Pocas veces como ahora, los mexicanos habíamos tenido la necesidad de conocer y comprender los problemas del enorme país asiático. China, la segunda economía más grande, con sus mil 400 millones de habitantes, vive una encrucijada de la que depende casi todo: su llegada definitiva al desarrollo, su crecimiento, la consolidación de la más amplia clase media del mundo y su orden político social interno.
La historia puede resumirse así: China está viviendo las consecuencias de una locura inmobiliaria que en occidente conocemos bien. Préstamos y créditos entregados a mansalva para personas que no podrían pagar. Y bancos que vivieron una bonanza provisional hasta que se aparece una ola de morosidad insostenible.
Dada la opacidad y el secretismo en ese país, denodadamente autoritario, no podemos reconocer el tamaño del problema aunque podemos suponerlo, pues a partir del estallido China ha empezado a crecer a la mitad que su promedio de las últimas tres décadas… y descendiendo (en 2022 su tasa rondó el 3 por ciento, la más baja en medio siglo).
Para darnos una idea de la magnitud de la burbuja pinchada, casi 3.5 millones de casas están deshabitadas y sin dueño, pero otros 63 millones de casas se quedaron a medio hacer. Unos 190 millones de personas podrían habitar esos espacios, la población completa de México, Argentina y Bolivia juntas. China, que hasta hace poco fue la nación más poblada del planeta, hoy tiene decenas de cinturones urbanos fantasma.
Esta crisis ha acelerado un cambio que venía perfilándose desde la década pasada y que es la causa de una de las tendencias principales que mueven a la economía global: China ha dejado de ser la gran receptora de inversiones extranjeras para convertirse en exportadora de capital. En efecto, la burbuja inmobiliaria debilitó la demanda interna de manera duradera y si el gigante no quiere entrar en recesión, tendrá que buscar esa demanda fuera, acercando sus productos a los grandes mercados: Asia, Europa y por supuesto Norteamérica. Exactamente lo opuesto de lo que ocurría en China hace menos de diez años, cuando el gigante no se cansaba de invitar e incentivar a las empresas extranjeras para establecerse en aquel país. Ahora es al revés.
De modo que China fue importador de capital hasta el 2016, y desde entonces, cada año, invierte afuera más recursos de los que recibe. El año pasado superó todos los registros, según la unidad de investigación económica del Financial Times (FDI Intelligence), con 78 mil 500 millones de dólares (https://www.fdiintelligence.com) colocándose por todas partes.
Los destinos de esas inversiones radican en España, en Brasil, Malasia, Vietnam, Turquía, Hungría, incluso Alemania, buena parte de África y por supuesto, en México.
La decisión de salir al mundo tiene una estrategia productiva y tecnológica bien pensada, pues se trata de invertir en los sectores donde China va un paso adelante que los demás, o sea, en esos sectores que el gobierno chino denomina “el nuevo trio” -los carros eléctricos, las baterías y los productos fotovoltaicos— cuyo crecimiento exportabe ascendió 30 por ciento el año pasado.
La marca BYD que ya vemos rodar en las calles de las principales ciudades mexicanas, se disputa con Tesla el primer lugar de venta de autos eléctricos en el planeta. Según un extenso reportaje de Guillermo Abril en El País, durante septiembre, BYD tomó una vieja planta que pertenecía a Nissan en Barcelona y abrió una más en Hungría; empezará a producir en Brasil antes de que acabe el año; está construyendo otra fábrica en Indonesia; en junio Uzbekistán abrió las puertas de otra y en julio hizo lo mismo en Tailandia. ¿Y saben que? Tiene planes de construir una más en México como también la marca Chery, otra compañía china estatal. Vietnam y Argentina entran en los planes globales de esta compañía (https://bit.ly/4goLvB1).
Esta siembra de empresas por todas partes, el establecimiento de centros de producción fuera de China, tiene el propósito obvio de evadir aranceles pero también el de quedar en el centro de las cadenas de suministros en el largo plazo. Y este proceso ha avanzado más en África y América Latina.
Dice el informe del FT, citado por Martin Wolf “…durante años, antes de la pandemia, el mundo no ha sido consciente de la enorme movilización que encabeza China para acercar sus productos a los grandes mercados, pero los puede reconfigurar a todos y crear así tensiones políticas globales”. Tiene razón y eso lo sabemos en México.
A menudo subestimada en los análisis occidentales, la estrategia china está ampliando más que nadie las relaciones con las economías emergentes al mismo tiempo que amplía su esfera de influencia.
Si ese país hubiese conservado las tasas de crecimiento de su PIB que había mostrado en las dos primeras décadas de este siglo, ya sería la economía más grande, pero con tasas de 2 por ciento en la pandemia y de 3 por ciento después ya nadie habla de su grandeza sino de su fragilidad que se exhibe bajo la forma de desequilibrios fiscales, financieros y de medidas de ajuste altamente impopulares a su interior.
Remata el FT: “El proceso de construcción de una inmensa clase media se ha detenido y eso pone en cuestión la viabilidad del llamado consenso de Pekín”, o sea, la disposición del pueblo chino a admitir un régimen autoritario a cambio de prosperidad en acto. Todo eso es una de las tendencias determinantes del mundo y más nos vale anotarlo y comprenderlo porque estamos en medio porque necesitamos de esas carretonadas de inversión que, precisamente nuestro principal socio económico, no quiere.
Felices fiestas.