Los datos dicen más que las palabras. La demagogia se topa con la verdad con el pasar del tiempo. El escrutinio de la investigación científica hace que salga a la luz la realidad. El análisis de la mortalidad reportada versus la mortalidad en exceso durante la pandemia de COVID 19 revela en forma casi monstruosa la falsedad, inoperancia y fracaso de muchos gobiernos en relación con la atención de la pandemia.
El exceso de mortalidad se refiere al número de muertos que ocurrieron en un período determinado, que rebasa lo esperado de acuerdo con lo sucedido en años anteriores y al crecimiento de la población. En situaciones como una pandemia, el exceso de mortalidad es claramente atribuible a esta, independientemente de la causa de muerte de cada individuo. Los datos muestran que lejos de ser como Dinamarca, fuimos de los peores países de América Latina.
De acuerdo con los datos de The Economist y de la Organización Mundial de la Salud que se pueden revisar en go.nature.com/3gtysud, en el período de tres años comprendido entre el 1 de enero de 2020 y el 31 de diciembre de 2022, la mortalidad por COVID en México fue de 331,560 personas, pero el exceso de mortalidad fue de 693,122. Es decir que 361,562 personas que fallecieron no fueron reconocidas como muertes por COVID. Muchos seguramente murieron por COVID no diagnosticado y otros de diversos problemas de salud que no encontraron resolución porque el sistema de salud estaba colapsado. Con estos números podemos decir que la mortalidad por la pandemia de COVID en México fue 110 % más de la reconocida oficialmente.
En contraste, la mortalidad por COVID en Chile, Costa Rica, Perú y Uruguay fue similar a la oficial, mientras que en Panamá, Brasil, Colombia, Paraguay y Argentina osciló entre el 10 y el 50 % más. Similares a México estuvieron Ecuador y Honduras.
En Dinamarca la mortalidad por COVID fue idéntica al exceso de mortalidad. Así ocurrió también en la Gran Bretaña y Francia. En otros países ricos, algunos con menor población que la de México (Alemania, Canadá, España, Italia y Portugal) y otros con mayor población, como Estados Unidos, oscilaron entre el 20 y el 40%. Estoy seguro de que, si la promesa hubiera sido que al final del sexenio tendríamos una salud como la de Ecuador u Honduras, nos hubiéramos molestado porque creíamos que la nuestra era mejor.
La negación de hacer pruebas para detectar el COVID, el mal ejemplo de no querer usar cubrebocas, el arma secreta del “detente”, la distribución irracional de ivermectina y la fuerza moral que confería protección no sirvieron de nada. Perdimos 693,122 compatriotas, de los cuales a 361,562 ni siquiera los reconocen.
Lo que más preocupa ahora es que el recorte brutal del presupuesto para el sector salud que se avecina para 2025 demuestra con claridad que no aprendimos nada. De lo contrario, el sector salud tendría que doblar su presupuesto cada año para que la población esté más sana y las instituciones preparadas para la próxima pandemia. Al contrario, cuando venga la siguiente nos va a encontrar en una situación más vulnerable que cuando llegó el SARS-CoV-2.
Hablando de pandemia, aprovecho para preguntar a la población antivacunas: ¿En dónde están los miles de muertos que, según ellos, iban a ocurrir por las vacunas anticovid? Y, hablando de vacunas, aprovecho también para recordar que nos gastamos cerca de mil millones de pesos en la vacuna Patria que poco o nada sirvió.
Dr. Gerardo Gamba
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e
Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM