Opinión

Sociedad de culpables

Christopher Pastrana, el escritor que ha revolucionado la literatura fantástica
Christopher Pastrana, el escritor que ha revolucionado la literatura fantástica Christopher Pastrana, el escritor que ha revolucionado la literatura fantástica (La Crónica de Hoy)

Nadie sabe lo que hace mientras actúa correctamente,

pero de lo que está mal uno siempre es consciente.”

Goethe

Se condena a X por ser culpable de…; Y se declara culpable de…; “Z fue encontrada culpable de…”; “Juez declaró culpable a…”; así son algunos de los tradicionales encabezados de las noticias diarias, siempre existe algún presunto o confirmado culpable. Pero ¿de qué se trata eso de la culpabilidad?

En la ciencia jurídico-penal, para determinar la comisión de un delito primero debe acreditarse la existencia de una conducta típica, es decir, una de las previstas en un Código Penal y que ésta, a su vez, sea antijurídica, o sea, que contravenga el Derecho. Después, habrá de realizarse un estudio personal, individualizado, del autor o partícipe para definir si le es o no reprochable su comportamiento, es decir, si para el Estado es censurable o reprobable lo que hizo y, seguidamente, someterlo a las consecuencias jurídicas que el caso correspondan.

El problema verdadero es que el Derecho no es, ni de lejos, la solución a ninguno de los problemas que aquejan a las sociedades actuales. No puede serlo porque los destinatarios de la norma, están altamente esperanzados en que sea esa prescripción abstracta la que modifique realidades concretas y aunque muchas veces este resultado se alcanza, lo cierto es que el problema, la injusticia, la violación ya se cometieron y lamentablemente podemos asegurar que seguirán ocurriendo, quizás con otros actores y otras víctimas, en circunstancias diversas, pero quedarán incólumes causas comunes que los propiciaron,

Mientras nos apresuramos a señalar al otro, a condenar su actuación, a criticar su comportamiento, con velocidad estelar olvidamos que probablemente nos hemos encontrado en esas mismas condiciones, que seguramente hemos cometido esa misma falta y si no nosotros, algún conocido o familiar para quien no lanzaríamos tan agudas sentencias.

Nos afanamos en consagrar la individualidad, en fundar nuestro bienestar en la fragilidad de la estabilidad económica y no en la construcción y mantenimiento de relaciones personales sólidas, emergiendo y consolidando lo que Z. Bauman denomina la sociedad líquida y, a partir de ahí, creo, rupturas fraternales que aceleran un estado semi inconsciente de irresponsabilidad personal y social.

Responsabilidad y culpabilidad pueden parecer sinónimos y aunque no lo son, corren por vías paralelas y muy cercanas. La culpabilidad es la consecuencia de un comportamiento irresponsable. La responsabilidad, por el contrario, es un valor personal, a veces escaso que, a partir de la consciencia de nuestros desaciertos, nos permite enfrentar con integridad las consecuencias.

Percibo una atmósfera plagada de culpables y ningún responsable, que no se debe a ninguna falencia del Derecho sino a debilidades personales que transmitimos de generación en generación. El dedo índice refulgente que acusa y la plaza pública sedienta de castigo a los culpables no hacen más que perpetuar este ciclo vicioso.

Cómo encontrar culpables de delitos, pobreza, enfermedades, desgobierno, catástrofes sin asumir la responsabilidad que de todo ello nos toca. Pasar un semáforo en rojo, insultar o agredir a alguien en la calle, no usar cubrebocas, votar o no votar, poblar el antiguo canal de un río, incluso la indiferencia por el dolor ajeno, son comportamientos irresponsables, con consecuencias palpables, de las que ciertamente encontraremos culpables sin asumir un céntimo de responsabilidad.

Hace un par de días decía Savater que “no debemos caer en el error de confundir la libertad con la omnipotencia. El ser humano es libre para decidir, pero no puede hacer lo que quiera, nuestra libertad no viene acompañada de la facultad de conseguir que todo lo que deseamos se cumpla.” Esa libertad no alcanza para actuar creyendo que lo que hacemos y lo que dejamos de hacer es intrascendente en el mundo. Quizás no sea tan evidente, inmediato ni concreto, pero si el leve aleteo de las mariposas es perceptible al otro lado del mundo ¿por qué no habría de ser de proporciones sísmicas nuestro andar?

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