Pasaste por mi vida física un tiempo muy corto, pero uno de los mejores que la vida me pudo regalar. Cumpliste tu misión ¡y de qué forma!, enseñándome que la alegría puede encontrarse en todo y en cualquier instante, aún en momentos harto difíciles. Ahora desde tu existencia espiritual permanecerás viva en mi corazón y para siempre… hasta volvernos a encontrar.
Llegó a mi vida un 14 de marzo del 2018. De ahí su nombre, al corresponder esa fecha al fallecimiento de Santa Matilde de Ringelheim, aunque opté por aplicar un pequeño cambio, en correspondencia a la evidentísima personalidad alegre, traviesa y simpática de aquella criaturita que me encontró cuando contaba a lo sumo con 3 meses de edad, llegando a mi vida justo cuando estaría por recibir un fuerte palazo por pérdida irreparable. Lo que sí es un hecho real, con testigo de calidad presente… es que desde que nuestras miradas se cruzaron por primera vez en aquella carretera semirural por donde iba trotando feliz tras haber cortado el mecate que la tenía atada en alguna propiedad, fuimos la una para la otra a pesar de que mi familia interespecie para ese entonces era bastante variada y numerosa, lo que le permitió a tan hermosa y grandulona perrita aprender de todo un poco, entrenándose para librar con bien a caballos, toritos, un gallo, al tortugo que sentía total devoción por ella, pero sobre todo a las tres burritas que son calamidad completa y tan pronto entra un habitante nuevo al grupo, le plantan buleadas colosales para calarlo. Su primera bandera roja fue cuando PEDRO, un caballo miniatura, se hartó del cariñoso acoso de MATILDA, que para eso se pintaba sola, y decidió con sus dientones mayúsculos prenderla de la punta de la cola. Ahí me tienen corriendo a la clínica veterinaria para que la remendaran, tal como GAD sucedió. Y es que… siempre fue una bebota encimosa. Nunca perdió ese carácter cascabeleramente cariñoso. Metiche entre las metiches, adquirió una muy especial afición: recolectaba piedras de todo tamaño para meterlas a su perrera, eso sí, siempre de forma curiosamente organizada. Para cualquier persona su compañero perruno es único e irrepetible, pero en este caso y de entre el titipuchal que me ha tocado tutorar, les juro que MATI era un ser especial, toda luz y armonía. Bella, grandota, perra totalmente. Limpia de llamar la atención. Jamás olió a lomito mojado, y su perronalidad la marcó como la PR de la cuadra; atraía incluso a mis vecinos que, digamos, no suelen ser empáticos, pero MATILDA los capturaba a grado de que si no la veían en la reja la llamaban para el consabido saludo e incluso le llevaban regalitos. Sabia yo precisamente por quienes sentía pasión tan solo al escuchar sus mimos. Lástima que ya le toqué tan amolada en sus últimos tiempos, pues temiendo que por su talla y entusiasmo me mandara al piso, nuestros paseos se limitaron a salidas conjuntas al jardín de casa, desde luego en compañía de GARCÍA, que veía a través de los ojos de MATI. Aún así no faltó día en que bajo cualquier pretexto me acometiera a besos en plena cara y siempre con el rabo a toda velocidad. Incuso cuando comía no lo detenía… tampoco lo paró cuando el pasado día 15 y acunada en mis brazos estaba a punto de dejar este plano terrenal a causa de un maldito cáncer que le apareció sin más aviso, llevándosela en tan sólo tres meses. A pesar de tratarse de un bicho muy agresivo y veloz, ello no impidió que por varias semanas acudiéramos a un parque planito donde ya algo disminuida pudiera hacer sus recorridos, oler el entorno, dejar recados y hacer amiguitos. ¿Y saben?...
A pesar de haber tenido la oportunidad de despedirnos con tiempo suficiente, amor y agradecimiento, me encuentro desolada porque todos mis perritos han llegado a edades muy avanzadas y fue injusto que precisamente la más joven y fuerte no gozara de vivir más. Todavía me parece escucharla, pero desde ayer y siguiendo la conseja de un libro budista sobre la muerte, me propuse dejarla marcharse tranquilamente hacia su destino final, desde donde seguramente regresará de vez en cuando a moverme la colita, pero sobre todo, buscando ver si con mi actitud logro consolar a GARCÍA, que no para de buscarla y de llorar su desaparición. Él ya es muy mayor y le será difícil superar esa ausencia. Mientras…
Deseo buen paso de año a lectores, jefes y compañeros de La Crónica. Mi reconocimiento especial a Eduardo Lamazón que invariablemente comparte semanalmente mis textos entre su Red Mundial Animalera. Asimismo aprecio enormemente su acompañamiento en este trance, como al igual el de Zuemy Roldán y doña Diana Valencia que a la distancia hicieron lo propio, día a día. Espero y deseo poderme reencontrar con los y las lectores el próximo 2 de enero.
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