Desde tiempos remotos existe un género literario, Educatio Principis, literatura especializada en el tema de educar a los gobernantes, pero desde el Renacimiento surgió una fuerte tendencia sobre el tema. Hemos hablado de Maquiavelo que con su obra sentó un precedente fundamental para la ciencia política. El príncipe inauguró la concepción moderna de esta disciplina, sobre todo porque separó la política de la moral, rompiendo con los esquemas religiosos que dominaban en aquella época. Tres años después de la elaboración de esta obra, en 1516, apareció lo que puede considerarse una respuesta del mundo religioso a la obra de Maquiavelo. Erasmo de Rotterdam publicó su obra Educación del príncipe cristiano. Un libro con orientación religiosa, pero con el enfoque humanista de Erasmo.
“Gobernar a hombres libres y que se avienen voluntariamente a ser gobernados, dice Erasmo, está por encima del hombre y, sin duda, es algo divino. Platón, en ninguna otra cosa muestra más diligencia que en formar guardianes para su república y quiere que éstos aventajen a los demás no en riquezas, no en joyas, no en su modo de vestir, no en las imágenes de sus antepasados, no en su escolta, sino en su sola sabiduría. Nunca hubo, agrega, ni habrá repúblicas prósperas si los filósofos no toman el timón, una filosofía, no la que diserta sobre los principios, la materia, el movimiento o el infinito sino la que, liberando su ánimo de las falsas opiniones del pueblo o de los placeres viciosos, muestra el modo de gobernar teniendo como modelo la eterna divinidad”
“El reino debe serle confiado preferentemente a quien es superior a los otros en sus dotes regias: sabiduría, justicia, moderación de ánimo, previsión y celo del bienestar público. La principal esperanza para obtener un buen príncipe depende de una recta educación que será más esmerada que la educación corriente para que lo que le faltó por votos quede compensado por el esmero de su educación”.
Erasmo, en la Educación del príncipe cristiano se preocupa, primero, de los aspectos pedagógicos y del papel de los maestros o instructores del príncipe, enseguida, trata los deberes del príncipe, pero llama la atención que dedique un capítulo entero a los modos en que el gobernante debe evitar la adulación. “la adulación es la pestilencia que pone sumamente en peligro la felicidad del príncipe” y llama la atención que subraya que la adulación tiene efectos más poderosos sobre los infantes que sobre los adultos.
Más adelante, el autor dedica reflexiones específicas sobre; lar artes de la paz, los impuestos, la beneficencia, la promulgación de leyes, las magistraturas y los cargos púbico, los pactos, las alianzas matrimoniales, las ocupaciones de los príncipes durante la paz y, concluye con la declaración de guerra. Recordemos que Erasmo fue un pacifista, que fue cosmopolita –o, si se quiere, un “ciudadano de Europa”. Por eso mismo destaca esta reflexión: “En nada procederá el príncipe con más comedimiento y circunspección que al declarar una guerra pues, si de otras decisiones pueden originarse perjuicios, con la guerra se hace naufragar todo bien y se desborda el océano de todas las maldades y ningún otro mal se pega más tenazmente”
Pero retrocedamos un poco en la historia. En el mundo de la Roma clásica, destacaron algunas opiniones sobre el tema de “la educación del príncipe”: Plinio el Joven, Agapeto, Dion Casio, Plutarco, Séneca, Cicerón y otros. Plutarco escribió dos opúsculos sobre el tema: Consejos a los políticos para gobernar bien y el curioso A un gobernante falto de instrucción. “Hay dos maneras de gobernar: con veleidad o con razón. Hay gobernantes que se niegan a utilizar la razón por las exigencias que conlleva. Sin embargo, la razón, que procede de la filosofía, se convierte en consejero y guardián para el gobernante, como si de una buena salud se tratara, y, librando a su poder de lo inestable, deja lo que es sano”.
Y, en otra parte, Plutarco agrega: “Los generales y gobernantes faltos de instrucción, por su ignorancia interior, con frecuencia se tambalean y caen, pue, al construir su gran poderío sobre una base que no está bien asentada, se inclina con ella…El gobernante debe conseguir, primero, el dominio sobre sí mismo, dirigir rectamente su alma y conformar su carácter y, de este modo, hacer que sus súbditos se acomoden a él, porque, sin duda, uno que está caído no puede enderezar a otros ni, si es ignorante, enseñar ni, si es desordenado, ordenar o si es indisciplinado, imponer disciplina o, gobernar, si no está bajo ninguna norma”.
La mayoría de los sabios coincide en elogiar a los consejeros de los príncipes. Dice Plutarco: “Como la hiedra enredándose alrededor de los árboles fuertes, cada uno de estos personajes se juntó a un hombre ilustre y de más edad, y se elevó junto con él, hasta echar sus propias raíces en la política”. (Continuará).