La democracia es, dicho de forma muy sencilla, una forma de organización en la que la preferencia de la mayoría de una comunidad prevalece. Sin embargo, no siempre se repara en que la existencia de una mayoría implica, necesariamente, la de un segmento minoritario con ideas contrarias que sigue siendo parte de la colectividad y mantiene una postura distinta a la del resto. Por esta razón, la democracia no puede ser entendida únicamente como la decisión de la mayoría, sino sobre todo como la convivencia de esta con quienes piensan diferente y a quienes, aun siendo menos, se les debe escuchar, tomar en cuenta e incluir en el proyecto colectivo. Si la primera característica de la democracia es la de asumir lo expresado por la mayoría, el signo posterior inmediato es el de reconocer, respetar e incluir a la minoría.
En la organización política típica de las democracias de nuestros tiempos en las que los partidos políticos constituyen los vehículos institucionales en los que circulan las visiones y propuestas sobre el destino y el proyecto de un Estado y su pueblo, aquellos que no logran convencer a la mayoría de las y los ciudadanos y por lo tanto no se convierten en gobierno, constituyen lo que cotidianamente conocemos como la oposición política. En ella radica parte importante del vigor y la salud de la democracia, pues el ejercicio del poder tiene, de forma natural e invariable, un efecto posesivo y exponencial, el cual provoca que quien adquiere busque, primero, mantenerlo y, después, incrementarlo. Sin oposición política, quienes ejercen el poder corren el riesgo de convertirse en conservadores y absolutistas de aquél. Todo el poder concentrado en los mismos para siempre y con ello el fin de la democracia misma. De ahí la importancia de la oposición política para mantener fuerte y sana a la democracia.
Con este contexto teórico, pero absolutamente lógico, visible y cotidiano para cualquier persona, es que resulta incomprensible la incapacidad que las oposiciones políticas de varios países muestran tras resultados electorales que podrían considerarse como sorprendentes por ser contrarios a lo que los sistemas políticos marcaban como ‘lo probable’ o ‘lo normal’. Los casos de Argentina, México o Estados Unidos son ejemplificativos de lo anterior. Lo mismo kirchneristas que priistas, panistas y demócratas, estas oposiciones no solo se muestran incapaces de articular una propuesta o proyecto que represente a las minorías, sino que incluso siguen sin entender las causas de sus derrotas. Como dando tumbos en la obscuridad, llevan meses e incluso años tropezando con sus propios pies sin darse cuenta que su incapacidad no solo los aleja de ser viables para, en algún momento, recuperar el poder, sino que los convierte en cómplices involuntarios del debilitamiento de la democracia en sus países.
Desde hace algunos años, distintos autores vienen señalado que la democracia – “el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”, de acuerdo con el sarcástico Winston Churchill – está en riesgo por la proliferación de gobiernos autoritarios que buscan perpetuarse en el poder. Sí, sin duda la llegada al poder de este tipo de opciones políticas es algo que debe analizarse, pero no podemos perder de vista que la naturaleza del poder es, como ya habíamos mencionado, posesiva y exponencial, conservadora y absolutista. Si por ellos fuera, los gobernantes, incluso los más demócratas, mantendrían e incrementarían su poder más allá de lo que las leyes les permiten. Tampoco podemos cerrar los ojos a lo que apenas en mi anterior colaboración señalaba y que Jacobo Dayán define como “el vaciamiento cultural de los valores de occidente”. Los principios y valores de la sociedad han cambiado y hoy las personas parecen dar poca relevancia a conceptos y elementos sobre los que se construyeron los Estados contemporáneos.
Sin embargo, en medio de la naturaleza propia del poder y los gobernantes y del vaciamiento cultural de los valores, la oposición política tiene una responsabilidad de la que tramposamente huye o, peor aún, que ingenuamente ignora. En esa balanza que equilibra al poder absoluto y a la democracia, ese fiel llamado oposición política parece estar vencido, roto y desvencijado.
Profesor y titular de la DGACO, UNAM
Twitter: @JoaquinNarro
Correo electrónico: joaquin.narro@gmail.com