Uno de los fenómenos menos estudiados y menos discutidos, asociados al auge populista global es -paradójicamente- el cambio que ese mismo auge provoca en el orden internacional, o sea, entre los valores, conductas y reglas que rigen las relaciones de los países. El tema es importante y creo que, al menos, merece un apunte.
Antes varios hechos. El primer ministro húngaro Victor Orbán, a la sazón presidente en turno de la Unión Europea en junio pasado, impidió la publicación de una declaración común de esos países en la que se denunciaba la prohibición a los medios occidentales de cubrir los acontecimientos desde Moscú, impuesta por Putin. Un capítulo más de una serie de bloqueos del húngaro, cuando se trata de indagar la situación que se infringe Rusia por su invasión a Ucrania.
Un mes después vino otra jugarreta, abusando de su temporal presidencia europea: Orbán vetó una declaración de la Unión que condenaba el fraude electoral en Venezuela perpetrado por Nicolás Maduro. En él, los europeos pretendían solicitar al oficialismo que mostrase las actas con los resultados ciertos en las últimas elecciones. Un reclamo elemental y común de 25 países… no prosperó porque en esos casos la unanimidad es requisito. Y Orbán se encargó de romperla (véase https://bit.ly/4i5gZ0g).
Corea del Norte ha movilizado 11 mil soldados para apoyar directamente a Rusia en su agresión a Ucrania, mientras que Irán provee de armas con precio de ganga a Putin para sostener la misma guerra.
El mutuo apoyo es diplomático, político, económico, militar y también ideológico. Durante junio de 2022, el núcleo radical de los conservadores republicanos de Estados Unidos, organizaron su conferencia insignia en Budapest, en donde abrevaron el modelo potencial de cómo sería un Trump después de Trump. La “American Conservative Union”, quería “reconocer la experiencia de un gobierno que se ha consolidado frente a la inmigración descontrolada y la pérdida de valores cristianos”. Aprender del autoritarismo ajeno y exitoso.
Metidos en otra escala -pero que tampoco es anecdótico- el gobierno mexicano decidió regalar 400 mil barriles -30 millones de dólares- al régimen cubano sumido como está, en su enésima depresión económica y en un momento de inconformidad y represión agudizadas contra su población.
Los chicos malos -como los llama Anne Applebaum (Autocracia SA, Debate, 2024) dictaduras, los más o menos autoritarios, los más o menos populistas, independientemente de sus ideologías, se ayudan entre sí.
Estos hechos, como muchos otros, muestran a plena luz del día cómo se está configurando el orden global actual, uno que convalida o facilita la destrucción de la democracia: alianza de países que, o bien son autocracias o descreen de la democracia, sean de derecha o de izquierda, lo que tiene implicaciones muy serias en las relaciones internacionales.
Así las cosas, la guerra se convierte en opción como lo atestiguan la misma agresión rusa en Ucrania, el ataque de Azerbaiyán a la región armenia de Nagorno-Karabaj, la guerra turca contra los kurdos, las guerras civiles en Birmania y Sudán, la agresión del déspota israelí contra la población civil en Gaza y el chantaje militar de China a Taiwán (https://bit.ly/3CEv2tc). El medio ambiente internacional, permite abusos gigantes contra los demás. Y es que los países dominados por la deriva autoritaria tienen mucho menos inhibiciones hacia la guerra que las democracias, así sean imperfectas o incipientes.
Las amenazas y las exhibiciones de fuerza intimidatoria contra sus vecinos, se han potenciado como práctica renovada de “pre-guerra”. Los populismos y dictaduras recientes, rechazan las formas establecidas de cooperación internacional y no recurren a la negociación, el arbitraje y los tribunales internacionales para resolver los conflictos. Las reglas van perdiendo valor y su vigencia, como documentan, Grzegorz Ekiert y Noah Dasanaike, íbid).
Ese empuje dictatorial no solo se vuelve típico de los regímenes propiamente tiránicos (Rusia, Corea del Norte, Irán), no solo de los descaradamente autoritarios (Turquía o Hungría) sino también de los que están perdiendo sus democracias, los “híbridos”, los sistemas autoritarios “blandos” que solían intentar parecer pluralistas y tenían algunos mecanismos para limitar sus desplantes fuera de las normas internacionales.
En síntesis: el auge autoritario de nuestros días revive formas y trae de vuelta repercusiones también mundiales que no hemos sabido reconocer y valorar. Los autoritarios -la internacional populista, como la llamo yo- une sus fuerzas para apoyarse mutuamente, política, económica y militarmente y utilizan el mismo manual especular que enseña como consolidar la autocratización.
Y algo más: muchos países se contagian, van a la deriva siguiendo los patrones que han vivido sus vecinos, en Europa del este o en América central, en Asia o en África.
Y el autoritarimso ocurre, entre otras razones, porque los protagonistas de la tiranía se apoyan económicamente entre sí, especialmente cuando se trata de hacer frente a las sanciones. Normalmente usan de pretexto su oposición a occidente (a los Estados Unidos liberales y a la Europa unida) y con ese eje, despliegan vastas campañas de desinformación y se apoyan entre sí para movilizar o inhibir al electorado interviniendo en otros países. Y no solo eso: sus respectivos sistemas policiacos o de seguridad se auxilian activamente para mantener el control político, aquí y allá.
En suma: autócratas, tiranos, dictadores están aprendiendo juntos, compartiendo la experiencia de su época, recopilando las “mejores prácticas” para la causa en contra de la democracia, la constitución, el liberalismo, los derechos, poniendo a prueba los límites, no solo nacionales, sino del orden internacional aún vigente.
Está cobrando forma, así, un orden autoritario global.