El retrónimo es un neologismo que todavía no encuentra lugar en los diccionarios.
Un neologismo es una palabra que se acuña para las cosas nuevas, para las que no tenían nombre, pues no existían. Desde esa perspectiva, toda palabra fue en su momento un neologismo, aunque nadie supiera que lo era.
Es, también, término que adapta palabras extranjeras para las que no tenemos equivalente, muchas veces relacionadas con los avances tecnológicos.
Puede ser, igualmente, mancha que contamina nuestro idioma por asimilar palabras para ideas que nuestra lengua ya expresa, pero que se imponen por el camino fácil que marca la pereza.
El vicio de los neologismos induce a los académicos a darles carta de naturalización, algunas de las veces con premura, con el resultado de que esos neologismos pasan rápidamente a la categoría de arcaísmos o caen en desuso, como pasó con “perforista”, que de flamante profesión sesentera pasó al cementerio de los elefantes.
“Retrónimo” es un neologismo al que le encuentro gran utilidad. Haré otra digresión para irnos aproximando a la idea.
“Retrocipo” era una palabra de uso local entre algunos trabajadores de Gobierno de las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado. Lo inventamos como una figura necesaria para tratar de ajustar la realidad al lenguaje. Era una práctica muy socorrida para salvar las economías familiares de los empleados.
Ocurría que los usos de la época estaban afectados por el tortuguismo (y se sospechaba del jineteo) financiero. Pasaban meses y meses, y nadie cobraba.
En mi caso, me contrataron para hacer labores de divulgación científica en la Secretaría de Educación Pública. El problema era que la Secretaría de Hacienda no transfería a la SEP los fondos para retribuir a los trabajadores. Transcurrían los meses, y el dinero urgía en casa.
Pedíamos entonces un adelanto del pago, un “anticipo” de nuestro sueldo.… Pero el director nos decía, ¿cómo pueden pedir anticipo de algo que ya está devengado?
Entonces acuñó el término “retrocipo” que describía lo que era un pago anticipado sobre una cantidad que ya debería de estar cubierta, pero que había que reintegrar cuando se saldaran las cuentas…
Puras maromas contables y administrativas para subsanar una falla burocrática. Ahora, en la era de la transparencia, esas triquiñuelas no pasarían, ¿verdad?, pero les juro que entonces eran necesarias para no dejar a las familias sin comer.
Bien, volvamos al retrónimo. Es una palabra que define un fenómeno lingüístico que podríamos relacionar con un fenómeno físico muy complejo. Es la idea de que un hecho del presente afecta al pasado. (Imagino a un grupo de esos desmitificadores de la historia, tan abundantes hoy en día, felices de poder cambiar los hechos para que correspondan a sus dichos).
Físicos y matemáticos han profundizado en el tema. Parece ciencia ficción, pero es ciencia.
Por lo que toca a nuestro interés, que es el manejo de las palabras, tenemos que el retrónimo modifica a una palabra que ya existía, pero a la que el avance científico-tecnológico, la evolución de los conocimientos o los cambios sociales hacen necesario añadir un adjetivo. Verbigracia, la “física clásica”. Era simplemente “física”, pero con la aparición de la relatividad y la cuántica hubo que poner un elemento diferenciador.
Un ejemplo más cercano es “periódico impreso”. Durante siglos no había necesidad del adjetivo. De hecho, se habría considerado una redundancia. Pero llegó la era digital y, con ella, la aparición de otros soportes que modificaron la tradicional denominación de las publicaciones.
Sobre los teléfonos, ¿qué les digo? La palabra era así, “teléfono” a secas. Ahora hay que aclarar que es fijo para distinguirlo del celular, el móvil, el satelital y hasta el clonado.
En la nomenclatura urbana pasó con la colonia Roma. Era su nombre tal cual. Cuando se inició el fraccionamiento del área colindante, se le llamó Roma Sur, pero eso no afectó a la denominación tradicional, hasta que quién sabe quién decidió que si había una “Sur” tenía por fuerza que haber una “Norte”, como Vietnam o Corea. Y ya es oficial, la añeja colonia pasó a ser Roma Norte.
“Guitarra acústica” es otro caso provocado por la tecnología. La aparición de la guitarra eléctrica forzó la adjetivación del instrumento tradicional (y la fábrica de la Gibson, en la quiebra). Pianos, violines, baterías, etcétera, también deben definir si son acústicos o eléctricos.
La “Primera Guerra Mundial” era sólo la “Gran Guerra”, pero con los destrozos de Adolfo Hitler hubo que diferenciar y crear el retrónimo.
“Cine mudo” no era la forma en que los hombres del siglo XIX y de la primera parte del XX se referían al invento de los hermanos Lumière, desarrollado como espectáculo por Georges Meliès. Pero los personajes de la pantalla comenzaron a hablar y a cantar —momento muy bien narrado por cintas como Cantando bajo la Lluvia o El artista— y hubo que reacomodar los términos.
Relojes analógicos y digitales, caja de velocidades manual o automática. Leche entera o descremada o deslactosada; light o de soya o de almendra… Viejos y nuevos pesos, el Peñón viejo, la colonia Centro.
Retrónimo está calcado del inglés retronym, vocablo inventado por Frank Mankiewicz, periodista de EU.
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Mangel dejó un comentario. A él le pareció necesario aclarar por qué dije que nombres como Kevin, Brayan. Brandon empiezan con “E”. Explica que es porque siempre se usan con el artículo “El”: “El Kevin”, “El Brandon”, “El Brayan” Con la misma lógica, los nombres de niña empiezan con “L”.
Bertha Hernández refiere que a ella le da la impresión de que la proliferación de Páveles se debe, más que a la obra de Gorki, al esposo de Lara, de la película Doctor Zhivago (dadas las dimensiones de la novela de Boris Pasterak, las probabilidades de que la fuente sea la película son mayores).
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Otra fe de erratas. Titivillus no nos deja. El nombre del hijo de doña Naborita no era Rodolfo, era Gordolfo Gelatino.
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