Opinión

Aracné y el tejido fino

Historia Aracné y el tejido fino

En ocasiones los mitos nos cuentan cuál fue el origen de algo. El universo, un alimento, una costumbre, una ciudad, una herramienta, una profesión. Los mitos que recoge Ovidio en Las metamorfosis narran la transformación de una persona en árbol, en flor, en planta; o cómo se le dio el nombre de un personaje mítico a una constelación en el cielo nocturno. El mito de la competición entre Aracné y Atenea para determinar quién era más diestra en el uso del telar es de este tipo.

Aracné era de origen humilde, hija de Idmón, un artesano de la ciudad de Colofón en la región de Lidia, reconocido por teñir la lana con mil colores. Era famosa en toda la comarca por su extraordinaria habilidad para confeccionar hermosos tejidos. Se dice que los habitantes del pueblo se arremolinaban en su telar para observar no solo los tejidos terminados sino la forma en la que desarrollaba su tarea. Cuenta Ovidio que hasta las ninfas que residían en el monte Timolo y las del río Pactolo abandonaban su lugar para visitar su taller y admirarla.

Aracné estaba orgullosa de su destreza y no le reconocía a Atenea la supremacía divina ni la gloria en el arte de hilar la lana. Atenea como deidad de las artes, era también patrona del tejido y el bordado, pero la humilde artesana sentía que nada le debía, alardeaba de ser mejor en su trabajo que la propia diosa. Que se atreva a competir conmigo, repetía entre las personas que asistían a su taller.

Cuando llegaron a sus oídos las palabras de Aracné, Atenea se sintió ofendida por lo dicho y por la admiración del pueblo a una mortal, por lo que se propuso darle una lección de humildad. Celosa de su superioridad y alentada en su interior por Eris, la fuerza de la envidia y la discordia, exclamó: “No basta con alabar a otros. Lo que hace falta es que sea alabada yo misma y que no haya quien menosprecie impunemente mis poderes divinos”.

Atenea se presentó ante Aracné disfrazada de una débil anciana, con sus largos cabellos canos, apoyada en un apolillado y tambaleante bastón. La anciana le dijo que está muy bien que aspire a ser famosa y reconocida entre los mortales por sus extraordinarias habilidades, pero le aconsejó que debía pedir perdón a Atenea por su irreverencia y loco desafío. Seguramente la diosa te concederá el perdón si se lo pides, dijo la anciana.

La artesana, lejos de atender su consejo le respondió que la vejez había atrofiado su juicio y si quería dar consejos que se los diera a su hija, su nuera o su nieta. Y remató: ¿por qué no viene ella misma? ¿por qué evita tener una competencia conmigo?

Después de escuchar el insistente reto, Atenea abandonó su apariencia de vieja y se mostró con toda su belleza y esplendor. Los presentes se inclinaron con respeto y reverencia ante la diosa, excepto la joven tejedora que manifestó cierto desdén. Aunque la sorpresa le hizo aparecer en su rostro un repentino rubor, escribe Ovidio, luego se desvaneció como cuando el cielo se tiñe con la aurora y después se torna claro con la salida del sol.

Empezó la competencia y cada una se dispuso a preparar su telar y el colorido estambre que usarían. Al movimiento de sus largos y delgados brazos y de sus veloces y finos dedos, las figuras tejidas iban adquiriendo forma en ambos telares.

Atenea escogió motivos relacionados con la grandeza de los dioses olímpicos para plasmarlos en el centro de la tela. En ella se mostraron los doce dioses rodeando al poderoso Zeus. Algunos de ellos sentados en sus magníficos y elevados tronos y otros de pie como Poseidón, que clavaba su tridente en enormes rocas desde las cuales brotaban las aguas marinas. Atenea misma se dibujó con su escudo, con un yelmo sobre la cabeza y con su lanza de guerrera que toca la tierra y de la que brota un árbol de olivo con sus frutos que todos los dioses admiran.

En la parte inferior de su tejido -tal vez como una advertencia para su competidora- se plasmaron, de extremo a extremo, pequeñas figuras de personajes mortales que en algún momento habían sido dominados por la fuerza de la vanidad y el orgullo desmedido y que los griegos conocían como hybris. Allí aparecían, por ejemplo, Hemo y su esposa Ródope, los reyes de Tracia que tuvieron la osadía de hacerse rendir culto como deidades y que fueron convertidos en montañas como castigo. También estaba la rebelde Antígona.

La hija de Idmón, por su parte, fue confeccionando motivos relativos a los innumerables amoríos de los dioses, todos ellos conseguidos con engaños y artimañas. En primer plano estaba Europa, la princesa fenicia que fue raptada por Zeus convertido en un hermoso toro blanco y a la que el dios mantuvo secuestrada en la isla de Creta. También estaba tejida Leda la esposa del antiguo rey de Tracia, a quien Zeus sedujo con apariencia de cariñoso cisne. Y Dánae, madre de Perseo, a la que el dios fecundó en su cautiverio ingresando en su celda como una lluvia de oro, entre muchas otras. Aracné colocó en su tela abundantes flores y plantas que le daban un deslumbrante toque de color y delicadeza artística.

Al terminar los trabajos Atenea, jueza y parte, no pudo encontrar un solo yerro ni equívoco en el tejido de Arcné y, dolida por el éxito de su competidora, rasgó la hermosa tela en la que se representaban con elegancia las faltas de los dioses, arruinando con ello la composición. Se dice también que Atenea dominada por la ira golpeó con su lanza a la tejedora. Aracné no pudo soportar la ofensa y decidida se colgó atando una cuerda a una viga del techo de su taller.

Al verla suspendida del techo Atenea convirtió a Aracné en una araña para que ella y su descendencia continuaran tejiendo por toda la eternidad.

Los mitos, como se ha dicho, admiten múltiples interpretaciones. En este caso, se puede decir que la diosa Atenea tenía la convicción de que su poder era infalible e incuestionable. Su investidura solo debía ser objeto de alabanzas. Fue intolerante cuando se le demostró que no era así. Deshumanizó a su oponente al convertirla en insecto, por demostrar su igualdad en el arte de tejer fino y criticar las faltas éticas de las poderosas divinidades. Las arañas, por su parte, han resistido las presiones evolutivas y continúan tejiendo en espacios suspendidos con ejemplar maestría.

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