Nuestros maestros de educación básica son particularmente inteligentes, creativos e ingeniosos y uno se sorprende al verificar que son capaces de resolver con sorprendente eficacia los problemas más complicados. Gran parte de su éxito reside en su amor por el oficio, en la conciencia de su responsabilidad y la alegría que aportan a la convivencia escolar.
Un problema crucial de la enseñanza a lo largo de la educación básica es el mantenimiento del orden en la clase. No pretendo en este texto dar lecciones a los que ya saben cómo hacerlo, sino ofrecer una serie dispersa de apuntaciones que pretenden subrayar aspectos que juzgo importantes.
Un problema mayor, sobre todo cuando el maestro enfrenta grupos numerosos de alumnos --en escuelas sobrepobladas—que se complica en secundaria y preparatoria cuando los alumnos enfrentan las vicisitudes de la adolescencia, es el orden en el aula. Dos investigadoras de la Universidad Iberoamericana de León, Guanajuato, Cecilia Fierro y Patricia Carbajal llegaron a la conclusión de que un alto porcentaje (30%) del tiempo de su jornada diaria los profesores de primaria lo invertían en conservar el orden en sus aulas y que sus tres intervenciones más recurrentes eran: ¡Siéntate!, ¡Cállate! y ¡Presta atención! (Mirar la práctica docente desde los valores. Gedisa, 2003)
El problema del orden no es fácil de afrontar: no se trata de imponer una disciplina determinada, sino de construir entre todos, maestros y alumnos, un orden consensuado de buenas relaciones: lo cual no siempre es fácil de lograr. El principal consejo para los maestros es que mantengan (o traten de mantener) siempre una actitud “profesional” ante los alumnos.
El orden no debe decidirse en cada intervención docente: es un tema que se relaciona con reglas y acuerdos claros y precisos entre todo el grupo. Al inicio del ciclo escolar es conveniente hacer un pacto o contrato obligatorio para todos que deje plasmados por escrito las obligaciones de cada uno de los miembros del grupo.
La tarea docente es muy complicada: explora campos de conocimientos y de destrezas desconocidos; aclara las ideas; las simplifica todo lo que es posible; capacita a los alumnos para efectuar más tareas y realizarlas del modo más perfecto, para mejor comprenderlas. El tema del orden-desorden en la clase juega como un elemento crucial para la adecuada realización de estas tareas.
En la medida que los profesores realizan correctamente su trabajo, los estudiantes estarán amistosamente satisfechos con ellos. No es pertinente, por ejemplo, adoptar conductas sobreprotectoras con los alumnos de tal o cual estrato social, aunque hay que tratar de atender (en lo posible), los intereses y necesidades de cada alumno en los individual y aplicar constantemente criterios de equidad (mayor atención a los que más lo necesitan).
La búsqueda del orden y la armonía no debe conducir, en ningún caso, a que desaparezca la autoridad o jerarquía del docente. El maestro es el árbitro de los conflictos en el aula y es quien tiene la responsabilidad de dirigir la enseñanza. Es un absurdo proponer, como lo hace la Nueva Escuela Mexicana, que la autoridad docente desparezca para que se inviertan los papeles: que el alumno funja como maestro y el maestro como alumno.
La timidez es una virtud de poca utilidad en el aula. Hay buenos docentes que incurren en el error de que se cuidan de no perder el afecto de los alumnos, lo cual los convierte en individuos aprensivos y condescendientes que eventualmente terminan por perder el control de su grupo y propiciar el desorden. Lo importante es conservar en todos los casos una actitud afable, pero “profesional” sin perder de vista que la principal motivación para el orden y el buen comportamiento es la alegría y satisfacción que produce el aprendizaje.
El profesor debe conocer lo más posible a sus alumnos. Hay que aprender sus nombres, sus antecedentes, su record de calificaciones, sus inclinaciones, sus materias preferidas, su experiencia educativa, sus fortalezas y debilidades, etc. Construir un perfil intelectual de cada alumno es una gran ventaja para el que enseña, porque ese conocimiento es la base para construir una estrategia didáctica. Cada escuela debe elaborar un registro académico de cada alumno o, en su caso, el maestro puede llevar aplica una, o varias, encuestas para cubrir ese expediente.
El centro de la enseñanza debe ser el alumno individual, aunque la enseñanza en grupos grandes (30 alumnos) no siempre lo permite, en tal caso es posible que el maestro desarrolle ciertas variantes organizativas para mejorar el rendimiento: crear grupos pequeños de trabajo, segmentar el grupo en espacios de trabajo colaborativo, incorporar experiencias con las TICs, etc. Las circunstancias materiales del trabajo docente dictarán las posibilidades de innovar en la organización del grupo.