El asesinato del sacerdote Marcelo Pérez Pérez muerto a tiros en San Cristóbal de las Casas, afuera de la iglesia del barrio Cuxtitali, nos remite inmediatamente a la masacre de Acteal y –también—a la tragedia de los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, acribillados en junio del 2022 en Chihuahua y frente a cuyo crimen la Compañía de Jesús hizo –como ahora—un señalamiento perdido en el aire:
“Rechazamos cualquier intento de minimizar estos hechos como casos aislados. El crimen organizado ha sembrado miedo y dolor en diversas regiones del país, y Chiapas no es la excepción. La violencia en esta región refleja un problema estructural que demanda una respuesta integral y urgente del Estado… su asesinato no puede ni debe quedar impune; imploramos que la justicia prevalezca para honrar su memoria y renovar la esperanza en la construcción del Reino de Dios, donde reine la paz verdadera”.
A fin de cuentas la pudrición abarca el territorio: de Chiapas a Chihuahua.
Pero más allá de los clamores eclesiásticos por la construcción del Reino de Dios donde reine la paz verdadera, más nos valdría la menos metafísica construcción de un Estado de leyes y Derecho sin necesidad de recurrir al Estado-Tómbola a donde nos quieren arrinconar.
La infinita descomposición del estado de Chiapas, ni es cosa nueva ni se va a resolver. Todo se ha ensayado.
Gobernadores militares, como el general Absalón quien hizo de sus desfiguros de alcoba la marca de la casa; los Sabines, padres e hijo, metidos de lleno entre la frivolidad y los negocios; los González Blanco-Garrido; el prominente morenista (hasta la mano le besan), Manuel Velasco recaudador de Morena y el Partido Verde, tan inepto y voraz como el notable neurólogo Manuel Velasco Suárez, su abuelo, creador (parece título de novela), del “Aeropuerto en la niebla;” para beneficio de la hacienda familiar y una larga lista de ladrones e inútiles al frente de las instituciones chiapanecas, lo cual, obligó a un fallecido humorista a un chiste negro:
--“Si queremos resolver los problemas de Chiapas en quince minutos, vamos devolviéndoselo a los guatemaltecos. Que ellos se hagan cargo”. Pues sí, de Guatepeor a Guatemala, como ha venido ocurriendo con grupos desplazados.
En un caso menos grave, pero más humorístico, Abel Quezada propuso vender Tlaxcala a los suizos.
Quizá no haya en toda la geografía nacional un estado sometido a más estudios de toda naturaleza. Chiapas es (o era), el paraíso de los antropólogos. Desde los esnobistas europeos y su desmesurado interés por los lacandones (los libros superan en número a los lacandones sobrevivientes), hasta los pastores del Instituto Lingüístico de Verano.
Todos fueron a Chiapas, todos estudiaron las etnias de Los Altos, todos hablaron de la injusticia contra los indígenas, todos hicieron cuanto su estupor maravillado les indicaba y Chiapas sigue siendo el mismo infierno verde y el poch de los borrachos, de hace tantos años.
Y no tomo en cuenta, por ahora, el alzamiento del Ejército Zapatista porque no cabe en estas páginas.
En junio del año pasado el, centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas publicó un informe cuyo sólo título estremece:
“Chiapas, un desastre, entre la violencia criminal y la complicidad del Estado”.
Basten estos puntos:
“…Hemos documentado, entre el año 2010 y el mes de octubre del 2022, el desplazamiento forzado de al menos 16 mil 755 personas. Del 2021 a la fecha, en la zona fronteriza con Guatemala, hay al menos 2 mil personas (400 familias) que abandonaron sus comunidades…
“El periodo en que se enfoca el informe 2020-2022 está caracterizado también por una disputa abierta de la tierra recuperada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)… son diversas las agresiones y hostigamientos cometidos por parte de organizaciones corporativistas alineadas con el Estado; así como por una reconfiguración territorial a partir del proyecto, columna vertebral de la actual administración federal, Sembrando Vida…”
A algunos los ignoran. A otros, como al sacerdote Pérez Pérez, los asesinan.