Texas, se arrestaron a 120 menores mexicanos cuando intentaban introducir drogas. En México, por otro lado, un comunicado de la Procuraduría General de la República (PGR), señaló que entre 2010 y 2014, fueron detenidos 158 menores acusados de ayudar a migrantes a cruzar a Estados Unidos.
Los menores de circuito son aquellos que se dedican al tráfico de migrantes, y de ahí que se les conozca como “polleritos” o “coyotitos”; o a los que cruzan droga en pequeña escala se les conoce como “mochileros” o “muleritos”. Los hallazgos de dos investigaciones realizadas en los CAMEF de Tamaulipas, en 2015 y 2017, confirman este fenómeno en la región. La primera consistió en una encuesta para captar la violación de derechos humanos de menores migrantes mexicanos repatriados de Estados Unidos, entre ellos. menores de circuito; la segunda consistió en entrevistas para captar los procedimientos de detención y repatriación de los menores migrantes mexicanos, por parte de la Patrulla Fronteriza en Texas.
Durante el trabajo de campo, los coordinadores de los CAMEF nos alertaron de este fenómeno, sugiriéndonos no hablar con los menores de circuito debido a los riesgos que ello implicaba, tanto para los investigadores como para el personal de los Centros. Derivado de ello, nuestra estrategia consistió en encuestar o entrevistar a todos aquellos menores migrantes repatriados, garantizando su anonimato, que aceptaran voluntariamente y no abordando el tema del crimen organizado.
Así fue posible identificar parte de las experiencias y trayectorias de estos menores. En ambos estudios captamos que: entre el 10 y 20 por ciento de los menores mexicanos que son repatriados, son menores de circuito. Son, en general, varones entre los 14 y 17 años que fueron “invitados” por familiares o amigos a desempeñarse como “polleritos”, como “muleritos” o en ambas actividades. Muchos de estos familiares o amigos, en alguna u otra escala, también trabajaban para facciones de grupos criminales.
Lo que mencionaban los entrevistados era que por cada migrante que pasaban les pagaban 70 dólares y a veces más si se trataba de trabajos especiales, es decir, de mayor riesgo, como cruzar a una persona adulta con dificultad para caminar, mujeres embarazadas, cruzarlos por zonas de más riesgo, etc. Mientras que a los que admitieron cruzar mochilas con drogas les pagaban 400 dólares, aunque un informante comentó que el pago ha disminuido por la alta oferta de menores que quieren hacer esta actividad.
El atractivo para los menores no sólo son los beneficios económicos, sino también los simbólicos: el sentirse parte de algún grupo criminal, tener supuestos vínculos con determinado estatus en, son parte de los elementos que conforman una identidad cultural paralegal.
Los grupos del crimen organizado son conscientes de esto y lo aprovechan para seguir captando menores, que además, a diferencia de los adultos, no implican tanto riesgo en términos jurídicos y legales, pues de llegar a ser encontrados y detenidos por agentes de la Patrulla Fronteriza, solamente son repatriados o si son detenidos por la policía o el ejército mexicano su proceso es distinto al de los adultos.
Sin embargo, para los menores de circuito no todo son beneficios materiales o simbólicos, pues en el tráfico de personas o de drogas, como en cualquier negocio o trabajo ilegal, hay riesgos y sanciones. Si bien son enganchados porque son menores de edad, residen en ciudades fronterizas, tienen experiencia migratoria y, en suma, conocen el terreno en ambos lados de la frontera, el riesgo de ser detenidos por alguna autoridad o de perder la mercancía (sean migrantes o drogas) está siempre latente, lo cual significa que habrá sanciones que van desde reprimendas, descuento de ganancias, hasta recibir golpes. A pesar de lo anterior, para los menores de circuito vale la pena desempeñarse en actividades como las señaladas.
Para los coordinadores de los CAMEF, se trata de una cultura que han aprendido no sólo en esta región fronteriza caracterizada por una tradición de ilegalidad, sino también por una cultura familiar carente de valores y que, además, en muchos casos forma parte de la economía subterránea en la región, pues en su opinión, las familias de los menores saben de sus actividades e incluso viven de sus ganancias.
Desafortunadamente, en México no existen programas oficiales orientados a la población de menores de circuito. En Texas, durante 2014 y 2015, la Patrulla Fronteriza implementó un programa que consistió en detenerlos varias semanas con el objetivo de desvincularlos y fomentar actividades culturales o recreativas para los menores; sin embargo no tuvo éxito. En México, aunque incipientes, se tienen bases académicas y técnicas para empezar a diseñar políticas y programas y de intervención para esta población, la cual, de no atenderse, incrementará los casos de violación de derechos de la infancia y el problema de la seguridad pública en las fronteras delpaís.
*Investigador del Departamento de Estudios Sociales
El Colef sede Matamoros
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