Opinión

Populismos anti-partido

El presidente Andrés Manuel López Obrador durante su toma de posesión.
El presidente Andrés Manuel López Obrador en su último día como presidente de México El presidente Andrés Manuel López Obrador en su último día como presidente de México (Adrián Contreras)

Entre los fenómenos que desafían y meten presión a las democracias representativas de nuestro tiempo se encuentran los populismos. Aunque no es una experiencia nueva en la historia de los regímenes políticos -sin importar si son de izquierda o derecha, democráticos o antiliberales- su presencia y desarrollo a nivel mundial durante los últimos años, obliga a los estudiosos de la política a proponer nuevas definiciones y caracterizaciones. Sobre la onda expansiva de los populismos se ha abierto una discusión que involucra a los partidos en el nuevo mosaico político que se está configurando a nivel planetario. El régimen populista se presenta contemporáneamente como un movimiento, una ideología, un estilo de comunicación y una organización con liderazgo carismático. Este análisis es relevante, además, para entender mejor el tipo de populismo que se ha establecido en México.

Respecto al tema de la mediación política, el populismo incorpora la valorización y la exaltación del concepto de pueblo como fundamento imprescindible de la relación entre el líder y su base social. La figura retórica del “pueblo puro” se convierte en fuente primaria de legitimación a través del llamado des-intermediado y directo a esa entidad como única detentadora de las virtudes sociales. El pueblo aparece como el sujeto y el objeto de la democracia. De una intensa propaganda comunicativa deriva el tema de la identidad populista, que también adopta las cuestiones de los confines del Estado y de la comunidad, así como la definición del pueblo y de sus enemigos identificados con el viejo orden político e institucional. Esto permite la distinción entre “nosotros y ellos”, como idea central de la nueva cultura política. La práctica clientelar de las organizaciones populistas afecta los fundamentos mismos de la ciudadanía política.

Otra característica relevante del populismo que afecta a los sistemas representativos es el sentimiento antipolítico que actualmente atraviesa a las democracias y que se ha asentado en la opinión pública. Esta lógica contamina la imagen del partido tradicional entendido como actor principal de la integración política y social, de los procesos de mediación y representación, así como en su carácter de espacio de discusión y deliberación argumentativa orientada a la solución de problemas. Los partidos tradicionales se convierten en el principal objetivo de la retórica populista que desafía el carácter pluralista de la democracia y de sus procedimientos, inaugurando amplios procesos de personalización política. Este rechazo irreflexivo de los liderazgos del pasado abre el espacio a concepciones autoritarias.

Surgen así los “partidos anti-partido” –una categoría oxímoron- que se desarrollan en los sistemas políticos de las modernas democracias liberales. Ellos son portadores de un mensaje que cuestiona la utilidad misma de los partidos tradicionales en la dinámica política. Dejan de lado, la tesis fundamental de que una democracia representativa no puede existir sin partidos. Se trata de un fenómeno que altera desde su interior a los sistemas políticos argumentando en favor de distintas formas de democracia directa vinculadas con las potencialidades de la tecnología digital. Se trata de la idea de una democracia “sin filtros y mediaciones” donde el líder carismático y populista formula un llamado directo contra las élites políticas y el orden establecido en su conjunto.

El populismo proyecta un mensaje perentorio encarnado en la promesa de un nuevo inicio y de una alteridad total. De una diversidad absoluta respecto a todo lo conocido y capaz de garantizar la ruptura del viejo universo político. Los populismos se inscriben en la perspectiva de una regeneración que inicia con el enjuiciamiento de las democracias existentes. El suyo es el proyecto de una democracia polarizada que denuncia el carácter no democrático de las autoridades constitucionales. De aquí las políticas de supresión de las instituciones que son vistas como una victoria del régimen contra los enemigos del pueblo.

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