La industria automotriz suele ser víctima de estrategias de temporada. Recuerdo que a finales de los 90. Entró una carrera por fusiones y adquisiciones. Todas las marcas querían comprar a sus similares con el sueño de ganar participación de mercado. General Motors compró Opel y parte de Fiat, entre otras. Ford se inclinó por Volvo y Volkswagen consolidó a más de seis marcas de todo tipo populares, deportivas, lujo y superlujo. El final del sueño terminó con la crisis financiera de 2008-2009. Lo que se había comprado se tuvo que vender a precio de ganga y lo que nunca tuvo mercado, terminó por declararse en quiebra.
Como si fuera una verdad bíblica de que el futuro eran los autos eléctricos en 2019, el mundo automotriz se embarcó en la peligrosa aventura. El cambio climático obligaba a uso de tecnologías limpias y en Estados Unidos, General Motors, a través de su directora general, Mary Barra, anunció inversiones superiores a los 27 mil millones de dólares en un plazo de 5 años. Lo mismo hizo Ford con 25 mil millones de dólares y en Europa Volkswagen tomó la decisión de ser los líderes de autos cien por ciento eléctricos, con una inversión de 80 mil millones de dólares, que implicaba la construcción de nuevas fábricas y reconversión de las que operaban.
Los montos de inversión se cuadriplicaban, pero no sólo de las empresas, sino de los gobiernos. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en plena efervescencia anunció subsidios hasta por 20 mil dólares director al consumidor en la compra de un eléctrico. A México le tocó en la manufactura algo de las grandes inversiones de la época. Ford destinó la planta de Cuautitlán en exclusiva para producir el Mustang E-March, una SUV cien por ciento eléctrica, y General Motors invirtió mil millones de dólares para producir dos SUV cien por ciento eléctricas, sobre la línea de producción de autos con motor a gasolina.
Se hicieron grandes fábricas, sólo que a cinco años de iniciada la fiebre por los eléctricos se llegó a la conclusión de que el cambio no iba a ser de manera tan rápida y mucho menos uniforme. Que cada país y cada región tendría sus propios ritmos. El problema básico es que el consumidor no está comprando autos eléctricos por falta de infraestructura y la incertidumbre que quedarse sin energía a la mitad de camino.
Las decisiones tienen consecuencias. Trimestre tras trimestre resulta que los ingresos por venta de autos con motor a gasolina subsidian a los eléctricos porque no son negocio, no dan utilidades, los millones de dólares y euros invertidos duermen el sueño de los justos por falta de demanda. Al paso del tiempo, las grandes marcas reconocen que se les pasó la mano en invertir a un proyecto, que si bien llegará tarde o temprano, todavía no tiene la madurez para consolidarse.
Uno de los casos más dramáticos es Volkswagen, que dirige Oliver Blume y que muestra el costo brutal, que generó la fiebre por los autos eléctricos. VW planea cerrar al menos tres fábricas en Alemania, despedir a decenas de miles de empleados y reducir sus plantas restantes en la mayor economía de Europa a medida que planea una revisión más profunda de lo esperado.