Con frecuencia se afirma que la política mexicana está en crisis, que se ha convertido en el patrimonio de unos cuantos, que ha dejado de representar a los ciudadanos y que se ha transformado en sinónimo de clientelismo y manipulación. Se desarrolla así una crítica mordaz en su contra porque se considera que abandonó sus raíces sociales para abrazar una lógica del poder por sí mismo. Se sostiene que han sucumbido todos los principios que en el pasado la justificaban para ceder su lugar a un consenso obligado, derivado de estrategias públicas que producen un intercambio político de legitimidad por bienestar social. Frente a ello, se considera que ha llegado el momento de interrogarse sobre la política, al tiempo que se identifica la necesidad de rediseñar el mapa de esta noble ciencia, recuperando sus conceptos básicos, sus ideas fuertes y las palabras-clave del nuevo léxico de la política.
Contrariamente a lo que muchos piensan, la política ha sido considerada, desde la antigüedad, como una técnica y una virtud. Los sofistas griegos -que eran un grupo de maestros de sabiduría y retórica en los siglos V y VI a.C.- se presentaban así mismos como “maestros de la política” que buscaban definir una técnica específica que permitiera al ciudadano vivir de mejor manera su dimensión colectiva. A partir de entonces, la política mantiene un lugar de honor al ser concebida como un instrumento para regular las relaciones entre los integrantes de la comunidad y como una investigación sistemática sobre la vida colectiva. La política proyecta una visión formadora de individuos que pueden ser regidores de la ciudad. Además, representa una disciplina útil para la sobrevivencia del género humano.
En su diálogo “Protágoras”, Platón afirmaba: “si se trata de construir edificios son llamados en calidad de consejeros los arquitectos, si se trata de naves se llama a los constructores navales y así para todas aquellas artes que se considera pueden ser enseñadas. Si uno cualquiera que no es competente en la materia, se pone a dar consejos, aunque sea rico, bello o noble, no por esto le hacen caso, se ponen a reír y a rumorar hasta que se va espontáneamente o lo corren. Por el contrario, cuando se delibera sobre el modo de conducir los asuntos del Estado, indistintamente se pide consejo al arquitecto, al obrero, al zapatero, al comerciante, al marinero, al rico, al pobre, a quien es noble por nacimiento y a quien no lo es, y ninguno se queja porque buscan dar consejos sin preparación alguna”. Entonces se asumía que la virtud política no era enseñable.
En las sociedades modernas se considera, de modo opuesto, que la política debe ser enseñable a partir de valores como la justicia y la sabiduría. Una tarea importante es instruir en la capacidad política, es decir, en las virtudes ciudadanas atentas a la cosa pública. Pensar la política actualmente implica una reflexión sobre las relaciones del
Estado con sus ciudadanos, así como sobre los valores, significados e instituciones que sostienen a la colectividad democrática. Pensar la política no quiere decir solamente representarla a través de sus estructuras constitucionales e institucionales, sino que se requiere comprender la dinámica de los mecanismos a través de los cuales se materializa en nuestra vida cotidiana.
El universo político representa el “marco de sentido” a partir del cual nacen las funciones que las instituciones llevan a cabo en nuestras sociedades. Por esto, la política no puede prescindir de una referencia ética, ni de los valores. Ella expresa la lucha por el poder, pero también una lucha por la justicia. La capacidad de distinguir lo justo de lo injusto está en la base de toda acción política. Ella impone un cambio continuo de sus formas, categorías y determinaciones.