
El suelo, blanco en su totalidad, recibe a Ignacio Padilla, el originario de Cuquio, Jalisco, y a dos migrantes más del programa Trabajadores Agrícolas Temporales México-Canadá. Están de vuelta en la granja de arándanos canadiense para trabajar durante seis meses, como en años pasados, esas tierras septentrionales. En ese medio año, Crónica dará seguimiento a lo que pase con éstos y otros paisanos que se lanzan a reunir dólares canadienses para la familia.
La primera remesa 2018 fue enviada ya, un poco más de la mitad de los dólares recaudados se transfieren a México y lo que queda es para solventar la vida en Canadá.
Ignacio vive así, entre esos dos mundos. De Cuquio se ha llevado a Canadá las fotos que dejan ver al Cristo de Teponahuasco. La imagen va en peregrinación cada año de un pueblo al otro. “Le tengo mucha fe”, comenta y otra fotografía lo confirma: es de uno de sus hijos que aparece, vestido con los colores del Atlas, en la iglesia del Cristo que es el eje de la vida religiosa.
En Canadá, en tanto, el centro de la vida es el trabajo: “El patrón nos recibió contento de tenernos para otra temporada”, relata Ignacio. Se toma unos minutos a mitad de la faena para contar las primeras vivencias. “La capa de nieve cubría todo el sembradío de arándanos cuando llegamos; se veía muy bonito”, dice; pero lo hermoso de la vista –él lo sabe– también implica que el hielo y las bajas temperaturas no permitirán a los migrantes trabajar a todo vapor; se reduce considerablemente la producción y también los dólares recolectados en los primeros días.
“En esta primera, por el temporal, sólo obtuve 360 dólares. Mande 200 a mi casa, lo demás para el lonche, a la semana gasto como 80 dólares”, explica Ignacio.
Las plantas de arándano rojo son enredaderas que prefieren suelos húmedos, “el patrón asegura que viven cien años y que con la nevada no se mueren”. El papel de Ignacio será quitar la maleza que nace en el campo. Ignacio obtiene 12 dólares canadienses por hora en esta labor.
La producción debe ser orgánica, no se deben utilizar químicos en el proceso.
En Cuquio su familia espera pacientemente a que pasen los seis meses de esta temporada. En tanto, comenzó a llegar el dinero para cubrir necesidades básicas y, más importante, para cubrir el gasto prioritario: la rehabilitación de otro de sus hijos para superar una discapacidad.
Ignacio ya realizó los primeros telefonazos a casa de esta temporada. En la era del internet y del whatsapp (que Ignacio sabe usar con soltura), las voces en el teléfono siguen siendo necesarias para vencer la distancia.
“Mis pequeños se ponen tristes porque no estoy, pero sigo pensando que esto es por ellos y para que ellos estén bien, les hablo casi todos los días… yo también los extraño”, dice Padilla.
Su turno del día ha acabado. Esta temporada apenas empieza...
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