Este viernes se cumplen 100 años del nacimiento del gran politólogo italiano especializado en el estudio de las democracias, los partidos políticos y la comparación en las ciencias sociales, Giovanni Sartori, en la ciudad de Florencia, el 13 de mayo de 1924. Desde entonces y hasta su fallecimiento en 2017, formuló importantes contribuciones que permitieron el desarrollo de la ciencia de la política a nivel internacional, por lo que es considerado uno de los grandes pilares del pensamiento politológico contemporáneo.
Fundador de la primera Facultad de Ciencias Políticas en su país -la florentina “Cesare Alfieri” donde creó la Revista Italiana de Ciencia Política-, fue igualmente “Albert Schweitzer Professor in the Humanities” en la Universidad de Columbia en Nueva York de la que terminó siendo profesor emérito. También enseñó en el Instituto Universitario Europeo y la Universidad de Stanford en California. Por mi parte, tuve el altísimo privilegio de poder asistir a sus clases en la Villa Fabbricotti al inicio de los años 90, donde la Universidad de Florencia organizaba los cursos del doctorado de investigación en Ciencia Política para los estudiantes que entonces integrábamos el Quinto Ciclo de su programa de estudios.
Cuando Sartori publicó: “Democracia y Definiciones” (1957), abrió un debate sobre las debilidades del régimen democrático entre las que identificó los desafíos del ciudadano total y la tiranía de la mayoría.
Las democracias, afirmaba, evidencian grandes desencantos, disfunciones y defectos. No obstante, ellas representan un sistema ético-político que es deseable porque tutela los derechos y las libertades civiles en las sociedades contemporáneas y porque se distinguen radicalmente de la democracia de los antiguos, donde es libre la ciudad pero no los individuos. Su teoría de la democracia, de un lado, es prescriptiva y normativa, focalizando los ideales y valores que la caracterizan; del otro, es descriptiva y empírica porque analiza concretamente cómo funcionan y procesan las demandas ciudadanas. Para Sartori la tensión entre estos ámbitos se proyecta como un debate entre idealistas y realistas, entre perfeccionistas y factualistas, entre racionalistas y empiristas. Las diferentes respuestas a estas problemáticas tienen que ver con la satisfacción de las expectativas sociales y con la adecuada relación entre gobernantes y gobernados por medio de la rendición de cuentas.
El profesor afirmaba que aquello que la democracia debe ser no puede disociarse de cómo la democracia funciona en los hechos. Las instituciones y los ideales democráticos son dos caras de la misma moneda. Las primeras forman parte de los ideales democráticos en cuanto representan el medio necesario para lograr el fin ideal, pero por sí mismas no agotan el ideal democrático. Este se manifiesta en las finalidades que deben proponerse los demócratas en su acción política concreta. Por esta razón, el politólogo florentino consideraba necesario combatir la actual política que solamente preocupa por los medios y que desprecia los fines.
Sartori advierte en su última obra: “La Carrera Hacia Ningún Lugar” (2015), sobre la crisis de la política, los borrosos límites entre la libertad y la dictadura, así como sobre los riesgos implícitos en las formas de gobierno populista de carácter unipersonal, clientelar y demagógico y, en algunos casos, de tipo autoritario.
La crisis de la democracia se traduce como una crisis de sus fundamentos éticos, representados por la separación entre su funcionamiento defectuoso y los ideales de justicia y libertad que la caracterizaron originalmente. Son las fracturas impuestas a la democracia por sus enemigos externos e internos que buscan permanentemente reducirla, limitarla y vaciarla de contenidos. Se requiere de una nueva gobernanza que permita un equilibrio entre las expectativas de los ciudadanos y las respuestas institucionales. El profesor Giovanni Sartori formula un poderoso llamado para no permitir que este malestar se transforme en odio hacia la democracia.