Nicolás Maquiavelo fue un insigne humanista del Renacimiento. Era originario de Florencia. Su obra, El príncipe, se propone educar a los príncipes; es una obra sobria, sin adornos, descarnada, jamás acude a la retórica del cristianismo que era la ideología dominante en la época, a diferencia de los autores de la literatura identificada como “espejo de príncipes” que fue dominada por la teología cristiana y que se distinguió por la belleza de su prosa moralista y religiosa.
A diferencia de esta corriente de pensamiento, Maquiavelo es un racionalista moderno que describe, crudamente, los recursos prácticos que se necesitan para conquistar y preservar el dominio en un principado. He aquí una selección de párrafos de su libro.
El autor trata de ser sistemático. Examina lo que ocurre cuando se crea un principado por primera vez o cuando se conquista con el apoyo de una potencia extranjera. En este segundo caso puede el príncipe residir dentro de provincia y en este caso “si se manifiestan desórdenes, puede reprimirlos prontamente; en vez de que, si reside en otra parte”. El príncipe debe ser una persona con carácter fuerte. Deberá aprender que “los hombres quieren ser acariciados o reprimidos, y que se vengan de las ofensas cuando son ligeras. No pueden hacerlo cuando ellas son graves; así, pues, la ofensa que se hace a un hombre debe ser tal que le inhabilite para hacerlos temer su venganza…El orden común de las causas es que luego que un poderoso extranjero entra en un país, todos los demás príncipes que son allí menos poderosos, se le unan por un efecto de la envidia que habían concebido contra el que los sobrepujaba en poder, y a los que él ha despojado. En cuanto a estos príncipes menos poderosos, no hay mucho trabajo en ganarlos; porque todos juntos formarán cuerpo con el Estado que él ha conquistado. El único cuidado que ha de tenerse, es el de impedir que ellos adquieran mucha fuerza y autoridad. El nuevo príncipe, con el favor de ellos y sus propias armas, podrá abatir fácilmente a los que son poderosos, a fin de permanecer en todo el árbitro de aquel país”.
“Hablando con verdad, en ciertos casos, no hay medio ninguno más seguro para conservar semejantes Estados que el de arruinarlos”. Hay dos modos de llegar al principado, es, a saber, con el valor o fortuna. Un ejemplo de príncipe en el que se unen ambas cualidades es César Borgia. Cualquiera que llega a un nuevo principadojavascript:void(null);, deberá asegurarse de sus enemigos, ganarse nuevos amigos, triunfar por medio de la fuerza o fraude, hacerse amar y temer de los pueblos, seguir y respetar de los soldados, mudar los antiguos estatutos en otros recientes, desembarazarse de los hombres que pueden y deben perjudicarle, ser severo y agradable, magnánimo y liberal, suprimir la tropa infiel, y formar otra nueva, conservar la amistad de los reyes y príncipes, de modo que ellos tengan que servirle con buena gracia, o no ofenderle más que con miramiento, aquél, repito, no puede hallar ejemplo ninguno más fresco que las acciones del duque César Borgia.
Hay dos vías para hacerse del poder en la república: la vía malvada y detestable y cuando un hombre llega a ser príncipe de su patria con el favor de sus conciudadanos. Ejemplo del primer caso, es el del siciliano Agatocles, quien, “habiendo nacido en una condición no solamente ordinaria, sino también baja y vil, llegó a empuñar, sin embargo, el cetro de Siracusa. Hijo de un alfarero, había tenido en todas las circunstancias una conducta reprensible; pero sus perversas acciones iban acompañadas de tanto vigor corporal y fortaleza de ánimo que habiéndose dado a la profesión militar ascendió, por los diversos grados de la milicia, hasta el de pretor de Siracusa. Luego que se hubo visto elevado a este puesto, resolvió hacerse príncipe, y retener con violencia, sin ser deudor de ello a ninguno, la dignidad que él había recibido del libre consentimiento de sus conciudadanos. Después de haberse entendido a este efecto con el general cartaginés Amílcar, que estaba en Sicilia con su ejército, juntó una mañana al pueblo y Senado de Siracusa, como si tuviera que deliberar con ellos sobre cosas importantes para la República; y dando en aquella Asamblea a sus soldados la señal acordada, les mandó matar a todos los senadores y a los más ricos ciudadanos que allí se hallaban. Librado de ellos, ocupó y conservó el principado de Siracusa sin que se manifestara guerra ninguna civil contra él”.
La matanza de sus conciudadanos, la traición de sus amigos, su absoluta falta de fe, de humanidad y religión, son ciertamente medios con los que uno puede adquirir el imperio; pero no adquiere nunca con ellos ninguna gloria. El que obra de otro modo por timidez, o siguiendo malos consejos, está precisado siempre a tener la cuchilla en la mano; y no puede contar nunca con sus gobernados, porque ellos mismos, con el motivo de que está obligado a continuar y renovar incesantemente semejantes actos de crueldad, no pueden estar seguros con él.
Vengamos al segundo modo, el modo civil, con que un particular puede hacerse príncipe sin valerse de crímenes ni violencias intolerables. Es cuando, con el auxilio de sus conciudadanos, llega a reinar en su patria. Para adquirirle, no hay necesidad ninguna de cuanto el valor o fortuna pueden hacer, sino más bien de cuanto una acertada astucia puede combinar. Contenta uno fácilmente los del pueblo, porque los deseos de éste tienen un fin más honrado que el de los grandes, en atención a que los últimos quieren oprimir, y que el pueblo limita su deseo a no serlo. “Me limito a concluir que es necesario que el príncipe tenga el afecto del pueblo, sin lo cual carecerá de recurso en la adversidad”. (Continuará)