Timothy Garton Ash, en su extraordinario y deslumbrante libro publicado en noviembre de 2023 por editorial Taurus, con el título: Europa, con el subtítulo: Una historia personal, dedica un apartado que denomina “Demolición”, para analizar y tratar de entender los exitosos ataques a las democracias liberales en Hungría, Polonia y los avances que diversas fuerzas de ultraderecha han hecho, en este sentido, en otros países europeos.
Garton Ash narra la trayectoria política personal del líder húngaro Víktor Orbán, desde que era un aguerrido defensor de la democracia liberal, la libertad de prensa, los derechos humanos, la libertad de asociación y el Estado de derecho, hasta convertirse en un consumado autócrata populista.
Lo conocí, dice el autor, en la ciudad de Budapest en 1988, cuando Orbán era un joven veinteañero. Luego lo traté en Londres, adonde había llegado para estudiar en la universidad de Oxford. Había podido ingresar en esa universidad, gracias a la beca que le había otorgado su compatriota, el millonario y filántropo húngaro-estadounidense George Soros. Lo recuerdo, dice Garton Ash, como un joven delgado, enérgico y con los ojos brillantes, explicando cómo él y sus amigos iban a construir una democracia liberal normal a orillas del Danubio. Ese era el motivo por el que habían creado un movimiento que denominaban Alianza de Jóvenes Demócratas (Fidesz).
Su giro hacia la derecha aceleró en la década de los noventa cuando su partido obtuvo los votos suficientes para liderar una alianza que lo hizo, a sus treinta y cinco años, primer ministro, durante el periodo de 1998 a 2002. Después del fracaso estrepitoso de un gobierno socialista-liberal en el periodo de 2002 a 2010, Fidesz siguió ganando importantes espacios electorales. En las elecciones de 2010, Fidesz obtuvo el 53 por ciento de la votación y con ese porcentaje se hizo con poco más de las dos terceras partes del Congreso.
Con la posibilidad de hacer cambios a la constitución, “el instinto de camorrista desarrollado en su dura infancia” hizo que Orbán se abalanzara sobre ella, escribe Garton Ash, e impulsó, sin demora alguna, cambios profundos al régimen político y jurídico de Hungría.
“Fidesz neutralizó uno tras otro los controles y equilibrios de la democracia liberal: El Poder Judicial, la Fiscalía General del Estado, la Administración Fiscal, la Oficina Nacional de Auditoría, la Comisión Electoral, los medios de comunicación de servicio público”. Modificó también la estructura y delimitación territorial de los distritos electorales para favorecer a los rurales, en donde estaba la base social de su partido, en detrimento de los urbanos, donde enfrentaba mayor oposición.
Además de poner al servicio de su partido y su gobierno a los medios de comunicación del Estado, “Orbán se aseguró poco a poco el control real de la mayor parte de los medios comerciales a través de oligarcas amigos, a los que a menudo se recompensó con contratos estatales en otros ámbitos de sus negocios”. Con la mayoría de los medios de comunicación de su lado, inició una amplia campaña de difusión de mentiras y desinformación encaminada a atacar y desacreditar a sus opositores y formular falsas teorías que ponían en alerta a la población sobre supuestos peligros externos e internos. Se generalizó la idea, por ejemplo, de que existía un “plan Soros” (su antaño benefactor ahora era presentado como su enemigo, “de paja”) para sustituir a la población europea, autóctona y cristiana, por los “invasores” musulmanes.
Hostigó y retiró la ayuda del gobierno a las organizaciones de la sociedad civil, por lo que muchas ONG desaparecieron. Los opositores no sólo eran sus adversarios políticos, sino que encarnaban al antipueblo y la maldad. El elemento religioso subió escalones en la propaganda política oficial. A los opositores los acusó de tener un pacto con el mismísimo demonio, diciendo que “su propósito era arrancar al país de las manos de la Virgen María”.
Utilizó los presupuestos y los dineros públicos, muchos de los cuales provenían de la cuantiosa ayuda directa que la Unión Europea destinaba a Hungría, para asegurar lealtades políticas entre sus seguidores. “Con los fondos comunitarios se financió la renovación de carreteras, edificios e instalaciones en pueblos y ciudades que apoyaban al partido, al tiempo que se proporcionaban sustanciosos beneficios a las empresas y funcionarios locales, así como a los propietarios de los medios de comunicación favorables. La discrecionalidad en el destino del gasto y el debilitamiento de las instancias de supervisión y auditoría propiciaron que buena parte de esos recursos fueran a parar en los bolsillos de algunos amigos y aliados políticos de Orbán, afirma Garton Ash.
A pesar de que Hungría era uno de los países con mínimos niveles de migración y muy bajos porcentajes de población nacida en el exterior, Orbán alimentó con su discurso xenófobo, el odio a los migrantes. Mandó construir una extensa alambrada de púas en las fronteras entre Hungría y Serbia, para impedir el paso a los “invasores”. Orbán se identificaba plenamente con Donald Trump, del que llegó a decir: “es como si fuéramos gemelos”.
Las políticas iliberales -como él mismo las llama- de Orbán han logrado mantenerlo en el poder por casi una década y media. Ha ganado las sucesivas elecciones realizadas en 2014, 2018 y 2022.
Orbán se ha convertido en un referente político de gran parte de los partidos y movimientos populistas de Europa. “El dirigente húngaro desempeñó un papel fundamental en la creación de una alianza informal de dieciséis partidos ultraderechistas y euroescépticos, que incluye a la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia, la Liga de Matteo Salvini y el movimiento posfascista Hermanos de Italia, Vox en España, el Partido de la Libertad, en Austria, y el partido polaco Ley y Justicia”, entre otros. Esta alianza de partidos populistas de ultraderecha europeos ha establecido una curiosa y estrecha relación con Vladimir Putin, de quien han recibido un apoyo invaluable para hacer avanzar su agenda política iliberal.
En Polonia, el camino de la demolición de la democracia liberal fue similar al de Hungría, con algunos matices y diferencias. En materia del desarrollo de políticas públicas clientelares, Polonia fue un tanto más explícita al repartir ayudas en efectivo entre la población más pobre. “El populismo polaco combinaba la retórica y la política cultural de la derecha con las medidas sociales que en general se asocian a la izquierda”.
Polonia no llegó tan lejos como lo hizo Hungría en el control de los medios de comunicación, aunque lo intentó sin lograrlo, ni tuvo éxito en la destrucción de las organizaciones de la sociedad civil, que siguieron jugando un activo papel como críticos del gobierno.
En otros países europeos, el avance de los populistas de derechas es notable. En la República Checa, con el oligarca Andrej Babis; en Eslovaquia, con Robert Fico; en Eslovenia, con Janez Jansa; en Austria, con Sebastian Kurz. En todos estos países, emergieron liderazgos que lograron capturar exitosamente el descontento de la población.
Algunos de estos países proclives al de liderazgos populistas compartían un sentimiento de desencanto y malestar con la transición a la democracia. Venían de regímenes controlados férreamente por burocracias prosoviéticas y tenían la esperanza de que en la democracia liberal y la economía de mercado vivirían en una especie de paraíso.
Aunque se sentían más libres en lo individual, veían cómo crecían la desigualdad, el desempleo, los salarios precarios, la corrupción y el enriquecimiento, muchas vesces desorbitado, de los antiguos burócratas comunistas.
Cada país tiene sus particularidades y el proceso de demolición, explica el autor, es consecuencia de una mezcla de causas profundas, hechos contingentes y el papel desempeñado por liderazgos individuales. Pero si se quiere una explicación simple y general, está la ofrecida a Garton Ash por Lech Walesa, el destacado dirigente de Solidaridad y primer ministro polaco: “antes de 1989 la gente tenía seguridad y anhelaba la libertad; ahora tenía la libertad y anhelaba la seguridad”.
Ofrecer políticas que garanticen ambas cosas, es el reto, me imagino, de los partidos que se oponen a los autócratas actuales, y no sólo en esa parte del mundo.