Opinión

Isis, arquetipo mitológico de la madre

La diosa Isis

La Madonna con el niño ha sido un motivo recurrente en la iconografía católica. Incluso en las iglesias católicas iconoclastas de Oriente, es decir, que rechazaban el uso de las imágenes como objeto de culto, la virgen con el niño se encontraba, de alguna u otra forma, presente en los recintos religiosos. Desde la Edad Media, infinidad de pintores y escultores – desde Giotto y Lorenzetti, hasta Salvador Dalí, pasando por los grandes pintores del Renacimiento como Leonardo da Vinci, Rafel y Miguel Ángel- han representado, de manera tenaz, a la virgen con el niño dios en su regazo.

Fue el Evangelio de Lucas -que se piensa fue escrito hacia el año 80 d.C. y difundido ampliamente durante el siglo III-, el que establece que la Virgen María concibió a Jesús por obra de Dios. Sin embargo, no fue hasta el año 431, en el Concilio de Éfeso, una ciudad ubicada en el lado oriental del Mar Egeo y asiento principal del culto a Artemisa, la diosa griega de la caza y la virginidad, que la Iglesia aceptó este dogma y declaró que María era la verdadera madre de Cristo (Theotokos, en griego). A partir de entonces, el arte sacro no ha dejado de ocuparse de este tema.

En la mitología egipcia se encuentra el antecedente más remoto de la imagen que el catolicismo popularizó. La diosa Isis aparece cargando al niño dios Horus, con la aparente intención de amamantarlo con su pecho izquierdo. Estos dos personajes de la antigua religión egipcia forman parte de uno de los relatos míticos más importantes de esa milenaria civilización.

Se cuenta que la diosa del cielo, Nut, dio a luz a dos parejas de mellizos: Osiris e Isis, Seth y Neftis. Ambas parejas eran hermanos y esposos. En una ocasión, Osiris durmió con Neftis, la esposa de su hermano. Lo hizo seducido por ella o, según otros, pensando equivocadamente que yacía con su propia pareja. Este descuido causó el enojo de Seth, quien juró vengarse.

La represalia que ideó fue producto del engaño. Mandó construir un hermoso sarcófago decorado con oro, con las medidas exactas de Osiris y, en una fiesta, lo ofreció como regalo para aquel que cupiera perfectamente en él. Todos los invitados probaron metiéndose en el cajón funerario y, para su mala suerte, ninguno cabía a la perfección. Para algunos era demasiado grande y para otros, muy pequeño. Cuando tocó el turno de Osiris, se dice que, en el momento de acomodarse en el sarcófago, Seth ordenó a sus sirvientes que lo cerraran sin dar tiempo a que su hermano reaccionara. Clavaron la tapa y lo aseguraron con unos cinchos de metal. El sarcófago fue arrojado al Nilo, donde Osiris pereció.

Al enterarse de lo sucedido, Isis emprende la búsqueda del sarcófago a lo largo del río, sin éxito. Llega a un lugar de Siria en donde encuentra un frondoso y aromático árbol en cuyo ancho centro había quedado atrapado el sarcófago con el cuerpo de Osiris. En algunas versiones, se cuenta que el árbol fue talado por un rey sirio y con él había hecho una enorme columna colocada en el centro de su palacio. Hasta ese lugar fue Isis para intentar recuperar a su esposo.

Al hacerse con el pilar de madera, Isis lo hizo subir a una barca para llevarlo de nuevo a Egipto. Durante la travesía de regreso por el Nilo, Isis abrió la caja y se acostó con el cuerpo del dios muerto. Así concibió a su hijo Horus, el dios con cabeza de halcón, que representa al sol.

Por temor a ser encontrada por Seth, Isis permaneció oculta durante un tiempo entre los pantanos de papiro que crecen a la orilla del río. Pero las precauciones tomadas por la diosa fueron insuficientes para el obstinado Seth. En una jornada en la que Seth salió a la caza del jabalí, una actividad común de la realeza, encontró, escondida entre las ramas, a Isis con Horus y con el cuerpo de su marido.

Seth tomó el cuerpo de Osiris y lo partió en pedazos que luego arrojó al Nilo. Nuevamente Isis emprende la búsqueda de los restos de Osiris entre las aguas. Después de un intenso trabajo, logró rescatar todas las piezas y procedió a unirlas, como en un rompecabezas, para darle integridad nuevamente al cuerpo de Osiris. La única parte del cuerpo que Isis nunca pudo encontrar fueron sus genitales, porque se cree que se los había tragado un pez.

Hay quien piensa que Isis reconstruyó el pene de Osiris con tallos de papiro y fue entonces, no antes, que decidió colocar su cuerpo encima del dios muerto para concebir mágicamente a Horus.

Con la ayuda de Anubis, el dios con cabeza de chacal, el cuerpo de Osiris fue embalsamado para que pudiera tener una vida eterna en el inframundo, dando inicio a la costumbre egipcia de intentar evitar la descomposición del cuerpo sin vida y a los rituales de restauración y renacimiento.

Horus inició una batalla eterna con el asesino de su padre, de la cual, al final, salió victorioso, no sin pagar antes cuotas de debilidad y sufrimiento. En una refriega con Seth, Horus pierde un ojo. Al presentar su ojo muerto en el altar de Osiris como ofrenda, el ojo de Horus vuelve a la vida.

En la civilización egipcia, Osiris es el dios de la fertilidad y la cultura, que reina en el mundo de los muertos. Horus, el joven con alas y cabeza de halcón, reina en el mundo de los vivos y representa al disco solar, que en su recorrido diario, muere al ser tragado por la boca de su abuela Nut al atardecer, para renacer de su matriz al amanecer. Seth, el antagonista, simbolizaba la sequedad del desierto, la infertilidad, la desgracia y la maldad.

La religión egipcia consideraba que los faraones eran encarnaciones del dios Osiris y por esa razón se identificaban con Horus.

Isis, la madre de dios, es representada llevando un trono en su cabeza. Ese trono simboliza el asiento desde el que gobernó su hijo y en el que se entronizan todos los sucesivos faraones. La escultura egipcia y su iconografía cambió, con el tiempo, esa silla real por el regazo de la madre, creando de esa forma el poderoso arquetipo de la madre protectora y amorosa.

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