A inicios de la segunda década de este siglo, la llamada primavera árabe concitó esperanzas de cambio ante la posibilidad de que la democracia se abriera paso en países en los que han prevalecido regímenes monárquicos y de corte autoritario (Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen, Argelia, Omán, Bahréin, Jordania). La respuesta en general desde el poder fue la violencia y la represión. En ese marco aparecieron y proliferaron milicias, grupos de ideologías religiosas extremas, insurgencias armadas y paramilitares. Con la excepción de Túnez, en ningún país las manifestaciones populares dieron paso a la creación de regímenes democráticos.
El fracaso de los movimientos de cambio democrático en esa región acabó en estrepitosas crisis, y en varios casos fueron aprovechadas por movimientos de carácter extremista que hicieron acompañar al fracaso, cruentas guerras civiles como en Siria, o de abierta -y desastrosa- intervención extranjera como en Libia. Probablemente el fenómeno más desilusionante haya sido el caos que permitió el surgimiento del Estado Islámico.
Paradójicamente, en 2024, año histórico de coincidencia de numerosos procesos electorales en el mundo, que llevó a más de la mitad de la población mundial a las urnas en sus respectivos contextos nacionales, ha sido también el contexto del recrudecimiento de la violencia en las relaciones internacionales. De particular relevancia por razones obvias, fue la elección presidencial estadounidense en la que resultó triunfador para un segundo mandato el candidato republicano Donald Trump, convirtiéndose en el segundo presidente en la historia de ese país en gobernar durante dos periodos no consecutivos. Ahora se debate si, como producto de esa interrupción de continuidad, podría postularse para una tercera -segunda consecutiva- presidencia en 2028.
Por un lado, las consecuencias de largo plazo del fracaso de los movimientos de cambio democrático en la región de Oriente Medio y, por el otro lado, la reelección de Trump, se han conjugado en esta coyuntura para reavivar los cruentos conflictos de Gaza y Ucrania. Según los expertos, el regreso de Trump a la presidencia norteamericana supone dar carta blanca al primer ministro Netanyahu de Israel para su escalada bélica. Con respecto a Ucrania, el ahora presidente electo ha prometido acabar con este conflicto en un día. Es de sobra conocido que Trump tiene sintonía con personajes como Vladimir Putin.
Lo que hasta cierto punto es inesperado es el recrudecimiento de ambos conflictos en el interregno que va del término de la presidencia de Joe Biden después de las elecciones de noviembre y la toma de posesión de Trump en enero de 2025.
En el caso de Ucrania, la reciente autorización de Biden al gobierno ucraniano de utilizar misiles de tecnología y fabricación estadounidense ha generado una respuesta agresiva de Putin y la amenaza de una escalada nuclear del conflicto.
En el caso de los frentes de batalla de Netanyahu, particularmente en Líbano en donde se enfrenta a Hezbolá, se ha llegado a un frágil acuerdo de cese al fuego, que no equivale, desde luego, a un acuerdo de paz, y que más allá del cese temporal de hostilidades, ha abierto las especulaciones a suponer que se trata de un compás de espera para un rearme y refresco de tropas. La ofensiva en Gaza continúa devastadora como ha sido desde octubre de 2023, cobrándose un alto número de víctimas mortales civiles.
Más recientemente, en Siria nuevamente, hemos atestiguado el avance de fuerzas yihadistas (Hayat Tharir al Sham y aliados) y la toma de la importante ciudad de Alepo, entre otros puntos de relevancia, haciendo retroceder a las fuerzas del gobierno de Bashar al Asad, que tiene el apoyo de Rusia e Irán, y que mantenía el control de dicha ciudad desde 2016.
No deja de llamar la atención que en las tres situaciones de conflicto es posible observar prácticamente a los mismos actores globales y regionales interactuando y enfrentándose. Probablemente esos actores, si bien por razones diferentes, se han dispuesto a ensayar movimientos agresivos de reposicionamiento de cara a lo que se espera será la reedición de la era Trump con su regreso a la presidencia más poderosa del mundo.
Ciertamente, y más allá de consideraciones geopolíticas, los actores involucrados parecen no tener empacho en jugar con fuego y en acariciar la posibilidad de incendiar las praderas.