El adorno telar de los franceses llamado “trou-trou” (una sucesión de agujeros cuadrados a través de los cuales en ocasiones se inserta un listón), se parece a la circunstancia nacional en materia exterior: nos están haciendo el “Tru-tru” (hoyo, hoyo en francés).
Por un lado TRUmp y por el otro TRUdeau. Uno nos quiere anexar y el otro nos quiere expulsar.
Y frente a eso no hemos reaccionado como un país moderno. Nos refugiamos en la rumia de los agravios y hallamos consuelo en la evocación de una pretérita grandeza imaginaria.
Les pedimos auxilio y contrapeso a los hallazgos culturales de los pueblos originarios (inútiles en este contexto) o le atribuimos poderes defensivos al himno nacional, hermosa herencia del Santanismo destructor. Y no olvidemos, Santa Anna también se apellidaba López.
Pero eso es anecdótico en el mejor de los casos. Lo serio en este asunto son dos cosas, a mi entender (poco, dirán muchos acertadamente).
Primero, seguimos creyendo en la política exterior como una materia de política interior. Y eso es un error muy grave. Un ejemplo:
Cuando Donald Trump anuncia una política de expulsión no atinamos a negociar con él personalmente. Primero jugamos al teléfono descompuesto. Luego, preferimos enviar al secretario de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente, a recorrer los consulados.
Es decir; en lugar de acudir a las fuentes directas del problema (los funcionarios del futuro gobierno trumpista o a Trump mismo), hablamos con empleados del gobierno mexicano quienes poco o nada pueden hacer. Hablar con los cónsules para ver sus alcances cuando ocurran las expulsiones, es aceptar desde ahora la política deportadora del futuro POTUS.
En este caso México se ha comportado entre la incomprensión (no comprender) y la indignación sin fruto.
Hace una semana, más o menos, Trump reventó una más de sus bombas de humo. Tras una cena de Acción de Gracias y en medio del festivo ambiente del pavo y la jalea de manzana. Canadá debería anexarse a los Estados Unidos.
Trudeau se rio. Pero hay elementos históricos:
En Canadá ha existido un sentimiento añejo de “anexión cautelosa” con la cual algunos políticos de ese país abrieron su agenda del siglo XX, entre ellos el liberal Wilfred Laurier quien negoció con Estados Unidos el primer tratado entre ambos países, en 1911.
El conjunto de ese tratado y la sospecha de una anexión generaron amplios disensos entre los canadienses. Los Conservadores esgrimieron la amenaza contra los Liberales y los acusaron de intentar la venta de la nación, como había ocurrido con México o con Francia y la Luisiana (siete dólares por hectárea), o con Rusia y Alaska), y Laurier fue defenestrado quince años después de tomar el cargo.
En el caso actual Trump revivió –en broma-- esos rescoldos.
En el caso mexicano nunca ha habido intentos anexionistas ni serios ni en broma. Cuando los EU necesitaron territorio lo consiguieron con las armas. Hicieron una guerra desastrosa para México y dejaron sin ratificar el Tratado McLane-Ocampo.
“Si vamos a subvencionarlos, que se conviertan en un estado. Estamos subsidiando a México, a Canadá y a muchos países de todo el mundo. Y lo único que quiero es tener un campo de juego parejo, rápido, pero justo”.
Por eso cuando Trump confundió balanzas comerciales con subsidios y sugirió la anexión de México y Canadá a la Unión Americana como una solución para estos desequilibrios, las carcajadas le dejaron paso al estupor, la presidenta CSP habló de suspender el intercambio de declaraciones para dar paso a la negociación diplomática.
“Derivado de todos estos temas (EoL), Sheinbaum Pardo expresó que dejará de lado el diálogo que (no) ha tenido con el presidente Trump mediante los medios de comunicación y que ahora serán los equipos de trabajo quienes tendrán mayor coordinación”. Así debió ser desde el principio.
Pero ya llegamos tarde.
--0--