Si hemos de creer en sus intenciones políticas, divulgadas profusamente en todos los medios a partir de una entrevista con Joaquín López-Dóriga en RadioFórmula en noviembre del año pasado, Marcelo Ebrard utiliza desde ahora su presencia en el gabinete de CSP, para desplegar a toda máquina y sin visible competidor al frente, su campaña presidencial para el 2030, con varios elementos en su favor.
Entre ellos, paradójicamente, la abrumadora victoria electoral de Donald Trump. Cosa impensable en quien se quiso colar a la campaña, ya lejana, de Hillary Clinton.
Si la razón para entregarle la secretaría de Economía fue su experiencia internacional como canciller y en especial su conocimiento del equipo y temperamento de Donald Trump fue la inminencia de una revisión (terminará en renegociación desventajosa), del TEMEC, las actuales bravatas del presidente electo de Estados Unidos le han caído a Ebrard como anillo al dedo, para usar una imagen cara a los seguidores de la IV-T.
El cálculo inicial sobre su amplia experiencia, además de arriesgado, fue impreciso. El equipo de Trump ya no es el mismo de cuando México puso el muro militar (GN), en la frontera del sur, por imposición del presidente de Estados Unidos. Además, haber perdido en las primeras negociaciones migratorias, no augura un resultado diferente en las segundas. Si los factores son los mismos, los resultados serán iguales.
A Ebrard y a su jefe de entonces Trump los dobló en cinco minutos, plazo inauditamente breve para aflojarse, dijo el boca floja. En esas condiciones, el menos conveniente para segundas negociaciones, frente a un presidente gringo a cuyas malas mañas y peores artes se debe agregar la mayoría legislativa y judicial mezclada con dosis ponzoñosas de soberbia, era Ebrard. Mala cosa.
Pero la memoria de viejos servicios cuando el Movimiento era un embrión todavía tuvo efecto. No importa si en algún momento la actual presidenta era “esa señora” a la cual él no atendería, ni valen ya las denuncias de triquiñuelas y marrullerías en el dedazo presidencial de Morena por las cuales se quejó aquí y allá. Todo se disimula, si bien no se olvida.
Hoy Ebrard incursiona en todo ante la segundona actitud del secretario de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente, quien se comporta como subsecretario, no como canciller.
Ebrard ha hecho tronantes declaraciones, por ejemplo, en materia aduanal. Como si a él le correspondiera ordenarlo ha dicho, se acabó la fiesta; se van a revisar las patentes de las agencias por cuya papelería se introdujeron ilegalmente mercancías chinas al país.
Ha promovido amagos para la extinción de dominio del gigantesco edificio de “México-Mart” (cosa de la Fiscalía; no de Economía), convertido en un enorme supermercado de baratijas de Catay y ha tenido un papel preponderante en las declaraciones (no negociaciones) entre Sheinbaum y Trump.
En cuanto a lo primero, valga decirlo, México ha dado una prueba de la dimensión de su combate al contrabando: un decomiso de siete millones de pesos. Cifras de criada, diría Barrios Gómez.
Pero Marcelo sigue ofreciendo pruebas de su capacidad para la multitarea, tal y como lo hizo en el gobierno anterior, cuando gestionaba vacunas o rescataba al náufrago Evo Morales, hundido en los pantanos de su fallida reelección, sin dejar por eso de preparar una intervención de su jefe en el Consejo de Seguridad de la ONU. Un petardo, por cierto.
Ahora --máquina de trabajar sin pausa ni fatiga-- se ha convertido en pieza estelar, la más visible, en medio de la pastosa mediocridad del gabinete político, donde nadie le hace sombra. Es el único con estatura (en todos sentidos), para sobresalir entre tanto mastique.
Así pues, si su intención ya declarada sigue vigente (no habría razón para desestimarla), Ebrard da pasos firmes hacia su objetivo.
El riesgo estriba en la posibilidad de repetir su historia, casi casi como en la “liguilla“ del fútbol mexicano: desde la cima, ser eliminado cuando se juegue el pase a semifinales. “Cruzazulearla”, pues.