Opinión

Venezuela y a la izquierda autoritaria

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El opositor Edmundo González es reconocido también por observadres internacionales como el inminente ganador de la elección en Venezuela/ El opositor Edmundo González es reconocido también por observadres internacionales como el inminente ganador de la elección en Venezuela/ (Archivo/EFE)

Este viernes 10 de enero deberá tomar posesión como presidente formalmente electo de Venezuela el opositor Edmundo González Urrutia, un demócrata que en las elecciones presidenciales celebradas el 28 de julio de 2024 obtuvo legítimamente más de 7.4 millones de sufragios contra los 3.3 millones que logró Nicolás Maduro. El primero ha exhibido públicamente las actas electorales que avalan su inobjetable triunfo, mientras que el segundo las ocultó, iniciando una violenta represión contra la población que protesta y los grupos opositores. Actualmente, la principal líder de la oposición, María Corina Machado, se encuentra en la clandestinidad, ella como miles de personas más son perseguidos políticos. Las cárceles de Venezuela se han llenado principalmente de jóvenes que han sido torturados.

Ante este intento de usurpación oficialista la comunidad internacional rechaza la declaración de auto-reelección por parte del dictador Maduro quien busca mantenerse a toda costa en el poder con el apoyo de países no democráticos como Irán, China, Rusia, Turquía y Cuba, a los que se suman otros gobernados por un tipo de izquierda compatible con los autoritarismos como Nicaragua, Colombia, Brasil y México. Es curioso que la izquierda realmente existente apenas tiene la oportunidad de mostrar su vocación política, inmediatamente se coloca del lado de los sistemas dictatoriales. La situación actual en Venezuela es el reflejo del clima de enfrentamiento entre un gobierno autoritario y una parte significativa de su sociedad, indignada frente al rumbo que ha tomado ese país. La polarización política es el rasgo distintivo de un sistema formalmente democrático, pero sustentado únicamente en las fuerzas armadas.

Los ciudadanos venezolanos participaron masivamente en las pasadas elecciones presidenciales, justamente para evitar la consolidación del sistema de populismo plebiscitario que se instauró desde que Hugo Chávez fue electo en 1998 para un periodo. Por medio de fraudes electorales y una intensa colonización de las instituciones, el chavismo se apropió del poder durante un cuarto de siglo. En este lapso se integró un poder absoluto y autocrático, manipulando los instrumentos de la democracia electoral. Inmediatamente después de tomar el poder, Chávez derogó la Constitución vigente para proclamar una nueva que estableció la V República, incluyendo el cambio de nombre del país que pasó a denominarse “República Bolivariana de Venezuela”, así como la ampliación del mandato presidencial y la reelección consecutiva.

La nueva Constitución reforzó el poder del presidente, ampliando sus facultades para decidir discrecionalmente sobre los ascensos militares, nombrar o remover al Vicepresidente de la República, convocar a referéndum y disolver al Parlamento. Al mismo tiempo, se llevó a cabo una depuración de opositores en todas las instituciones bajo el argumento de que “la República vive una grave crisis política, económica, social, moral e institucional que mantiene a la mayoría de la población en un inaceptable estado de empobrecimiento”. El ejercicio patrimonialista y clientelar de poder político durante este largo periodo se dirigió principalmente a recompensar la fidelidad de los seguidores y a castigar el disenso.

El chavismo prometió un “socialismo del siglo XXI”, pero hasta ahora lo único logrado es un incremento de la pobreza, la migración y la delincuencia. Sus herederos políticos lograron transformar una situación previa de privilegios para pocos, en otra muy diferente de escasez para todos. Actualmente, se observa una contracción despótica del orden estatal como reacción ante una revuelta ciudadana que clama por libertad, justicia y alternancia política. Nicolás Maduro no representa a la izquierda. No es de izquierda la existencia de presos políticos, ni la represión hacia los opositores. Tampoco la censura a los medios de comunicación y el control clientelar de las políticas públicas. No lo es la corrupción gubernamental y menos aún el control del Ejecutivo sobre las instituciones judiciales. Ciertamente, no es de izquierda pretender perpetuarse en el poder.

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