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Una esforzada migración: el reto de abrirse paso y prosperar en la península

Familia mexicana en los años 40
Familia mexicana en los años 40 Familia mexicana en los años 40 (La Crónica de Hoy)

Se llamaba Santiago Sauma, o al menos esa fue la versión mexicanizada de su nombre libanés. Él fue el primero de los suyos en llegar a la península de Yucatán hacia 1879. “Después vinieron más. Como siempre, cuando empiezan a recibir cartas donde les dicen que aquí se puede vivir, que vengan. Así empezamos los libaneses en esta región”, explica Teté Cuevas, antropóloga. Hoy día, a la par de sus investigaciones, mantiene la tradición familiar y conserva su tienda en Mérida. “Eso somos, descendemos de los fenicios y esa es parte de nuestra herencia”, agrega Cuevas, cuyo apellido originario, el de sus primeros parientes pioneros, fue Wehebe. “Hoy por hoy, la comunidad libanesa yucateca es la fuente más importante de la actividad económica regional, y tiene presencia en la vida política”. Tiene razón. Los tres candidatos más fuertes a ocupar la gubernatura de Yucatán, o forman parte de la comunidad, o están emparentados con ella.

Ella sostiene que la comunidad libanesa establecida en Yucatán no ha tenido una vida sencilla, y razones no le faltan. A los esfuerzos y empeños que todos los inmigrantes hacen para ganarse el pan, para dar estabilidad a sus familias, se agregaron las inevitables tensiones derivadas del fuerte sistema estamentario que durante siglos caracterizó la estructura social de Yucatán. No son imaginerías las muchas historias que se cuentan acerca de la “casta divina”, que era dueña de tierras y se pensaba propietaria de hombres.

“Los libaneses que llegaron aquí vivieron  sumamente agradecidos con México, porque aquí encontraron refugio; algunos venían huyendo y viajaron en terribles condiciones. Algunos de ellos vivieron días de mucho sufrimiento. Por eso siempre fueron sumamente solidarios, y se ayudaron unos a otros para sobrevivir”.

¿De qué vivieron, cómo se las arreglaron? “Se dedicaron al comercio” Sin embargo las cosas no fueron sencillas. “Los hacendados no los veían bien, porque cuando llegaron empezaron a hacer lo que hacen en todos lados: ahorrar para hacer capital, luego, con los ahorros empezar a poner negocios y adquirir propiedades; empezaron a despegar y por eso no nos querían”.

Empezaron a comerciar con textiles; de ahí entraron a la industria. Ahí siguen y se han expandido. “Sí tú ves en Mérida algún negocio de franquicia que venga de otro lado, lo más probable es que estén en un local que le han rentado a un libanés. Tenemos artistas, pintores, una poeta, Delta Cuevas. Nos hicimos una comunidad compacta, muy unida. Mientras más nos despreciaban, más nos uníamos”.

Los libaneses yucatecos son todos católicos y eso formó parte de su adaptación al nuevo hogar. El entorno social en el que se establecieron no fue propicio para que prosperara el rito maronita o el melquita. “Simplemente no era posible en un entorno católico recalcitrante”, precisa Cuevas. “A principios del siglo XX, el arzobispo permitió que en ocasiones se llevaran a cabo algunos oficios maronitas en la iglesia de San Cristóbal, pero lo cambiaron y esa posibilidad se canceló”.

¿Hubo roces, tensiones? Sí las hubo, era inevitable. Pero en los mismos años en que los libaneses comenzaron a establecerse en Yucatán, también hubo otra migración. “Eran españoles, que vinieron en los años del Porfiriato; se apellidaban Ponce, Dondé… con ellos los libaneses pudieron tener entendimiento y hacer negocios”. ¿Y el factor indígena? ¿Cómo se vincularon los libaneses con el pueblo maya? “Construyeron una relación más bien paternalista y procuraron protegerlos. Los entrenan, los hacen a un ritmo de trabajo más bien firme, porque la disciplina del libanés es fuerte. Tal vez no les pagaron los mejores sueldos cuando los empleaban, pero se ocuparon de que tuviesen qué comer, que estuvieran más o menos bien, en mejores condiciones de las que habían tenido con los hacendados, y si se enferma tu hijo, ven que se le atienda, si no tienes casa, te prestan para que puedas pagarla. Esa buena relación también se dio con los mestizos”. Toda esa alianza social permitió que los libaneses pudieran finalmente, echar raíces y prosperar en la península de Yucatán. “Así entablamos buenos vínculos con otras pequeñas migraciones, como los italianos que llegaron aquí; y hoy seguimos en eso; la relación con los estadounidenses también es buena”.

Si Cabalán Macari es un personaje definitivo en la vida económica yucateca, ¿quiénes más fueron importantes en este delicado equilibrio social?  Se apellidan Abraham, Habib, Zahoul, Chapur, Abimerhi. Están en la industria hotelera, en la industria de condimentos, y también han tenido su veta filantrópica; todo sustentado en una fuerte unión comunitaria.

“Hoy las cosas han cambiado. Cuidamos las tradiciones y cuidamos el dinero. Ahora, con las mujeres empoderadas que quieren ser empresarias o estudiar posgrado, de todas maneras se cuida la formación de los hijos, y las abuelas ayudan a criar a los nietos, porque una cosa es lo que traemos como carga genética y otra la educación que recibimos. A todos nos criaron poniéndonos a trabajar en los negocios de las familias; a los Abraham, de muchachitos, con lo ricos que son, los ponían a cargar telas”. Así se labraron su prosperidad.

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