“Fueron ustedes unos visionarios al no cambiarle el nombre luego de 35 años”. Con sorna y sarcasmo, nos dijo el politólogo Andreas Schedler en la más reciente sesión del Instituto de Estudios para la Transición Democrática (IETD). “Deben estar preparados -preparándose- para re-emprender un largo camino, con un pasaje recesivo y autoritario en plena marcha y de destino muy incierto en su duración y consecuencias”, remató.
Así es: esta asociación civil que nació legalmente en 1989 y que, por tanto, acaba de cumplir 35 años, y que ha tenido como misión contribuir a que México se encamine “por una ruta de diálogo y acuerdos que constituyan un nuevo sistema electoral capaz de organizar comicios de manera confiable, un sis- tema que diera garantías a la pluralidad política en pleno ascenso”. Según nosotros, la edificación electoral sería la clave para hacer girar los otros engranajes propios de la democracia que, en el caso de México, sí radicaban en la Constitución formal: federalismo, división de poderes, gobiernos divididos, cambios pactados; en definitiva, la distribución y dispersión efectiva del poder. A esa ruta, que buscaba por sobre todas las cosas evitar la violencia política y crear un nuevo marco de convivencia pluralista, le llamamos transición democrática. De allí la nominación.
De todas maneras y mírese como se mire, 35 años organizados en torno a una idea, es un récord de permanencia, perseverancia y de paciencia, de cierto músculo organizativo, bastante obsesión por la realidad, una producción intelectual que no es desdeñable (véase www.ietd.org) y muchas ganas por reunirse, discutir y estar cerca de los amigos durante tres décadas y media hilvanadas por una mixtura de unos pocos años promisorios y muchos otros lustros aciagos, inciertos y sombríos aunque propicios para la discusión, la reflexión, la elaboración, la introspección y el mutuo socorro intelectual (y anímico).
En una nuez, eso es y de eso se trata el IETD: constancia, obsesión, amistad, reunirse buscando el mejor de los pretextos, ganas de discutir y “hacer algo juntos”.
Escribo esto, con una enorme carga personal, como puede notarse. Puedo decir que he ocupado más de la mitad de mi vida acudiendo al Instituto. No es una actividad sectaria demasiado demandante (un sábado de cada mes, a veces dos, a veces ninguno) pero me consta que procura ser interesante, atraer a personalidades relevantes, actores de actualidad, temas de primer orden y nunca una rutina.
Una cofradía hecha por el puro placer de saber más y discutir lo que consideramos importante, saltando sobre una agenda histórica y un puñado de temas que nos desvelan: democracia, elecciones, pobreza, desigualdad, desarrollo, derechos humanos, medio ambiente, violencia, homicidios, gobernabilidad, población, migración, instituciones y siempre, política e izquierda.
El IETD por eso, es un grupo excéntrico, insistente, que se propone por método no participar en la política aunque ha sido capaz de admitir excepciones y a pesar de que casi todos sus integrantes han acudido y participado de mil formas en ella. Son ellas y ellos, no el IETD, lo que nos ha valido un buena dosis de reproches e incomprensiones.
En este mes, ha sido publicada su revista “Configuraciones 54-55” (que que cumple 25 años y dirigida siempre por el profesor Rolando Cordera) y en ella se actualiza y ratifica el ideario principal del Instituto: tres decadas y media “han sido suficientes como para haber padecido un régimen autoritario (años 80-90), para haber visto culminar la transición democrática (1997), para participar dentro de una vida democrática incipiente, un breve periodo de consolidación y ahora, un deslizamiento hacia un tipo de autoritarismo que no es una vuelta al PRI, sino hacia algo más tosco y primitivo”, decimos.
En el mismo pronunciamiento se advierte “en el periodo democrático fueron creadas muchas instituciones fundamentales para el control del poder y aparecieron prácticas novedosas, como las alternancias pacíficas, los obligatorios grandes acuerdos, una libertad de expresión nunca antes vista y una sociedad civil activa y alerta. A su lado, sin embargo, se desarrollaron otros componentes mucho más corrosivos de la vida y de los humores públicos: la persistencia de la pobreza, la desigualdad, la violencia, una inseguridad desbordada y una corrupción comprobable y ostensible que ha resultado -incluso en el sexenio de López Obrador- extensa, reiterada y por momentos casi inverosímil por su magnitud”.
En muy diversos momentos, desde el IETD llamamos la atención en contra de estos serios problemas desatendidos por gobiernos, por el parlamento y por un sistema de partidos cerrado e indiferente a una situación de ansiedad y malestar de masas; problemas agravados por la persistencia de políticas económicas y sociales impermeables e incompatibles con la equidad, el bienestar o la redistribución del ingreso, lo que a su vez minó y desacreditó a la democracia misma.
Por eso, decimos: “la flecha del cambio político en México ha invertido su sentido”… ya no más democracia sino autoritarismo, un proceso cuya dinámica no se ha detenido sino profundizado y que ha doblado sus apuestas. Si durante el gobierno del presidente López Obrador la situación política podía resumirse como un gobierno autoritario que se movía dentro de un régimen constitucional democrático, a partir de las elecciones del 2 de junio nos hallamos en una ruta en la que se modifica nuestro marco jurídico vital para formalizar e instituir un régimen autoritario, esto es, “un régimen que centraliza el poder, lo personaliza, rechaza los controles, desequilibra la competencia electoral, reduce al mínimo la división de poderes y al mismo tiempo comprime al pluralismo político hasta hacerlo irrelevante” (el diagnóstico puede consultarse aquí: https://bit.ly/3OecSkH).
Estamos en el curso de otra transición, hacia un estadio histórico en el que el gobierno se ha convertido en un agente de subversión contra los principios, leyes, prácticas e instituciones democráticas. Su examen, estudio y crítica, sin nostalgia, serán motivo del trabajo del IETD. Por eso, y de todas formas, amables lectores ¡salud!