En nuestro país, instituciones sociales genéricas e indeterminadas como la familia, las iglesias o las escuelas, se encuentran entre aquellas que gozan de la mayor confianza de la sociedad. Como sociedad, hemos aprendido a apreciar de forma positiva entidades a las que damos un valor especial por lo que nos representan. La seguridad, protección, unión y solidaridad del hogar; la esperanza, fe y redención de nuestras creencias; la aspiración, oportunidad y superación de la educación. En realidad, se trata de conceptos e ideas que adquieren significado en tanto las personas se identifican con ellas y no por su sola existencia. Mi confianza radica en mi pertenencia: mi familia, mi iglesia, mi escuela.
Al lado de estas, existen instituciones específicas y determinadas en las que las personas también confían, aunque en mucha menor medida. Ahí están para algunos, el Instituto Nacional Electoral o la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Para otros cuantos, son la Guardia Nacional o el Ejército las que merecen esta cualidad. Sin embargo y como ninguna otra, la Universidad Nacional Autónoma de México es la institución individual y específica en la que las y los mexicanos tienen más confianza. Sin tener una pertenencia directa, la mayoría de quienes conocen lo mucho que hace por la sociedad mexicana se sienten identificados con ella y le otorgan una confianza similar a la que le conceden a su familia, su iglesia o su escuela. No son parte de ella, pero saben que la Universidad, así sea en una pequeña parte, les pertenece. La Universidad Nacional Autónoma de México les pertenece a todos sin ser de nadie, porque es la Universidad de la nación.
En tiempos de incertidumbre, la Universidad ha sido un faro que guía hacia un puerto seguro. En tiempos de desgracia, la Universidad ha sido un motor de apoyo desinteresado, generoso y solidario. En tiempos de polarización, la Universidad ha sido un punto de encuentro de diferencias para la construcción de acuerdos. En tiempos de conflicto, la Universidad ha sido un remanso de paz, tolerancia y diálogo. En tiempos de desesperanza, la Universidad ha sido la oportunidad de muchos para salir adelante. En tiempos de carencia, la Universidad ha sido una fuente de superación a partir del conocimiento y la inteligencia. En tiempos de violencia, la Universidad ha sido un oasis de sensibilidad, emoción, cultura y arte. En tiempos de silencio, la Universidad ha sido una voz clara y firme, pero sin estridencias.
Sin importar si hablamos de su historia centenaria; de su presencia a lo largo y ancho del país y en el extranjero; de su función como mecanismo de capilaridad social; de su tarea al frente de servicios nacionales como el sismológico o el mareográfico; de su quehacer en la custodia de los grandes acervos bibliográficos y hemerográficos; de su vocación científica y humanista para la generación de alternativas a los grandes problemas nacionales; de su infinita capacidad para reinventarse a cada instante y amanecer distinta cada mañana; de su naturaleza aglutinante que transforma individualidades en comunidad; de su papel en la formación profesional de miles de estudiantes que año con año egresan de sus aulas; de su labor como eje de la generación y difusión de la cultura en el país, una cosa queda clara: la UNAM es nuestra gran Universidad.
Los contextos que parecen complejos, las situaciones que se antojan críticas, los desencuentros que se anticipan irreversibles, terminan por pasar y, cuando las aguas se vuelven mansas, las grandes instituciones permanecen de pie y sobre ellas se construye el porvenir. Con todo esto que no es de ahora, sino de siempre, nunca es mal momento para recordar el valor y trascendencia de la Universidad. Siempre he pensado que México es uno de esos países cuya historia, desarrollo y perspectiva no puede explicarse separada de la UNAM. Nuestro país es la UNAM porque nuestra Universidad es México. Los tiempos por venir, hoy como siempre, lucen retadores. Frente a ellos, México y su sociedad cuentan con la Universidad porque, aun cuando no seamos parte de ella, una pequeña parte nos pertenece a todos.
Profesor y titular de la DGACO, UNAM
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