Si uno revisa lo sucedido en 2024, encontrará que ha sido un año de cambios profundos, y que se empieza a dibujar un mundo diferente al que hemos vivido. Como se trata apenas de un esbozo, no sabemos cuál será el resultado final. Lo que ya parece cierto es que no se trata del mismo paisaje. Eso significa que serán otros los problemas principales que aquejarán a la humanidad.
De entrada, las economías del mundo van a tumbos, con contadísimas excepciones. Tres lustros después de la crisis financiera desatada por la falta de regulación, no ha habido respuesta productiva. El crecimiento es lento y desigual en todos los sentidos: es desigual regionalmente y también lo es en términos de distribución del ingreso. Los mercados ocupacionales están dislocados: la precariedad y la inestabilidad en el empleo son la nueva normalidad. Y eso ha generado, de paso, diferencias intergeneracionales importantes.
Lejos estamos de los años de posguerra, cuando las economías crecían y se generaban oportunidades suficientes como para que hubiera movilidad social en un contexto siempre desigual, pero con tendencias a ser más igualitario. Tan lejos estamos que la mayoría de la población mundial no vivió esos tiempos, y su única experiencia ha sido la de un crecimiento económico lento, cuando no de crisis recurrentes. Es en ese contexto que estamos viviendo cambios políticos de envergadura. Las distintas elecciones en 2024 así lo demostraron.
En la mayor parte de los países, los votantes mostraron su descontento por el estado de cosas. Después de la crisis de los mercados financieros en 2008, la mayor parte de la gente perdió la confianza en los mercados y en quienes daban la receta económica tradicional. Pero no se movió a la izquierda, porque también perdió la confianza en el Estado como interventor en la economía (o no se la dio). De hecho, con pocas excepciones nacionales, las mayorías han perdido la confianza en los gobiernos y se han movido hacia quienes se presentan como ajenos a la clase política tradicional. Esto a su vez crea otro problema: la desconfianza hacia cualquier fuente de autoridad, combinada paradójicamente con el deseo de que haya alguna autoridad que traiga una solución mágica a los distintos problemas. Parte de la receta populista.
Y nuevos problemas están en la mesa, ya muy claramente. Uno es la reproducción desaforada de rumores, posverdades y teorías conspirativas empujadas por las redes sociales (alimentada, a su vez, por la desconfianza reseñada hacia cualquier fuente de autoridad, que en este caso son los periodistas y los medios profesionales). Se trata de una fragmentación de la realidad: cada quien se está formando una idea muy diferente (y no siempre coherente) de cómo están las cosas. Esto dificulta tanto la gobernanza como la solidaridad social y abona a que las sociedades estén cada vez más polarizadas.
Otro es la precipitada irrupción de la inteligencia artificial en los mercados laborales, que -a falta de regulación- está generando problemas de todo tipo, que van desde el cambio del tipo de trabajo o su eliminación, a la existencia de sesgos con resultados defectuosos, a la merma en la calidad de los servicios. Esto puede conducir a crisis sociales.
Un tercero es la creciente importancia de las migraciones en el contexto mundial. Han tenido un efecto político y social importante en Europa y el hecho de que el tema haya sido central en la campaña presidencial de un país de inmigrantes como Estados Unidos demuestra nos hace ver que la migración es un tema central para prácticamente todas las naciones. Hay un problema cuando una parte de la sociedad tiene todos los derechos (porque son ciudadanos) y la otra no, cuando esta segunda es numéricamente relevante. Hay un problema cuando no se trata de migraciones paulatinas, sino de olas migratorias masivas. Lo hay cuando el mundo está tan conectado que es imposible, en la práctica, detenerlas.
Un cuarto es el proceso de reconfiguración del orden mundial, con numerosos actores intentando influir y colocarse. Era previsible el carácter efímero del mundo unipolar posterior a la caída del bloque soviético. Pero vivir el proceso de reacomodo no es sencillo. Los conflictos bélicos con los que inició el año siguen ahí, cuando no se han recrudecido, como en Medio Oriente. Es imposible verlo todo con la lógica de “buenos contra malos”; más aún cuando los valores se trastocan. Llegará una nueva estabilidad, pero no sabemos cuándo, ni si será positiva para los pueblos. Y mientras tanto, seguirá la zozobra.
Finalmente, hay un reacomodo de valores. La democracia ya no tiene el prestigio de antes, aunque siga siendo el método más civilizado para que las sociedades diriman sus diferencias y tracen su ruta hacia el futuro. Y hay un choque creciente entre lo que dicen las leyes y la manera de interpretarlas y de vivir con ellas (viene a la mente el caso del asesino del CEO de la aseguradora United Healthcare, su manifiesto y la popularidad que ha conquistado). Esto es resultado de que no se han resuelto muchas injusticias y, también, de que algunos presuntos justicieros lo que hacen es el “quítate tú para ponerme yo”, y reproducir el problema, en vez de resolverlo.
Twitter: @franciscobaez