Opinión

Donald Trump, las vísperas y sus furores

Hay una especie de euforia en las vísperas. Es la adrenalina envalentonada antes de que lleguen los problemas que ya se anticipan.

Como los jóvenes soldados que elegantes marchaban a las trincheras en lo que sería la primera conflagración mundial. Anhelaban el acero de las armas y creían que el ruido de los disparos sería el preludio de acciones de heroísmo hasta que conocieron la rudeza cotidiana de la guerra y la profundidad de sus horrores.

Se observa el furor nacional ante las majaderías de Donald Trump y se aprestan las herramientas con las que se cuenta para tratar de paliar lo que ya se anunció, la deportación de miles y miles de compatriotas y con ellos las de otros países.

El próximo lunes, Trump rendirá protesta como presidente de los Estados Unidos y la relación con México será difícil, complicada.

La migración, seguridad y comercio son las tres premisas en que se sostiene la relación con Washington, y en las tres se vislumbran tensiones y graves.

Si bien, desde la administración de López Obrador se estableció una política acorde a las necesidades de Estados Unidos, aceptando el despliegue de la Guardia Nacional en la frontera con Guatemala y fungiendo, en los hechos, como tercer país seguro, desde Washington se exigirá más porque eso ya lo tienen.

Todos sabemos, y en particular en las áreas que se encargan de la migración, que no habrá forma de ordenar la avalancha, porque no existen recursos ni humanos ni materiales para hacerlo.

La red de consulados mexicanos al norte del Río Bravo, aunque es extensa y profesional, está ya está rebasada de antemano, porque no cuenta con las herramientas jurídicas para oponerse con eficacia a lo que será una de las primeras decisiones de Trump, la deportación masiva.

Y no es que no exista voluntad desde la Secretaría de Relaciones Exteriores, que, por supuesto que la hay, sino que se topará con un Trump que llega refinado después de cuatro años, y que está determinado a marcar una diferencia en el arranque, la que no solo tienen que ver con los migrantes, sino con una idea del papel que los Estados Unidos deben tener en los próximos años.

La seguridad puede ser la gota que derrame el vaso o el pretexto para acciones de alto calibre. Trump cree, o es lo que sostiene en su discurso, que las organizaciones criminales tienen un extenso control territorial.

La discusión ponderada e informada no funcionará con él, de ahí que el único salvoconducto será el de los resultados, el desarrollo de una política de seguridad que, aunque no se quiera, se parecerá mucho a la que se condenó y descalificó todas las mañanas de los últimos seis años.

El T-MEC se tendrá que renegociar, ese es un hecho. Más allá de planes convenidos con el sector empresarial, la realidad chocará, tarde o temprano, con las incertidumbres que provienen de la Reforma Judicial y de los oscuros pronósticos sobre la designación de los jueces por votación en urnas.

Es probable que los grandes corporativos se puedan sentir cómodos con arreglos en el terreno político y sin la intromisión de organismos de control, pero para el grueso de los inversionistas las cosas no marchan de esa forma y se les presentan múltiples desafíos.

Pero tampoco hay que engañarse, no es que a Trump le interese el Estado de Derecho o la seguridad ciudadana, lo suyo es otra cosa, una apuesta que no tiene nada que ver con lo que hasta ahora hemos atestiguado, pero utilizará cualquier pretexto para entrometerse.

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