No somos iguales. Nosotros no advertimos contra la violencia estadounidense.
Estados Unidos promociona alertas sobre Polanco o cualquier otra zona tan frecuentemente como nosotros omitimos hacerlo respecto de crímenes en Manhattan o Nueva Orleans. Sicarios con motos aquí, asesinos en bicicleta y peatones con pistola, rifle automático o arma punzocortante empuñada por individuos con problemas de interacción con la realidad y adicciones masivas y problemáticas, allá.
Así sea como táctica de gestión de posicionamiento en opinión pública internacional, no sobraría a las oposiciones y segmentos del gobierno ser más asertivos y convergentemente críticos respecto de la violencia en los diversos puntos rojos del vecino del norte, sea en el Metro de Brooklyn, en un edificio público o comercial en la Quinta Avenida o chelerías y entornos criminógenos de la Bourbon Street.
Desde Manhattan hasta Polanco. En bicicleta o en motocicleta. Con un Bajío real asolado por crímenes en el centro de México o hasta en el aire con el intento por secuestrar un avión de Volaris —impedido por la tripulación— mientras cubría la ruta El Bajío-Tijuana, cuando salía de León para llevarlo a EU, y no solamente en el restaurante capitalino del mismo nombre. Las estampas exhiben la vulnerabilidad frente a la violencia prepagada, peligrosamente ocurrente y eventualmente ordenada por grupos delictivos. Intuitivamente y con datos en la mano se asumiría: ¿si no estamos cerca de los grupos delincuenciales, no seremos víctimas de ellos?
Los espacios cotidianos de convivencia percibida como segura terminan antes del ocaso. Se hace deseable la presencia de fuerzas federales en el inicio de una estrategia de recomposición de la seguridad, como ocurre en Sinaloa. Ciertamente, no más de la décima parte del territorio nacional concentra el 80 por ciento de asesinatos entre organismos delictivos.
Comenzamos a percibir fortalecimiento de estructuras de seguridad por decisión de la Presidenta Claudia Sheinbaum. De ahí las reformas constitucionales para ampliar las facultades investigativas de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, a cargo de Omar García Harfuch, como en su momento se hizo en la capital nacional. Detenciones y decomisos calificados como históricos en una estrategia catalogativa más notoria que su número. Y sabemos de la economía delincuencial como una causa a distinguir en el escenario real de los obstáculos a la paz.
Los instrumentos empleados para la comisión de los delitos tienden a ser similares en Nueva York, CDMX, Guanajuato o Sinaloa. Afuera de un hotel de Manhattan, a plena luz del día fue asesinado Brian Thompson, el CEO de UnitedHealthcare, de un disparo por la espalda por parte de un sicario a la fuga en bicicleta. Las cámaras de videovigilancia, herramienta de probada eficacia, ubicaron al asesino al tomar un taxi. En Estados Unidos persiste un problema de seguridad aun cuando se vea más la paja en el ojo ajeno. A veces una viga.
El mismo día, en una plaza de Polanco, dentro del restaurante El Bajío, fue asesinada una persona coludida con cárteles, aunque sin órdenes de aprehensión en su contra. Los atacantes escaparon en una motocicleta. Como parte de las investigaciones, la Fiscalía General de Justicia, a cargo de Ulises Lara, analiza los registros de las cámaras del C5.
En la capital nacional, gobernada por Clara Brugada, hay una disminución de 42 por ciento en homicidios dolosos en los últimos seis años, así como una estrategia para fortalecer la persecución y captura de los transgresores de la ley. Resultados inimaginables en 2019. Y el gabinete está alerta a variaciones.
Entre El Bajío restaurante y el Bajío mexicano hay gran distancia. Guanajuato concentra el mayor número de homicidios dolosos a nivel nacional, con 2 mil 119 entre enero y octubre, la Ciudad de México registra 684. Menos de una tercera parte aquí en CDMX.
Un Bajío real más allá del susto comensal o a 10 mil pies.