Anfitrión era originario de Beocia y esposo de una hermosa mujer de nombre Alcmena. Había ido a la guerra para vengar la muerte de los ocho hermanos de Alcmena y liberar a Tebas del azote de la monstruosa zorra Teumesia que, como antaño lo hacía la Esfinge, aterrorizaba a los tebanos. Cuando las batallas concluyeron, Anfitrión se dispuso a regresar a casa para presumir su victoria y mostrarle a su amada el botín que había obtenido. Fue entonces cuando Zeus se adelantó en el camino y apareció en la casa de Alcmena disfrazado de Anfitrión.
La mujer lo recibió gustosa, aceptó agradecida los regalos, escuchó atenta los relatos heroicos que apasionadamente le contaba y, por la noche, disfrutó de un feliz y amoroso encuentro, sin percatarse de que con el que yacía era realmente con el tramposo Dios disfrazado. Se cuenta que Zeus disfrutó tanto aquella unión, que hizo que esa noche se alargara y durara el tiempo equivalente a tres días.
Al día siguiente llegó a Beocia el verdadero Anfitrión. Al presentarse lleno de pasión ante Alcmena, ésta lo recibió con cierta indiferencia y sin muchas ganas de ir a la cama. Dijo a su marido: no esperarás que hagamos el amor tan apasionadamente como anoche, ni que vuelva a escuchar las hazañas de tu victoria. Hoy estoy un poco agotada. Anfitrión, confundido y resignado, aceptó el breve encuentro marital que su esposa le ofreció esa noche, sin ánimo.
Intrigado, Anfitrión decidió consultar con el adivino Tiresias el sentido de las palabras de Alcmena. Así se enteró del engaño de Zeus. Tiresias le reveló que Zeus lo había hecho cornudo.
Durante el embarazo, Zeus se jactaba de que había engendrado con Alcmena a un hijo que sería un gobernante tan poderoso que protegería por igual a dioses y mortales. A los dioses los ayudaría a ganar su guerra contra los Gigantes y a los humanos a vencer las calamidades que asolaban sus ciudades. Hera, al escucharlo, motivada por los celos, quiso impedir primero, y luego retrasar, por todos los medios, el nacimiento del héroe.
A los nueve meses, y a pesar de los intentos de Hera por impedirlo, Alcmena dio a luz a los mellizos Heracles e Ificles. Hera, que no daba su brazo a torcer, envió a la cuna de los recién nacidos a dos enormes y venenosas serpientes, para que los mordieran y acabaran así con sus vidas. Mientras Ificles, el mellizo más débil, lloraba aterrorizado e intentaba huir por la inesperada amenaza, Heracles valientemente tomó por el cuello a las serpientes, una en cada mano, y las estranguló, causándoles la muerte instantánea.
En una versión del relato, se afirma que fue el propio Anfitrión el que envió a unas inofensivas culebras para poner a prueba la valentía de los infantes y saber, de esta forma, quién era su hijo y quién el descendiente de Zeus.
A consulta expresa, nuevamente fue Tiresias el que confirmó que Heracles era el pequeño que tenía sangre divina y vaticinó que le esperaba una vida inmortal al lado de los dioses, no sin antes enfrentar heroicamente una serie de dificultades, y superar un lamentable y trágico episodio de locura en el que mataría a sus propios hijos.
La grandeza del recién nacido Heracles se narra en otro mito. Se dice que Hermes, el dios mensajero, fue enviado por Zeus con Heracles al Olimpo, donde Hera dormía. Lo colocó en el pecho de la diosa, quien lo amamantó, sin saber de quién se trataba. Cuando supo que le daba de comer al hijo ilegitimo de su esposo, lo apartó bruscamente de su pezón, dejando escapar por los aires un poco de la leche divina. Este líquido blanco formó en el cielo nocturno la Vía Láctea y eso, según el mito, presagiaba la inmortalidad del pequeño.
Ificles, por su parte, fue un personaje mitológico menor. Su hijo, Yolao, tuvo mayor relevancia, especialmente cuando auxilió a Heracles en su triunfo en la casi infinita batalla que libró con la hidra de Lerna. Se menciona a Ificles tangencialmente en el grupo que acompañó a Meleagro en la cacería del jabalí de Calidón. Ahí se dice que fue el primero en rozar con su lanza un costado del jabalí. En algunos relatos, se le atribuye a Ificles haber salvado a Yolao y a Mégara, la esposa de Heracles, cuando éste, en su locura, quiso causarles la muerte.
Ificles murió, sin pena ni gloria, en la guerra que Heracles mantuvo con Hipocoonte, rey de Esparta. Para el héroe, la muerte de su hermano fue considerada un “daño colateral”
El tema de los mellizos es común en la mitología y, el que habla de aquellos que nacen de una misma madre, pero de diferente padre, uno divino y otro mortal, no es exclusivo de los gemelos Heracles e Ificles. El mito de Cástor y Pólux repite este patrón narrativo.
El tema del nacimiento de Heracles, como muchos otros mitos, ha sido objeto de diversos tratamientos en el arte. En la pintura, la literatura, la escultura. El escultor estadounidense del siglo XIX, Horatio Greenough, esculpió en 1840 la estatua en mármol del héroe de la independencia de ese país, George Washington, ubicada frente al Capitolio. Washington está sentado en un trono, exhibe su torso desnudo y musculoso. La cara de frente dirige su mirada al horizonte. En su mano izquierda sostiene una espada y su brazo derecho se alza para señalar con su dedo índice hacia el cielo. El héroe de la independencia es equiparado con el Zeus olímpico.
En el lado izquierdo del pedestal de esta estatua, Greenough esculpió un bajorrelieve donde está representada la escena del nacimiento de Heracles e Ificles.
El historiador colombiano Adolfo León Atehortúa, citando la obra del brasileño Eduardo Prado, La ilusión americana, nos recordó en un artículo publicado en el periódico El tiempo, a principios de este año, lo que el escultor supuestamente quiso significar al colocar allí este bajorrelieve. Los hermanos Heracles e Ificles representan a las dos américas: la del norte y la del sur: “una personifica la cobardía y el llanto, la otra, la majestad divina de Heracles”.
Esta visión decimonónica de los estadounidenses sobre los “vecinos distantes” -uno majestuoso, poderoso y el otro débil, quejumbroso- ha persistido, de alguna u otra forma, con algunos matices, a lo largo del tiempo.
En el año 2003, el ex embajador de los Estados Unidos en México, Jeffrey Davidow, publicó un libro que recoge su experiencia en el cargo, de 1998 a 2002. El libro se titula: El oso y el puercoespín. Trata de entender la tremenda complejidad que existe en la relación entre ambos países. La hipotética relación entre estos dos animales intenta ilustrar uno de los aspectos más agudos de esa complejidad. El oso es fuerte, poderoso, grande y, al mismo tiempo, torpe, arrogante, abusivo. El puercoespín, por otro lado, es un animal pequeño, débil, asustadizo, hipersensible a los gestos amenazantes del oso. Se eriza cuando siente una amenaza, por pequeña que sea. Es resentido y tiende a presentarse, en todo momento, como la víctima del oso abusivo. El exembajador no lo dice, pero está implícito que el oso comparte sus atributos con Heracles y el puercoespín con Ificles.
En los próximos años se estima que la complejidad en la relación entre ambos países será mayor, porque el oso ha sido tocado por la locura de Heracles y el puercoespín se empeña en destruir su hábitat democrático y republicano, que lo hacía menos vulnerable.