La decisión de llevar ante la justicia a Germán Reyes, capitán en retiro encargado del despacho de la Secretaría de Seguridad Pública de Chilpancingo, acusado de participar en el secuestro, asesinato y decapitación del exalcalde Alejandro Arcos, manda la señal de que hay voluntad política para debilitar a las bandas mafiosas y ponerle un dique a la impunidad, sin importar si los involucrados formaron parte en algún momento de las fuerzas armadas.
Con seguridad fue una decisión difícil. Dar el paso manda el poderoso mensaje de que las complicidades han llegado a su fin. Comienzan a operar nuevas reglas del juego. Que el resto de los mandos policiacos del país sepan a qué atenerse si deciden asociarse con los delincuentes para salir ricos de sus encargos.
Desde que se conoció la noticia de la desaparición del exalcalde Arcos comenzaron a circular versiones de un trabajo interno. Algo de ese calibre no puede ocurrir sin que la policía local se entere, o de plano participe de manera a directa en su implementación. No fue una sorpresa, pero sí una decepción. Qué difícil encontrar cuadros con vocación de servicio a la comunidad. En el estado de Guerrero los policías no son parte de la solución, constituyen el meollo del problema.
Se vio de manera descarnada en Iguala en el caso de los normalistas de Ayotzinapa. Ahí la policía municipal capturó a los normalistas para entregarlos a sus verdugos, los Guerreros Unidos. Más recientemente en Taxco el jefe policiaco huyó por un panteón aledaño a sus oficinas porque iban por él. En el colmo de la descomposición quedó al descubierto que policías de Taxco eran en sus horas libres una banda de secuestradores. Además, escondían a los secuestrados en las propias instalaciones policiacas. ¿Tenemos remedio?
Por momentos parece que no, pero hay decisiones como la captura de Reyes que abren una rendija de optimismo de que se pueden componer las cosas. El requerimiento central es que haya voluntad política de las más altas autoridades del país. Eso es lo que mueve la pesada maquinaria burocrática. Si Sheinbaum Pardo, García Harfuch, el general Trevilla y el almirante Morales Ángeles no se arredran, si se mantienen firmes de la nueva estrategia, las cosas pueden cambiar para bien, no de manera automática, claro, pero sí encarrilarse.
Las bandas criminales se empoderaron aprovechando la fragilidad institucional. El ejemplo más pertinente en el contexto guerrerense son Los Ardillos, ahí mismo en Chilpancingo, que piensan que pueden despedazar a una docena de personas, exhibirlas, y seguir su vida quitados de la pena, confiados en que el jefe de la policía local estaba en su nómina. Quieren intimidar a sus rivales, a las autoridades y a la población y establecer que ellos son los que tienen en la zona el bastón de mando.
El desafío en seguridad es colosal. En Japón, un país con casi el mismo número de habitantes que México, están preocupados porque este año la cifra de asesinatos puede acercarse a los 400. En México vamos por los 30 mil. Las comparaciones son odiosas, pero…
Glifos
Donald Trump muestra sus cartas. Ya dio a conocer las primeras designaciones de su gabinete, incluidas varias carteras responsables de la seguridad en las fronteras. Los elegidos tienen un denominador común: buscan que las bandas mexicanas del crimen organizado sean consideradas grupos terroristas. Como los republicanos dominan el Congreso están muy cerca de conseguirlo. Con esa denominación en la mano pueden amagar con incursiones de fuerzas especiales de EU en el territorio mexicano. Para contrarrestar esta estrategia el gobierno mexicano tiene dos meses para arrestar o eliminar a los principales jefes del narco, como Iván Archivaldo Guzmán y Nemesio Oseguera, de otra forma tendremos pocos argumentos para evitar la acometida trumpista.