Imagine usted que corre el año de 1940, y que Franklin Delano Roosevelt es derrotado en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos por Charles Lindbergh, el famoso aviador estadounidense que había sido el primero en cruzar volando el océano Atlántico, de oeste a este. El que en 1927 creó, por vez primera, un puente aeronáutico entre América y Europa. El que llevó a cabo un vuelo sin escalas y en soledad absoluta durante más de treinta horas. Ese valiente vuelo de Lindebergh le valió un premio Orteig por haber conectado a Nueva York con París dentro de un aeroplano bimotor. En 1954 obtuvo el Premio Pulitzer de Literatura por El espíritu de San Luis, la historia de su hazaña en los aires y el nombre que le dio a su avión.
Lindbergh nunca ocupó la presidencia de los Estados Unidos de América. Franklin Delano Roosvelt, en cambio, fue presidente de 1933 a 1945. Levantó la economía estadounidense después del crac del 29. Reformó los mercados financieros y activó el escenario económico, con el fin de atender a los grupos menos afortunados de la población. Su programa se llamó New Deal y sacó a su país del atolladero.
Delano Roosevelt ganó tres mandatos. En el último derrotó al candidato republicano Wendell Willkies en 1940. Es el único presidente de la Unión Americana que ha permanecido durante tres períodos en el la presidencia.
Hacerlo perder frente a Charles Lindbergh es el tema de una novela distópica de Philip Roth titulada The Plot Against America(2004),La conjura contra América, en el que Lindbergh surge como un presidente simpatizante de los nazis. La historia se centra en Roth y su familia, que son judíos. La idea se le ocurrió a Roth cuando leyó la autobiografía de Arthur Schlesinger, un famoso historiador y crítico social de Estados Unidos, galardonado por el premio Pulitzer. Se especializó en el liberalismo de los líderes Franklin Delano Roosevelt, John F. Kennedy y Robert F. Kennedy. Schlesinger cuenta en su libro autobiográfico que algunos senadores republicanos del ala más radical habían propuesto la candidatura presidencial de Lindbergh. Y con eso en mente, Philip Roth concibió una extraordinaria novela, en cuya realidad alternativa Charles Lindbergh impone políticas antisemitas y otras autoritarias. La historia la narra un Philip Roth de 7 años de edad, habitante de Newark, New Jersey. El pequeño y su familia comienzan a experimentar problemas y rechazo debido al gobierno del ex aviador. A grandes rasgos, mientras releo mis subrayados y mis notas del libro de Philip Roth, Lindbergh apuesta por aislar a los Estados Unidos del resto del mundo, desde luego atenta de lleno contra la democracía. Por principio, el niño Philip se enfrenta al rechazo de otros niños que no son judíos. Roth registra con cuidado la época, aquellos años cuarenta de segunda guerra mundial. Algunos críticos literarios pensaron que la novela de Roth era un “roman á clef” (clave de asuntos que esconden una realidad X). Si entonces había una posible mención a George Bush hijo (presidente de 2001 a 2004), hoy la ficción usurpa los acontecimientos del presente. Pensemos en una segunda presidencia de Donald Trump. La nota de Fran Ruiz de la Crónica del 29 de octubre pasado se basa en los arranques demenciales de Trump y en su impronta fascista, según declara John Kelly, militar retirado, jefe de gabinete durante casi todo la administración de Trump como presidente. Según Kelly (les recomiendo el trabajo de Fran Ruiz) admitía que Hitler hizo cosas buenas y lo cita con frecuencia. El caso es que varios de sus funcionarios y consejeros lo acusan de fascista. The Donald se piensa vengar de los que no comulguen con él. Detesta a los inmigrantes y los considera locos y presidiarios que se han fugado de las cárceles. Kamala Harris respondió en una entrevista en CNN que the Donald es un fascista.
El fascismo, de acuerdo con la Real Academia de la Lengua, “es un movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia en la primera mitad del siglo XX y que se caracteriza por el corporativismo de estado y la exaltación nacionalista”. No olvidemos el lema de Trump :“Make America great again”.
El autoritarismo, aunado al populismo, a las largas peroratas de sus representantes han prendido en América Latina y en Estados Unidos con Trump y sus seguidores. Pareciera que siempre tenemos que encontrar fuertes y peligrosas disonancias. Hoy aumentan extraños supra ultra liderazgos como el de Millei en Argentina, Bukele en el Salvador, entre otros. Eso quiso lograr el que inventó la Cuatroté, Andrés Manuel López Obrador, ahora en manos de su criatura, la que apuesta por el segundo piso de esa transformación. El control del Congreso y del Poder Judicial encaja muy bien con Mussolini, por cierto. O sea que en México nos hallamos en un momento difícil, en una grave crisis constitucional debido a las reformas implementadas por un Congreso espurio dominado por los morenistas.
En cuanto a The Donald, no olvidemos que él propició la malhadada toma del Capitolio el 6 de enero de 2020. No resultó peccata minuta. Según él, le habían robado las elecciones y él era el escogido por los estadounidenses. Sounds familiar, lo mismo dijo López Obrador en 2006, aunque no se haya podido comprobar ningún fraude. Cuando los analistas se refieren a un conducta fuera de lugar del ex presidente Trump, sólo hay que oírlo hablar. Como expuso el New York Times a mediados de octubre, “nunca un candidato presidencial había sugerido utilizar al ejército contra los estadounidenses porque se oponen a su candidatura. Amenaza desde el centro de su campaña (ver Lisa Lerer y Michael Gold, NYT del 16 de octubre) “que usaría el poder de la presidencia para aplastar a quienes no estén de acuerdo con él”. Gane o no gane de nuevo la presidencia, Donald Trump se prepara para la batalla. El problema, grave, no hay que desestimarlo.