Opinión

“Desde la izquierda… Venezuela es una dictadura”

Nicolás Maduro

Aquí estamos otra vez: “Condenar a Stalin es hacerle el juego al imperialismo”. La misma mascarada, la misma aberración que paralizó y corrompió a la izquierda en buena parte del mundo durante el siglo XX, se repite ahora, a propósito de Venezuela.

Para algunos contingentes izquierdistas -desde Argentina a España, Colombia o México- el fraude electoral perpetrado por Nicolás Maduro no es razón para deslindarse ni es suficiente para condenarlo, pues el personaje enfrenta un “enemigo común y principal”. Y así, en ese enredo moral, una parte de las corrientes de izquierda en el mundo se han hecho cómplices de tiranos y dictaduras, tragedias inmensas y desastres humanos cometidos en nombre de su imprecisa causa.

¿Exagero? Un fallecido intelectual venezolano, Teodoro Petkoff (economista, ex guerrillero, periodista al final de sus días y socialdemócrata) recuerda haber leído un texto de Lenin, uno de sus últimos ensayos, quizás el último antes de su famoso “testamento” que se titula así: “Nuestra revolución”.

Allí escribe literalmente: “Más adelante, todas esas miserias, todas esas rudezas y esas crueldades serán comprendidas”. Lo dice con todas sus letras: “Estamos actuando en nombre de una voluntad general que es la que preside nuestros actos y de la cual somos intérpretes… tenemos razón, estamos guiando a unas masas brutalizadas por años de servidumbre… nosotros les diremos a donde hay que ir” (La Venezuela de Chávez: una segunda opinión. Grijalbo, 2000). Ya saben, el leninismo si algo, significa que el fin justifica los medios y en la Venezuela actual, el medio es el masivo y descarado fraude electoral, frente al cual corrientes de la izquierda mexicana, se encogen de hombros y prefieren mirar hacia otro lado.

Pero no solamente han decidido ignorar eso. También se desentienden de la quiebra de la democracia venezolana, de que viene de lejos y que tuvo su puntilla hace casi 10 años (en el 2015) cuando el Congreso recientemente electo y mayoritariamente opositor fue desplazado por una “Asamblea Constituyente” que no hizo una nueva constitución, pero si suplantó al poder legislativo legítimamente elegido. Por eso, como ha escrito José Natanson, el juramento del 10 de enero es un paso más, ya dentro del pozo de una dictadura (Nueva Sociedad, 2025).

El gobierno de Maduro está más desprestigiado al interior, ha perdido el apoyo social mayoritario, ha sido derrotado en los últimos dos comicios nacionales a pesar de controlar las instituciones electorales y ha quedado a merced y dependiente de sus vínculos con el ejército.

Condenado por casi todas las democracias del planeta y patéticamente acompañado en su juramento de otros dos tiranos (Díaz Canel de Cuba y Daniel Ortega de Nicaragua), Maduro ignora su derrota electoral y continuará en el poder otros seis, para culminar un periodo de ¡18 años! en el gobierno.

De esa suerte, nos ha advertido Daniel Zovatto, Venezuela se está convirtiendo en una advertencia muy real para toda Latinoamérica.

Exhibe, en pleno siglo XXI que una tiranía puede establecerse de un modo duradero mediante un fraude electoral demostrado, echando mano del acoso y la represión contra sus opositores y contra su propia sociedad, con el respaldo explícito de las fuerzas armadas antes corrompidas (ese país tiene más generales habilitados que todas las naciones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, sumadas), convertidas en una casta a la que se le ha encargado todo tipo de áreas, responsabilidades y funciones del Estado.

Por todo eso, en estos momentos importan las posturas de los gobiernos de la región, de Estados Unidos y de Europa por supuesto, pero sobre todo, importan las definiciones de los de izquierda o que se dicen de izquierda (Colombia, Brasil, Argentina y México) que deben su ascenso, precisamente, a la existencia de la democracia, o sea a la vigencia del método electoral, de la libertad política, de asociación y del respeto al voto. Todo eso que ha traicionado Nicolás Maduro.

Y por eso es tan significativo la definición del presidente chileno Gabriel Boric quien no solo ha insistido en un recuento transparente de los votos en Venezuela, no solo ha propuesto una comisión internacional imparcial para hacerlo, no solo ha pedido el respeto elemental a los derechos humanos en ese país sino que ha nombrado a las cosas por su nombre: “Desde la izquierda les digo que el Gobierno de Maduro es una dictadura”.

Sin ambigüedades ni dobleces, desde un Estado nacional, Boric le ha dado voz a la izquierda democrática de América Latina.

El presidente chileno no se esconde en los atavismos militantes según los cuales todos los que se dicen de izquierda son (somos) compañeros de viaje y quien critique se convierte en un traidor; no asume a la democracia como un instrumento que se usa y se respeta solo si conviene a “la causa” y tampoco se esconde en la retórica evasiva de “no meterse en los asuntos internos de los pueblos” cuando ese pueblo -el venezolano- está siendo amedrentado, reprimido y le ha sido burlada su voluntad electoral.

Durante demasiado tiempo, las izquierdas de nuestro subcontinente han aceptado vivir en ese tipo de atraso político, en la amnesia histórica que no aprende de tantas experiencias horrorosas y en el oportunismo y debilidad del compromiso con la democracia.

Por eso, la de Boric es una voz que, con valentía hacia el exterior, pero también al interior de Chile, marca otra visión y otro talante de las izquierdas en América Latina de nuestro tiempo. Gracias, Presidente Boric.

Lo más relevante en México