Ahora que Trump ha ganado las elecciones presidenciales en Estados Unidos, es hora de tratar de analizar algunas de las claves que pueden explicar su triunfo.
Este año, las encuestas preelectorales estuvieron bastante cerca del resultado final. En promedio, fallaron por poco menos de 3 puntos porcentuales. En los estados-bisagra, el error fue todavía menor: 2.2 puntos. Por tercera ocasión, las encuestas subestimaron a Trump; pero esta vez por menos que en 2016 y 2020. Y aunque queda claro que las encuestas de opinión tienen una incertidumbre inherente, también es cierto que sí sirven para medir el estado de la opinión pública. Por eso, es relevante escudriñar en las encuestas de salida -y otras-, para ver qué está detrás de las decisiones de voto.
El tema más importante para los electores de Trump fue, en general, la economía y, en particular, la inflación; para los votantes de Harris, fue la democracia.
Lo curioso del caso es que la tasa de inflación en Estados Unidos en 2024 es del 2.4 anual y el crecimiento del PIB es del 2.8 anual. Nada mal, en comparación con otras economías del mundo. ¿Qué pasó, entonces? De entrada, que una cosa es la inflación este año, y otra, la de los tres años anteriores. En 2021, fue de 7 por ciento, la más alta desde 1981. Aquí gana la memoria de mediano plazo. De salida, que los salarios medios han ido por detrás de los precios -aunque haya habido un crecimiento en el empleo-. Es decir, ha ocurrido un deterioro de los salarios reales.
El comportamiento del PIB, que usualmente se utiliza como proxy para ver si la economía va bien (cosa que ayuda electoralmente al gobierno en turno), en realidad mide la dinámica de la economía, no el bienestar económico de la población. Además, una cosa son los datos duros y fríos, y otra son las percepciones de la gente. Los números pueden decir que la economía va bien, pero una parte importante de los ciudadanos puede sentir lo contrario -como también se puede observar, en el sentido inverso, en México-. En Estados Unidos, la mayoría siente que gana menos que antes y muchos de ellos votaron por quien ofreció soluciones simples a un problema complejo: aranceles a las exportaciones para atraer inversión y expulsión del país de quienes compiten con bajos salarios. Si se aplicaran las medidas proteccionistas de Trump, la inflación crecerá y no habrá la recolocación de empresas prometida, pero eso es parte de la complejidad que la gente no quiere o no puede ver.
El que la mayoría de los votantes de Harris haya señalado que su principal preocupación es la democracia, nos dice dos cosas. La primera, corroborada por las propias encuestas de salida, es que votaron más contra Trump que a favor de la vicepresidenta. La segunda, que en el grupo de los electores demócratas sí hay gente que entiende el peligro autocrático que representa el magnate republicano. La tercera, que su preocupación por la situación económica no fue el motor principal de su decisión electoral.
Hay que decir que la preocupación por la democracia, en los tiempos que corren, es relativa. Un ejercicio en Estados Unidos presentó dos candidatos hipotéticos, con agendas de política económica y social completamente distinta. Luego se presentó a los entrevistados que quien tenía la agenda que ellos preferían haría una serie de medidas claramente antidemocráticas para imponerlas. Entonces se les preguntó si, tras conocer eso, cambiarían el sentido de su voto. Sólo 3.5 por ciento lo hizo. Hoy en día, en EU y en el mundo, la “satisfacción con la democracia” parece directamente correlacionada con la aprobación de gobierno.
Harris mejoró 9%, respecto a Biden, entre las familias que ganan más de 100 mil dólares al año; Trump ganó 12%, respecto a 2020, entre los que ganan menos que eso.
Este es, quizá, el cambio demográfico más relevante en términos de las votaciones. Significa el ocaso de la coalición que le otorgó a los demócratas la mayoría de los votos ciudadanos en todas las elecciones, menos una, de las elecciones entre 1992 y 2020. La clase trabajadora ya no percibe a los demócratas como sus adalides, a pesar de la evidencia de que los republicanos sirven a los intereses de las grandes empresas. Entre los sindicalizados (es decir, entre los trabajadores que hacen negociaciones colectivas y no están casados con el individualismo de la derecha estadunidense), la ventaja de Harris sobre Trump fue menor a 10 puntos porcentuales. Entre los no sindicalizados, Trump arrasó.
En particular, la caída entre los votantes blancos sin estudios universitarios ha sido precipitosa. Eran la mitad del voto demócrata en la primera elección de Clinton, en 1992; ahora son menos del 30 %. En sentido contrario, los electores blancos con universidad, que eran apenas la quinta parte de los votantes de Clinton, ahora fueron casi el 40% de los de Harris.
Los blancos con estudios universitarios se movieron 7 puntos porcentuales a favor de la candidata demócrata; los no blancos sin estudios universitarios, 13 puntos hacia el candidato republicano. Y los blancos sin estudios, que ya eran mayoritariamente trumpistas, ahora lo son más.
El cambio en el voto latino (o hispano), se explica más por el lado del nivel de estudios que por de la etnicidad, a pesar del perfil claramente racista del trumpismo. Hay que decir, al respecto, que un error de los demócratas fue considerar ese voto por descontado, en particular el de las comunidades mexicana y puertorriqueña (en las que sí ganó, pero con un margen mucho menor al histórico). Cuando pierdes en Brownsville, en Río Grande y en McAllen, es que la cosa es grave. Al parecer, a muchos tejanos de origen mexicano les molesta que los demócratas los consideren “gente de color” unida en la lucha antirracista; y dicen que los republicanos son racistas, pero los demócratas, también.
El tema del aborto, que supuestamente atraería muchos votos a Harris (la mayoría de los estadunidenses está a favor) resultó menos trascendente de lo esperado. La razón tal vez estriba en que, pasada la decisión a los estados, los electores pudieron votar sobre ese asunto, sin tener que pasar por el voto presidencial en el camino. El hecho de que haya sido aprobado en estados como Montana, Missouri, Nevada y Arizona, donde ganó Trump, así lo demuestra.
En resumen, el voto demócrata es, cada vez más, el de las clases medias ilustradas -esas que no siempre quieren la respuesta simple a los problemas complejos- y su coalición con las minorías étnicas y con la clase trabajadora se ha debilitado (notablemente, en el segundo caso). Siguen teniendo a la mayoría de las mujeres de su lado, pero no por mucho. El voto republicano fue, cada vez más, la combinación del voto de los plutócratas, las clases medias sin estudios y una mayoría de los trabajadores. Su coalición, que era 90% blanca, ahora lo es en 75%.
Y si nos fijamos un poco más, ese tipo de partición de coaliciones electorales se parece mucho a la típica que se da en estos tiempos de populismo.
Twitter: @franciscobaez