Aristófanes (445-385 a. C.) fue el más importante escritor de comedias en la Grecia clásica. Era considerado un personaje conservador que defendía las tradiciones religiosas de la época y se oponía a la introducción de nuevos conocimientos. Fue un crítico severo tanto de las nuevas formas literarias de la tragedia introducidas por Eurípides como de la filosofía socrática. Platón señala, en sus Diálogos, que Aristófanes fue uno de los personajes que contribuyó a generar el ambiente hostil que llevó a la condena de Sócrates. En su comedia Las nubes, Aristófanes representa a un cierto Sócrates, que se pasea por los aires y enseña ideas extravagantes, escribió Platón.
En sus comedias se pueden ver, no obstante, con ojos modernos, una crítica al papel que la machista sociedad griega había condenado a las mujeres, y la fuerza que éstas podían tener, si se lo proponían, para cambiar su posición subordinada.
También es cierto que, con esos mismos ojos, muchas de las expresiones y recursos satíricos del autor no podrían decirse en nuestros días o correrían el riesgo de ser objeto de “cancelación”.
En las comedias Las asambleístas y Lisístrata, Aristófanes narra con humor desternillante situaciones en las que las mujeres deciden rebelarse contra el status quo. Hay que recordar que en esa época las mujeres no tenían derecho al voto ni a participar en asuntos políticos.
En Las asambleístas, una mujer ateniense de nombre Praxágora convoca al resto de las mujeres para dar un golpe de timón en el seno mismo donde se toman las decisiones públicas: la Asamblea, con el fin de que el gobierno de la ciudad sea puesto en manos de las mujeres.
En su arenga para convencer a sus compañeras, Praxágora dice con elocuencia:
“Sufro y siento dolor ante los asuntos de la ciudad enteramente corrompidos. Veo que siempre se sirve de jefes malos y si alguna vez llega a tener uno bueno, lo será por un día y por diez será nocivo. Lo mudan por otro y resulta peor. Dura cosa es hacer que entren en juicio hombres que no tienen sentido de armonía”.
Las mujeres, decididas, se disfrazan de hombres, con túnicas y zapatos masculinos, barbas y bigotes. Entran al lugar de la reunión cantando canciones propias de rudos campesinos. Escupen en el suelo y algunas se apoyan en rústicos bastones. Muchas tenían aspecto de zapateros o artesanos. La reunión nunca había estado tan concurrida y predominaban las caras blancas y de hombres bien parecidos.
Cuando toman la palabra, hacen propuestas muy convincentes que resaltan la superioridad de las mujeres para llevar los asuntos de la administración pública, ante la incredulidad y sorpresa de los asistentes asiduos. Las propuestas son votadas y la mayoría, conformada por mujeres disfrazadas, las aprueba. El gobierno de la ciudad quedará en adelante en manos femeninas. El relato continúa para indicar las situaciones chuscas que enfrentan en su nueva misión.
La comedia Lisístrata, por su parte, nos cuenta la decisión de las mujeres griegas para realizar una huelga indefinida de sexo, hasta que sus maridos decidan abandonar la guerra, comprometerse con la paz y permanecer más tiempo al lado de sus esposas. Las guerras, que se libraban con frecuencia, alejaban a los hombres durante meses de los hogares, tiempo en el cual las mujeres se las arreglaban solas.
Lisístrata reunió a las mujeres no solo de Atenas sino también de Beocia, Esparta y otras ciudades con las que se libraban las interminables batallas. Si queremos que los varones hagan la paz, las mujeres tenemos que hacer una huelga, les dijo. Todas se mostraban interesadas, pero cuando Lisístrata les explicó de qué se trataba, muchas estuvieron en desacuerdo en principio. No fue fácil convencerlas.
Pero los argumentos y situaciones que la líderesa les presentaba eran irrefutables.
Cuando nuestros maridos o amantes regresen de la guerra licenciados por unos días, decía Lisístrata, nos estamos en casita, con nuestras túnicas cortas, bien transparentes, y andamos muy bien depiladas por donde ustedes comprenderán, entramos a donde están nuestros maridos bien a tiro y ya con ardores de echarnos abajo… pero, si en lugar de condescender, nos rehusamos, la paz es un hecho. Bien lo sé.
Lampito, una de las mujeres convocadas, fue la primera en aceptar el reto y luego, una a una se fueron sumando a la insurrección. Duro, muy duro, expresó Lampito, es para las mujeres dormir solas. Pero, ¿qué le vamos hacer, si eso es necesario para la paz de todas.
Brindaron con vino para sellar su juramento y fueron a atrincherarse en la Acrópolis, donde levantaron barricadas y se mantuvieron unidas. Se enfrentaron a los intentos de la autoridad por socavar su movimiento mediante amenazas y represión física. También tuvieron que luchar contra el deseo y la debilidad de algunas, cuando sus maridos imploraban que depusieran su huelga y rogaban que regresaran a sus hogares.
La huelga duró algunos días —una eternidad desde la perspectiva de los varones— y, después de varias negociaciones y jaloneos con el comandante encargado de mantener el orden en la ciudad, y cuando los hombres de toda la comarca se convencieron de que la voluntad femenina era inquebrantable y no iban a ceder en su demanda, se apresuraron a firmar los tratados de paz.
Hace algunos años, en Corea del Sur, luego de que el asesino de una mujer no fue acusado de crimen de odio, pese a existir evidencia de ello, adquirió fuerza el movimiento de mujeres conocido como 4B, como protesta a lo que consideran una asfixiante opresión machista. De alguna forma, este grupo intenta emular la estrategia de las mujeres atenienses comandadas por Lisístrata para lograr sus objetivos. Las B se refieren a una palabra coreana que significa negativa. Sus militantes se proponen no tener citas con hombres, no casarse, no tener relaciones sexuales y no tener hijos.
Después del triunfo reciente de Donald Trump, las innumerables manifestaciones en redes sociales indican que este movimiento se ha extendido a los Estados Unidos. Sus promotoras señalan, entre otras cosas, que los varones fueron los que impulsaron la victoria electoral de un personaje misógino, machista y que abiertamente se ha pronunciado en contra de la libertad y los derechos de las mujeres.
Más allá de las justificadas razones que puedan tener estos movimientos, cabría preguntarse “seriamente”: ¿qué impacto social tendría de llegar a generalizarse y volverse permanente la huelga de sexo?
José Saramago escribió Las intermitencias de la muerte, una novela sobre los estragos sociales que causó la negativa de la Parca para continuar haciendo su trabajo, por haberse enamorado de un violonchelista al que le había llegado su hora. La religión, las compañías de seguros, las funerarias, los cementerios entre otras muchas actividades, entraron en bancarrota.
Ahora, con las intermitencias de la “pequeña muerte” (petite mort, como llaman los franceses al orgasmo), ¿cuáles serían las consecuencias en todas aquellas empresas relacionadas con la actividad sexual? Hagan ustedes lectores la lista.
En este caso, invirtiendo los términos usados por Marx, algunos sucesos históricos se repiten, primero como comedia y luego como tragedia