Opinión

Para entender el deporte

Cuando la violencia se viste de diplomacia futbolística

La diplomacia del puño y la botella

Hay quienes piensan, en su infinita ingenuidad, que los embajadores culturales del futbol son esos jugadores de piernas prodigiosas y sonrisas de anuncio dental. Qué equivocados están. Los verdaderos emisarios de este deporte, los que llevan su esencia a los rincones más insospechados del planeta, son esos incomprendidos artistas de la grada: los hooligans.

Hooligans ingleses .

Imaginen por un momento a un hooligan británico. Ahí va, con su camiseta dos tallas más pequeñas, abriéndose paso por las calles de alguna ciudad europea como un elefante en una tienda de porcelana. Su lenguaje corporal es todo un poema: brazos extendidos, cara roja como un tomate maduro, vociferando en un idioma que ni siquiera es el suyo. ¿Acaso no es esta la imagen misma de la diplomacia futbolística?

Pero no nos detengamos solo en los británicos, ya que la fauna hooligan es diversa y colorida. Tenemos a los alemanes, organizados como batallones y con coreografías que ni el Ballet Bolshoi podría igualar. Y luego están los italianos, quienes llevan la elegancia hasta en la destrucción: siempre con bufandas bien anudadas y un peinado que desafía cualquier estallido de gas lacrimógeno. No hay duda de que cada cultura aporta su toque distintivo a esta diplomacia internacional, cada cual con su propio estilo y nivel de creatividad destructiva.

EL ARTE DE CONVERTIR PLAZAS EN CAMPOS DE BATALLA

Estos abnegados embajadores no necesitan de aburridas reuniones en despachos elegantes. No. Ellos prefieren los callejones oscuros y los bares de mala muerte para tender puentes interculturales. ¿Y qué mejor forma de promover el entendimiento mutuo que a través de una buena pelea callejera? Después de todo, los moretones son del mismo color en todos los idiomas.

La UNESCO debería considerar seriamente declarar a los hooligans como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Su capacidad para transformar cualquier espacio público en un campo de batalla es simplemente asombrosa. Donde otros ven una plaza histórica, ellos ven un ring improvisado. Donde algunos aprecian la arquitectura local, nuestros embajadores ven potenciales proyectiles.

Y hablando de potenciales proyectiles, no podemos olvidar a nuestros aficionados mexicanos. Ah, esos seres entrañables que han elevado el arte del grito y la fiesta a niveles casi místicos. ¿Quién necesita hooligans británicos cuando tienes a un grupo de aficionados mexicanos listos para lanzar el grito homofóbico prohibido por la FIFA mientras, con la misma intensidad, transforman una simple visita turística en una celebración que acaba en la delegación más cercana? Porque sí, los mexicanos tenemos nuestro propio enfoque de la diplomacia futbolística: uno donde la línea entre la pasión y la ilegalidad es tan delgada como los vasos y líquidos que ocasionalmente lanzan al campo.

IMPULSORES DE LA ECONOMÍA Y LA SANIDAD PÚBLICA

Y ni hablar de su contribución a la economía local. Gracias a ellos, la industria del vidrio nunca había estado tan boyante. Los fabricantes de equipo antimotines les deben media vida. Incluso el sector sanitario se beneficia de su incansable labor: ¿quién dice que no hay trabajo para los médicos de urgencias? Cada botellazo, cada enfrentamiento con la policía, es una oportunidad de empleo para doctores, enfermeros y hasta para los vendedores de pomadas milagrosas que alivian cualquier golpe. Un verdadero motor de la economía circular.

Y, por supuesto, no se puede dejar de lado a los vendedores ambulantes. Los hooligans y aficionados generan una demanda constante de productos esenciales para su labor diplomática: cervezas, tortas, y cuanta botana grasosa se pueda imaginar. Incluso los vendedores de playeras pirata tienen su momento de gloria, pues no hay mejor recuerdo de una buena pelea que una camiseta llena de sudor y, con suerte, alguna mancha de sangre que dé testimonio de la entrega con la que se vivió el encuentro.

GRABAR EL NOMBRE DE TU EQUIPO

Pero lo más admirable de estos incomprendidos misioneros del balompié es su dedicación. Ni el frío, ni la lluvia, ni las órdenes de restricción los detienen. Ahí están, partido tras partido, listos para defender el honor de unos colores que, probablemente, ni siquiera recuerden al día siguiente debido a la borrachera. Y es que, ¿qué importa el resultado del partido cuando tu verdadera misión es dejar el nombre de tu equipo grabado, literalmente, en la piel del aficionado rival?

Así que la próxima vez que vean a un grupo de hooligans o a nuestros apasionados compatriotas sembrando el caos, no los juzguen. Aprecien su labor. Están presenciando la diplomacia futbolística en su máxima expresión. Y si tienen la suerte de ser objeto de su “afecto”, considérense afortunados: acaban de participar en un intercambio cultural de alto nivel.

Quizás sea hora de que la FIFA considere entregar un Balón de Oro al “Hooligan del Año”. Después de todo, ¿quién representa mejor el espíritu del futbol moderno que estos apasionados embajadores? Nadie, amigos míos, nadie.