Opinión

Clara Brugada; las ocurrencias inútiles

Clara Brugada La Jefa de Gobierno encabezó el Acto de Decreto del Año 2025 por los 700 años de la fundación de Tenochtitlan (Moisés Pablo Nava)

Al parecer dentro de Morena se libran varios tipos de batalla. La más importante de todas, obviamente, es para lograr el favor del gran patriarca, si para dentro de cinco años aún decide algo, y llegar por su dedo divino, a la silla donde ahora se sienta (presidenta ), doña CSP.

Y para eso hacen uso de todos los recursos típicos de la demagogia populista. Uno de ellos, muy socorrido, es la exaltación de una inexistente y pretérita grandeza prehispánica.

Hoy la IV-T persiste en la mutilación del mestizaje a través del rechazo de una de sus vertientes: la hispánica y la exageración de los vestigios mesoamericanos.

De ahí viene la estéril discusión en torno de los perdones exigidos a quienes ni siquiera existan en los tiempos de la conquista, o la negación de la trascendencia del hecho mismo: la conquista fue un fracaso, dice el credo, porque murieron millones de personas y no se produjeron vacunas para las enfermedades transportadas del otro lado del mundo (sic)

Por eso se ha combatido hasta a la nomenclatura tradicional, la calzada de Tlacopan (después Tacuba y Puente de Alvarado; San Cosme, etc), ahora se llama México-Tenochtitlán en honor de la memoria mexica. También o mejor, se pudo haber rebautizado como Calzada México-Azcapotzalco. Pero hasta en eso se hace evidente el centralismo.

El parque de diversiones del oriente, con todo y su Montaña Rusa, perdió la concesión con motivo de un accidente. Fue incautado, derribada la montaña y cambiado el nombre: en honor de un pasado ignoto se le llama Aztlán, sin reparar en la inexistencia de ese mítico sitio, en lugar de Chapultepec, sitio de importancia en la mitología cuya exaltación se persigue desde la ignorancia (hasta las fechas falsifican para ajustarlos a los aniversarios de la pachanga distractora del circo y el pan).

Ahora el turno ya no es para Cristóbal Colón, ni para los conquistadores. Ahora le toca a Carlos V quien el 4 de julio de 1523 le concedió a la capital de la Nueva España (los mexicas fueron vencidos en 1521 por tlaxcaltecas y españoles) un escudo de armas.

“… (Novo) un escudo azul, de color de agua, en señal de la gran laguna, en que la dicha ciudad está edificada, y un castillo dorado en medio, y tres puentes de piedra de cantería, que van a dar en el dicho castillo y en cada una de las dichas dos puentes (las calzadas de Iztapalapa y Tlatelolco), un león levantado que haga (sic) con las uñas de dicho castillo, de manera que tengan los pies en la puente y los brazos en el castillo, en señal de la victoria que en ella obtuvieron los dichos cristianos; y por orla (otro elemento sincrético), diez hojas de tuna (nopales), verdes, con sus abrojos, que nacen en dicha provincia, en el campo…”

Ese escudo fue estilizado al orden contemporáneo del diseño, pero conserva agua, leones y torreón, además --obviamente-- de los nopales. Eso lo hizo Oscar Espinosa.

Ahora la señora Brugada propone un concurso para dibujar el nuevo escudo de la ciudad, como si hiciera falta.

No puede pavimentar ni alumbrar bien las calles de la ciudad, pero sí tiene tiempo para perderlo con estas cosas o hacer conciertos de fin de año para lucimiento personal y dispendio de decenas de millones de pesos en el Paseo de la Reforma, como se constató el 31 de diciembre pasado en su autoglorificación oratoria.

No pavimenta las calles, pero sí su caminito a la silla presidencial con dos antecedentes como leones apoyados sobre la torre: El Tlatoani y la actual presidenta fueron jefes de gobierno en la CDMX. Y ya se la creyó. Por eso batalla y no desmaya.

Yo le propongo, en nombre del mesoamericanismo, la adopción del escudo de armas de la ciudad de Guatemala, con sus tres volcanes y su Señor Santiago.

Total, de cosas guatemaltecas ella entiende bien, como Asturias escribiendo en esta ciudad.

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