Con su propia imposición por otros seis años en el gobierno de Venezuela, a pesar de haber perdido escandalosamente las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio, Nicolás Maduro revela una vez más la esencia autoritaria del chavismo y de su proyecto político. Partidizando, ideologizando e instrumentalizando al ejército, quien acató la orden de cerrar las fronteras y el espacio aéreo para evitar que el candidato de la oposición en el exilio Edmundo González Urrutia pudiera presentarse a la juramentación presidencial, el régimen venezolano dio sobradas muestras del tipo de dictadura que paulatinamente se ha establecido en ese país durante los últimos 25 años. Fue sintomático que solamente acompañaron a Maduro en su acto de usurpación los autócratas de Cuba y Nicaragua. Aunque diversas representaciones diplomáticas –como la de México- recibieron la orden de participar en el evento, no se debe olvidar que la legitimidad en el ejercicio del poder no la otorgan las fuerzas armadas, ni las comparsas internacionales, ella deriva únicamente del sufragio popular. De acuerdo con las actas de cómputo, el 70% votó por González Urrutia.
La dictadura venezolana ha impedido la asunción del gobierno electo para reemplazarlo por un gobierno unipersonal bajo tutela militar. En los hechos aconteció un golpe de Estado donde el tirano estableció una situación de excepción para el mantenimiento de una cotidianeidad autoritaria tenida por normal. Aunque entre los conceptos de golpe de Estado y gobierno dictatorial no hay una relación necesaria, es innegable que ambos tienen historias en común. Los golpes de Estado en los últimos tiempos están marcados por el protagonismo creciente de las fuerzas armadas en la conducción de los “gobiernos de facto”. En este marco es que el golpe de Estado y la dictadura quedan firmemente vinculados por el hecho decisivo del protagonismo militar. El golpe de Estado se identifica con un repertorio de acción política que implica el despliegue de una violencia quirúrgica con vistas al mantenimiento del poder. Consecuentemente, para el actual régimen venezolano el ejercicio de la soberanía política requiere soslayar cualquier consideración jurídica o moral para imponer un actuar extralegal e incluso violento que garantice su continuidad.
Nicolás Maduro tiene el objetivo de eternizarse en el poder gracias a sucesivos golpes de mano que le permitan conservar, no al Estado venezolano, sino a su gobierno ilegítimo. Desde la realización de las elecciones, los presos políticos se han incrementado junto con las detenciones arbitrarias. No existen libertades de expresión, ni de reunión. Ser de oposición en Venezuela es arriesgar la vida. En ese país, como en México, se observa la interrupción del orden constitucional, la intervención abierta de las fuerzas armadas y la disolución de la oposición como alternativa política. A partir de este momento, el Estado ya no es el sujeto encargado de organizar las asonadas, sino el objeto que habrá de recibirlas. Los dictadores se distinguen por su afán de remover los impedimentos constitucionales para mantenerse en el poder, por lo que inmediatamente Maduro anunció nuevas reformas al ordenamiento legal de ese país.
Las teorizaciones del fenómeno dictatorial se encuentran envejecidas. La dictadura pertenece a una familia de conceptos asociados con distintas formas de opresión política como despotismo, tiranía, absolutismo, bonapartismo, cesarismo, autoritarismo y totalitarismo. Aunque déspota, tirano o dictador remiten a un individuo que gobierna solo, en los últimos tiempos se emplea la palabra dictadura para referirse a autocracias colegiadas y burocratizadas. Desde la antigüedad estas formas de gobierno se caracterizaron por la pérdida de libertad de los gobernados y por estar sometidos a los deseos arbitrarios de quienes gobiernan. Muchas de estas prácticas orientadas a la disolución de la democracia aparecen y se desarrollan incipientemente en México. Por ello, debemos vernos en el espejo de Venezuela.