El mayor tabú de la sociedad contemporánea no es el sexo, mucho menos ahora, sino la muerte. La muerte y la vida son inseparables, todo lo que vive muere, la muerte sólo existe gracias a la vida y en este entramado que intentamos comprender mientras estamos vivos, no hay nadie que nos pueda decir qué pasa con exactitud tras la muerte. Por supuesto que sabemos qué sucede con el cuerpo físico o sus pertenencias, pero ¿y su consciencia? ¿su alma? Nadie sabe.
Los credos religiosos y espirituales buscan dar guía a este dilema existencial, por ejemplo, para el shintoísmo el fin último de la vida es morir en paz; los judíos tienen salmos o rezos para salvarse de muertes trágicas, así como Jesús que murió en la cruz por la humanidad y prometió regresar en los tiempos finales; los Krishnas creen que el alma trasciende cargando la emoción con la que se mueren (por ejemplo, alabando cánticos a Krishna); en tanto, los antiguos mexicanos veían la muerte como otra forma de estar vivos después de que sus corazones fueran pesados en el mundo del Xibalbá.
Grandes obras literarias y filosóficas estudian este tema, por ejemplo, el Fantasma de Canterville que, tras su muerte física, su espíritu permanece en la tierra como alma en pena, pero realmente muere hasta que su espíritu es liberado, por otro lado, Dante Alighieri se eternizó en la historia de la literatura universal con la Divina Comedia, del transitar de las almas a lo largo del infierno y el paraíso, entre muchos otros.
En nuestros días, a pesar de lo complejo y profundo que es este tema, lo hemos trivializado, una muerte trágica es a lo que estamos constantemente hiper expuestos. Desde pequeños, los juegos de consola son de matar y con un reset se vuelve a empezar, las películas de niños están llenas de temas de guerra. De adultos, las noticias nos bombardean con muertes trágicas que encabezan los telediarios y todas las portadas. Sin embargo, si a todos nos llega la muerte, es importante sabe cómo nos llegará, porque todos debiéramos poder bien morir, de pie y de preferencia en paz.
Por supuesto que la Celebración de Día de Muertos en nuestro país es una de las más bellas tradiciones para recordar a quienes ya murieron, ofrece un acercamiento a una espiritualidad que busca trascender la muerte, no por aniquilar la muerte en sí misma, sino de dar paso en vida a la muerte. Pero también es una gran oportunidad para apreciar lo viviente y tratar de desmitificar la muerte.