Quienes nacimos en los albores de la segunda mitad del siglo pasado, crecimos influidos y quizá determinados por la presencia implacable de la televisión.
Por eso las series de patrulleros infalibles, incorruptibles y justicieros nos ponían en la disyuntiva infantil de escoger bando entre los policías y los ladrones, simplísima reducción del bien y el mal. Cabe decirlo, siempre ganaba el bien.
Pero la pantalla en blanco y negro nos ponía también en otro juego: indios y vaqueros, gracias a las emisiones de Hopalong Cassidy o “El llanero solitario” con todo y su piel roja “Tonto”, generosamente traducido como “Toro”.
Hoy esta simple distinción étnica entre nativos y “cowboys”, ya sería impensable por su incorrección política. Ya decir ´piel roja no se permite ni en los equipos deportivos. La hipocresía derrotó a John Wayne.
Pero en México tampoco se puede hablar ya de la dicotomía entre policías y ladrones, tomando esto último como sinécdoque del crimen o el delito, porque en este país los criminales o son policías o están protegidos por las fuerzas de seguridad cuyas ambigüedad es parte del aparato político.
La cadena es simple: el funcionario (alcalde, gobernador o algo más) con el respaldo económico del crimen organizado, gana las elecciones postulado por su partido político recolector de “aportaciones ´parea el movimiento”. Así designan protegen a los jefes policiacos de distinto nivel y estos a su vez establecen un sistema de operación entre la tolerancia, el disimulo y la apariencia.
La reciente “Operación enjambre” es una prueba más de esto.
De cuando en cuando una captura de importancia amplificada por los medios. Todo es un espejismo.
En los años setenta el comandante de la Policía Judicial Federal en el Aeropuerto era Arturo Durazo. “Excelsior” tenía una edición meridiana (“Ultimas Noticias”). Yo trabajaba ahí y el cierre nos obligaba a entregar toda la información antes de las 9 de la mañana.
--Oye, vente mañana con un fotógrafo, vamos a agarrar a unas contrabandistas de coca. Vienen de Perú en el vuelo de “Canadian Pacific”. Llega a las 7. Traen como veinte kilos.
A la hora de presentar el “operativo” a los medios (el mío y otros dos, cuando mucho), el alijo se había reducido a la mitad. Diez kilos y dos llamitas de peluche destripadas.
--¿Qué pasó Negro?, ayer dijiste 20 kilos.
--Nos dieron mal el pitazo, mano…
En la ciudad de México no sólo Durazo pasó de general policiaco a reo. Lo mismo le ocurrió a Santiago Tapia. Y seguir con otros mandos resulta innecesario y ocioso. Ya no es el problema del palo, la cuña y el apretón. Esto siempre ha ido más allá.
En la primera novela cuya trama expuso el problema de la colusión se le debe a don Manuel Payno: los bandidos de Río Frío.
Señala Mauricio Romualdo:
“En el último capítulo, Manuel Payno nos explica el caso de la vida real en que basó el relato de su obra:
«Se descubrió que un coronel Yáñez, ayudante de Santa-Anna, presidente de la República, era el jefe de una asociación que tenía cogidas como en una red a la mayor parte de las familias de México».
Hoy hemos visto casos tremendos, como en Guerrero y ahora en Tabasco, donde el gobernador May tiene entre ceja y ceja a Hernán Bermúdez, exjefe policiaco en ese estado, porque sostuvo (según el gober) ligas firmes con los grupos del crimen organizado, en los gobierno de Adán Augusto y Carlos Merino. Ambos –casualmente—de Morena.
¿Y hasta ahora se dieron cuenta?
FACEBOOK.
Agradezco profundamente la censura. Un anuncio al ir a la liga de un comentario mío en Radio Fórmula: dice: “Este video se quitó debido a que infringe las condición es de ser vicios de You Tube”.
Ahora el poder político no es el censor. Vamos progresando.