Esta columna inició 2024 con el análisis del fenómeno por el que más de la mitad de la población mundial acudiría a las urnas en distintas regiones del mundo para decidir sobre los procesos políticos, económicos y sociales de sus respectivos países, con una incidencia también en el escenario internacional en función del peso específico que ocupan esos países en las relaciones internacionales.
A pocas semanas de concluir el año, podría decirse que con el término de la jornada electoral estadounidense en la que el candidato Trump resultó elegido con holgada ventaja respecto de su contrincante demócrata -a contracorriente de lo que indicaban los sondeos sobre una elección cerrada- también termina este amplio proceso global inédito de concurrencia de numerosos procesos electorales en un mismo año.
Sobre las elecciones norteamericanas si acaso recordar que como sugirió algún escritor, con dosis de ironía, que son de tal interés y de incidencia tan amplia, que a todos se nos debía permitir votar en ellas. En lo personal, no son agradables noticias las de su elección, pero no es el único caso, también podría sumarse Milei, entre otros tantos cargos electos alrededor del mundo.
Más de sesenta países tan variados y distantes como México, India, Irán, Estados Unidos, Pakistán, Indonesia, Reino Unido, Rusia, Ucrania, Sudáfrica o la Unión Europea, por citar algunos ejemplos, acudieron a las urnas para elegir primeros mandatarios, miembros del congreso, autoridades provinciales y locales, esperando que sus dirigentes electos ayuden a sus sociedades a sortear los vendavales de las crisis recurrentes que viene experimentando el sistema internacional en su conjunto, y de regiones y países en lo particular, así como aspirar a mejores condiciones de vida.
En varias de estas disputas se dirimieron, aunque parecería exagerado sugerirlo, verdaderos proyectos de nación, como en México; en otros se refrendaron liderazgos añejos como en el caso ruso.
Todo ello sucedió en estos once meses con el trasfondo de un sistema internacional en llamas, sin que el tono de dramatismo esté fuera de lugar dada la realidad contemporánea, en la que persisten dos graves conflictos: entre Rusia y Ucrania e Israel y Palestina, Líbano, Siria, Irán en Oriente Medio, con la muy lamentable y condenable cuota de vidas de personas inocentes, particularmente en el caso palestino, pero también con la crisis climática azotando diversas partes del orbe con severas consecuencias en los asentamientos humanos donde pegan, así como la profundización de los privilegios en pocas manos frente a la ampliación de las desigualdades mundiales y en el interior de los países.
De nuevo, solamente citando algunos de los problemas más acuciantes de violencia, medio ambiente, desarrollo, pobreza e inequidad.
Probablemente por ello, e independientemente de los resultados concretos de los procesos electorales de cada país en 2024, el hecho de que las personas hayan acudido a las urnas en apego al juego democrático, con todas sus fallas y deficiencias, sea algo que en ese contexto general debe reconocerse y subrayarse su relevancia. Hasta ahí el entusiasmo.
Desafortunadamente, a menudo los ciudadanos tuvieron frente a sí campaña publicitarias promovidas con plena disposición de ciertos actores políticos de vender falacias y de hacer pasar mentiras por verdades, a fin de persuadir a los ciudadanos a votar, apelando no a la razón, sino a las emociones, incluyendo el miedo, el agrado o la repulsión.
En México tal fenómeno fue por claro: los partidos de oposición que gobernaron durante décadas parecieron estar más interesados en sembrar dudas sobre la legitimidad de los ganadores y en desacreditarlos, y llevaron estos elementos a niveles excesivos.
En 2025 se harán más evidentes los impactos y consecuencias de las preferencias por las que optaron electoralmente tantas personas en tantos países.