Opinión

Señales cruzadas; atole con el dedo

El escritor peruano Alfredo Bryce Echenique
El escritor peruano Alfredo Bryce Echenique El escritor peruano Alfredo Bryce Echenique (La Crónica de Hoy)

Hace muchos años, con idéntica ampulosidad a la utilizada en estos días cuando se quiere consagrar la “democracia participativa”, se usaba el concepto, “democracia dirigida”.

Significan lo mismo: convocar (y manipular) a la masa para justificar decisiones ya tomadas anteriormente y “lavar” las imposiciones o los planes de gobierno, los cuales no necesitarían tal simulación, por lo general mediante consultas al pueblo (pobre pueblo).

Es una forma linda de jugar con el respaldo, de inducirlo, de buscarlo mediante las dádivas y los repartos caritativos, sin darle oportunidad a la verdadera reflexión, la cual —dicen— sí se da cuando se emite el sufragio en condiciones de legalidad, certeza, imparcialidad y todo lo demás.

Esa gratitud actuante y la permanente movilización callejera, son las armas, al parecer invencibles, de la IV-T, a la cual muchos le han cambiado el género y le llaman “el cuatrote”.

Un ejemplo de esta forma de gobernar fue la consulta para decidir el destino del aeropuerto de Texcoco y lograr una especie de “autorización” popular para poner bajo tierra cientos de miles de millones de dólares, gastar en lo innecesario y crear un insostenible sistema aeroportuario en los Valles de México, Lerma y las planicies de Tecamac y Zumpango México, a todas luces (o al menos con la luz de la aeronáutica moderna), insostenible e inviable.

Pero si en las obras de infraestructura se recurre a este remedo de participación, en el cual no hay rigor, ni método cierto, ni oportunidad (ya no digamos necesidad), los seguidores del ejemplo presidencial recurren a él para cualquier cosa. El caso más reciente ha sido el atraco de Jaime Bonilla, quien se ha birlado tres años.

Su ejemplo rapaz ha superado a Rififí o a Fantomas, ladrones de altísimas condiciones para hacerse de lo ajeno. Pues Bonilla, con unos cuantos dólares dispersados entre la canallada legislativa de Baja California, convirtió a un Congreso local en autoridad electoral y se embolsó tres años más de gobierno, lo cual significa otro tanto de jineteo de los dineros presupuestales y todas las demás condiciones derivadas del ejercicio del poder y los negocios, porque conocidas sus condiciones anteriores, resulta muy difícil imaginarse un cambio absoluto.

Bonilla es y sigue pensando como un negociante, cuyo peso le hace imposible pasar por el ojo de una aguja. Primero, el camello.

Pero la farsa se ha consumado. O una parte de la farsa. La otra es la supuesta condena desde el Centro. Si desde un principio no hubiera habido consenso, esta maniobra jamás habría crecido hasta el punto de la burla consultiva como pretexto justificante del atraco.

Excepto si alguien se chupa el dedo, con atole o sencillo.

La secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, con la pretérita autoridad de su ministerial condición en la Corte Suprema, ha emitido un juicio jurídico, sobre este atropello de Bonilla y sus empleados en el Legislativo, tal son su ciencia y experiencia.

Contra él se han opuesto diputados, senadores y pensadores (¿?) de su propia corriente política (iba a decir ideológica, pero es mucho decir), y hasta el Señor Presidente de la República, quien impuso al gobernador en la posición desde la cual fue sencillo ganar las elecciones por dos años, se ha mostrado disconforme frente a esta maniobra cuya innoble naturaleza es suficiente —vaya paradoja—, para conquistar a los californianos.

Las cosas, nos dicen a cada mañana, excepto ayer, porque sobre este tema no hubo preguntas ni mucho menos respuestas, ya cambiaron. Ya no es como antes, se escucha desde la montaña de la mañana.

Y es verdad no son como antes, ahora se descuidan las formas elementales y se juega con las instituciones.

Por eso Lorenzo Córdova, el consejero presidente del Instituto Nacional Electoral mira este fenómeno con desconfianza y halla en él graves riesgos presentes y futuros (quizá los peores estén por venir) porque se ha ido en contra de la “democracia constitucional”.

El último recurso para devolver a su cauce las aguas de la normalidad y devolverle al pueblo el tiempo robado (parece una “pruostiana” invocación), quedará en manos de la Corte.

— Pero la Corte no pasa por sus mejores momentos —le digo a Córdova.

Y él me responde:

— Yo confío en la Corte.

Pues será él. Por como hemos visto los acontecimientos recientes, creo más en Blanca Nieves y los Siete Enanos.

Bueno, dejémoslo en los puros enanos.

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