Cultura

Rimbaud: la otra estación del infierno

La imagen de Rimbaud: la imagen de un caminante; lo asocio con otros caminadores: Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Casanova, Rousseau, Isabelle Eberhardt. Rimbaud es, en cierta forma, un San Juan de la Cruz y, como la de los carmelitas descalzos, su rebelión se inicia en los pies. Los puentes

El caminante sobre el mar de nubes
El caminante sobre el mar de nubes El caminante sobre el mar de nubes (La Crónica de Hoy)

El caminador

La imagen de Rimbaud: la imagen de un caminante; lo asocio con otros caminadores: Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Casanova, Rousseau, Isabelle Eberhardt. Rimbaud es, en cierta forma, un San Juan de la Cruz y, como la de los carmelitas descalzos, su rebelión se inicia en los pies.

Los puentes

El 17 de noviembre de 1878, a punto de quemar sus naves y embarcarse en una rumbo a Egipto, Rimbaud escribe una carta a su familia: en ella cuenta sus peripecias para cruzar, en pleno invierno, las montañas suizas y el San Gotardo, viaje emprendido primero en diligencia y luego a pie. Es una carta-puente. Reseña una de sus ocupaciones favoritas, la de caminar, a la que ha dedicado una buena parte de sus años. Pero esa caminata ya no es –en apariencia–un vagabundeo, forma deambulatoria que, junto con la práctica de la literatura, su madre abomina. Es el camino emprendido hacia la redención: la estabilidad nómada y burguesa del comerciante colonial, instalado en las posesiones francesas de África. Otro de los “bizarros diseños de los puentes”.

El corte

La vida de Rimbaud está marcada por un corte que la divide en mitades irreconciliables. El rebelde precoz; el gran revolucionario de la poesía francesa, el subversivo que insulta, asombra, arremete; el protagonista de un amor “escandaloso” y mítico con Verlaine; el que desprecia las instituciones burguesas. Del otro lado, el mezquino empleado de oscuras compañías coloniales, el rapaz y por tanto banal traficante de armas, el pequeño burgués que sólo aspira a amasar una pequeña fortuna y a tener una familia. El corte se instala en un incidente gramatical: el ser radical del poeta, su “Je est un autre”, se transforma y produce un ser extraño definido así por Mallarmé: “quelqu’un qui a vaitété lui mais nel’ était plus d’aucunefaçon”.

Un hilván

¿De verdad se puede cambiar tan radicalmente? Quizá para la poesía. El corte, excepto al final, la amputación, nunca es total, sólo cambia de signo, aunque ese signo se haya desprovisto de sentido. ¿Otra de las formas del grado cero dela escritura? Las frecuentes deambulaciones de Rimbaud –con los consiguientes cambios de domicilio– van siempre acompañadas de peticiones hechas por carta para que le envíen libros, primero, durante el periodo heroico, de poesía, luego, ya en el exilio, diccionarios, gramáticas, traducciones francesas del Corán, teodolitos, manuales prácticos de ciencia aplicada y geografía. Los libros hilvanan, intentan disimular, reparar el corte: son, en forma degradada, la antigua y persistente actividad: escribir versos en latín, leer revistas de poesía, comprar libros de autores parnasianos, aprender inglés como un gentleman; ahora, y, para no quemar las naves totalmente, para ejercitar su mente privilegiada que se abate en la “imbecilidad” de la profesión escogida, aprende todos los dialectos árabes y, provisto de gramáticas, recorre como científico los “espantosos, desolados, malditos” espacios del continente de elección.

Su recompensa: aparecer en efigie en los álbumes de la Sociedad de Geografía junto con todos aquellos “que se han hecho un nombre en las ciencias geográficas y en los viajes”.

Firma, sensible paradoja, el archivista bibliotecario,James Jackson.

El nomadismo

Deambular, ir de un lado a otro, mantener una “existencia desolada, sufriendo estos climas absurdos en condiciones insensatas”, sólo para amasar una pequeña suma de rupias intraducible a francos que, como beduino, lleva siempre consigo: ese continente infrahumano, explotado por los distintos imperialismos (de los cuales y sin lugar a dudas, privilegia al inglés), carece de sistemas adecuados para elevar su capital y lograr que le produzca las rentas anheladas para regresar a Francia, “fundar una familia y tener un hijo varón” al que educará como ingeniero, profesión ideal del siglo del progreso.

¿Paraísos artificiales?

Hay varios paraísos artificiales “practicados” por Rimbaud. El emprendido con Verlaine, el ajenjo, la bebida; en África el Edén del Harrar y la Abisinia, radicalmente distinto a su otro enclave en el Mar Rojo, Adén. Este es quemante como el infierno, embrutecedor, miserable; aquél, “de hermoso clima, barato, buena alimentación y aire delicioso”.

En él vive “maritalmente” (como de manera apresurada y caritativa califican este dato algunos de sus devotos) con una abisinia. Allí, además, contrae la sífilis (carta de Rimbaud a su familia del 15 de febrero, 1881), enfermedad inquietante si se toman en cuenta sus consecuencias probables, pero que tranquiliza a algunos de sus críticos por el despliegue evidente de una actividad sexual con prostitutas, verbalizada por Verlaine en una de sus cartas: “Oùira mon argent? À des filles, à des cabaretiers!

¿Café con leche?

De Adén a Harrar, Rimbaud comercia: cubre a caballo la distancia en veinticinco días, a través del desierto somalí; las mercancías se transportan a lomo de camello. Trafica legalmente con pieles, gomas, resinas, pero sobre todo con café y marfil; de repente envía algunos kilos de café a Francia ¿para el desayuno familiar? Aprende como buen colegial las minucias de la cacería de elefantes para conseguir el marfil. En una carta al Señor Devisme de París, pide informes sobre armas especiales para la caza de elefantes, su precio, la composición de las municiones, “explosivas o envenenadas”. Encarga dos armas (¿con municiones explosivas y envenenadas?); si cumplen con su cometido, encargará una docena. Sin comentarios ecológicos...

Estudio de mercancía

Rimbaud es insaciable. Su sed de conocimientos es variada e inagotable, como debe ser. La pone al servicio del libre comercio con los indígenas: telas de algodón: “tejido macizo y grosero, rayado longitudinalmente de rojo o azul, de cinco centímetros de ancho, separados entre sí cada veinte centímetros”... pompones de lana roja, túnicas de algodón para las mujeres, descritas según el sistema de la moda del lugar; lógicamente, junto a las telas vienen las pieles: las de los tigres, leopardos y leones; encarga a París trampas de acero para lobos que atraparán quizá a los leopardos.

Los rescates

Rimbaud participa plenamente del sistema colonial. Como Colón antes que él, usa las baratijas habituales: en lugar de cuentas, telas de algodón; en lugar de cascabeles, municiones: regalos, léase cohecho, a los jefes importantes. En cambio recibirá perlas pequeñas, también de las gruesas y blancas, plumas de avestruz...

La estructura del servicio

Allá por 1537, el náufrago Alvar Núñez Cabeza de Vaca se preocupaba por almacenar en su memoria una información fidedigna, con el objeto de escribir una relación que les fuera de utilidad a los futuros conquistadores de la Florida. A principios del siglo XX, Isabelle Eberhardt, enamorada del mundo místico del Islam, recorría a caballo, travestida de árabe, los desiertos de Argelia, mientras colaboraba con los servicios de inteligencia franceses de la región. Rimbaud se hace indispensable a sus empleadores enviando informes minuciosos de la geografía, las riquezas y las costumbres de los habitantes de Ogadin.

El imperialismo imperfecto

Sólo falta el tráfico de armas. Se asocia con otro francés llamado Labatut, hace venir varios miles de fusiles desde Europa y emprende una peligrosa expedición para venderle los fusiles al Rey de Choa, Menelik. Después de graves peripecias  –la muerte de su socio, entre otras–, entrega las armas. El rey se niega a pagar la suma convenida: apenas quizá lo que ha desembolsado. El saldo es la exploración de regiones desconocidas y el aporte de datos científicos importantes. Reducido por las circunstancias se ve obligado a reanudar su actividad como agente exportador de café, pieles, etc., a cuenta de una compañía. Vuelve a intentar una participación en el activo tráfico de armas en la costa, pero fracasa de nuevo: lo detiene un edicto que han emitido las autoridades francesas ante presiones del gobierno inglés, temeroso de la penetración francesa en Abisinia.

La última mutilación

Su larga estadía en África termina en 1891. Extenuado por varias enfermedades como las fiebres intermitentes, la artritis, trastornos estomacales, la sífilis y, por fin, un tumor canceroso en la rodilla, se repatria. El 9 de mayo sufre en Marsella la amputación de la pierna derecha. El 20 de julio, en una de sus últimas cartas, le explica a su hermana: “Dentro de dos o tres días, saldré del hospital y trataré de arrastrarme hasta ustedes como pueda; sin mi pierna de palo no puedo caminar y con las muletas apenas si logro dar algunos pasos...”

Muere el 10 de noviembre de 1891.

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