En la obra de Cervantes, don Quijote da a Sancho una serie de consejos para gobernar su ínsula (capitulo XLII) y lo primero que le recomienda es “Hay que temer a Dios porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada”. Lo segundo fue esto: “haz de poner los ojos en quién eres procurando conocerte a ti mismo”. Lo tercero fue: “Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje y no te desprecies de decir que vienes de labradores…préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio”. Estos tres párrafos reflejan el hondo humanismo que inspiró la obra de Cervantes, pero también son una breve ilustración de la concepción moralizante de la política que se desarrolló en España entre el siglo XVI y el XVII a la que también contribuyeron Francisco de Quevedo en La política de Dios, Gobierno de Cristo y tiranía de satanás (1665) y otras plumas eminentes.
La idea de educar a los gobernantes nació con Platón que propuso, en la República, todo un programa de estudios para quienes habrían de desempeñarse como ciudadanos y principalmente como filósofos o “guardianes” de la ciudad. La educación constituye probablemente el corazón de esa obra. Para él, la acción educativa es el cultivo armónico de todas las energías, potencias o facultades del hombre: cuerpo, alma y espíritu, inteligencia y carácter. Es el camino para transitar del mundo sensible al mundo inteligible Estos requerimientos se intentaban cubrir con música y gimnástica que integraban la cultura espiritual ya que bajo el rubro de “música” se incluían lo que hoy llamamos letras y bellas artes. La idea del rey filósofo es clave. “Quién no sepa filosofía no podrá gobernar la república”. El poder y la sabiduría marchan juntos.
Aristóteles aborda el tema del arte de gobernar en su Política asumiendo que la ciudad (sociedad) es un hecho natural y que el hombre, a diferencia del animal, es un Zoon politikon (animal social) ente sociable por voluntad propia. El hombre es el único animal que posee la razón, puede expresarse y sabe distinguir entre el bien y el mal y distingue lo justo de los injusto. La secuencia en el tiempo es, primero es el individuo, luego la familia tribu y el pueblo, para finalmente llegar a la ciudad y al Estado que son organizaciones autosuficientes, autárquicas, capaces de atender por sí mismas a la vida y a una vida buena. El Estado se forma con una constitución y ciudadanos libres que participan en el gobierno de la ciudad. El fin de la comunidad estatal es la felicidad de sus ciudadanos no es la guerra, ni la opresión o el despotismo. La justicia y la amistad son los dos valores morales en torno a los cuales giran los asuntos públicos. La vida social requiere n nivel ético determinado cuyos puntales deben ser la justicia, la amistad y la obediencia. La obediencia racional y libremente aceptada por el bien mayor que de ella procede es sumamente importante. Sólo sabrá mandar el que haya sabido obedecer bien. Hay, dijo, tres tipos de constitución justa ala que corresponden tres desviaciones: 1) la monarquía, que se funda en el gobierno de un solo hombre, bondadoso y con experiencia y atento al bien de todos; 2) la aristocracia, que es una élite educada y culta y 3) la república constitucional que se apoya en la libertad y el mayor grado posible de derechos para todos. Las desviaciones ocurren cuando el interés particular priva sobre el bien común y son las siguientes; la tiranía, la oligarquía y la democracia. Hay que dar a los ciudadanos cierta participación en el poder para evitar el tratar a los ciudadanos como numéricamente iguales. Este es el fallo de la democracia desbordada que sólo toma en cuenta el número y no tiene en cuenta los méritos, capacidades y educación.
La reflexión sobre la educación de los gobernantes atrajo a innumerables pensadores de todas las épocas entre ellos a Plutarco, Séneca, Cicerón, Santo Tomás, San Agustín, etc. pero la mayoría de ellos enfocaron su atención en el mundo pre-moderno, no fue sinos hasta el Renacimiento que emergió la figura señera del principal gran educador de gobernantes del mundo moderno. Nicolás Maquiavelo (1469-1527) publicó El príncipe en 1513 y sentó las bases de la política moderna. A diferencia de sus antecesores, este autor separa la política de la moral. Los medios inmorales (tortura, fraude, engaño, etc.) son válidos si permiten al príncipe conservar su poderío. Su método de trabajo es realista e histórico: la manera de alcanzar la sabiduría política es estudiando la historia, no leyendo libros. La política es la vida descarnada, sin limitaciones de visión, sin prejuicios. Hay dos potencias que gobiernan al príncipe: la fortuna y la virtud. La fortuna es ajena a la voluntad, la virtud es algo que se aprende y que recoge la experiencia acumulada del pasado. (Continuará)