Opinión

El último jurado popular

María Teresa Landa

Luis de Barreda Solórzano, el prestigiado defensor y estudioso de los derechos humanos, escribió un libro, publicado por Editorial Porrúa, en 2013, con el título El jurado hechizado, sobre los trágicos acontecimientos que conmocionaron a la opinión pública nacional por el año de 1929.

El autor inicia su libro recordando que María Teresa Landa, en 1965, fue su maestra de preparatoria, en el antiguo Colegio de San Ildefonso. La deslumbrante belleza que la había llevado a ganar el concurso de Miss México a sus dieciocho años ya no la acompañaba. Quedaba su inteligencia, igualmente atractiva, y su capacidad para entusiasmar a sus alumnos con las apasionadas narraciones históricas.

Cuando la maestra Landa hablaba de la vida de diversas heroínas, como Juana de Arco, Ana Bolena o María Antonieta, lo hacía de manera tan apasionada que, en ocasiones, conmovía hasta las lágrimas a sus alumnos más atentos y sensibles. Describía con emoción sus complejas personalidades y, sobre todo, la manera trágica en que habían sido juzgadas y ejecutadas.

Cuando terminó la clase en que la maestra expuso la vida de María Antonieta, la esposa del rey francés Luis XVI, decapitada en la guillotina, cuenta el autor que le confesó a la maestra que el relato lo había hecho llorar. Maestra, le preguntó Luis, ¿no es una cruel ironía que la revolución que proclamó la Declaración de los Derechos Humanos haya cometido tantos crímenes?

Karl Marx, le respondió la maestra, dijo que la violencia es la partera de la historia, pero tienes razón: es paradójico que una revolución que proclama libertad, igualdad y fraternidad haya producido ese baño de sangre, ese terror sin sentido, ese ciego afán de revancha.

Los alumnos de la maestra Landa ignoraban por completo su pasado y los trágicos acontecimientos sucedidos treinta y seis años atrás. Luis de la Barreda, a sus trece años, intentaba siempre mantener con la maestra Landa conversaciones después de clase y tuvo la suerte de que, en algunas ocasiones, le invitara a tomar un café.

En una de esas charlas, el adolescente De la Barreda le confesó que le fascinaba la forma en que ella narraba las vidas de esas mujeres que habían enfrentado con entereza situaciones dramáticas. Esas palabras hicieron que el rostro de la maestra, casi siempre afable, se tornara grave y adusto. Sabe, le dijo, hay un capítulo de mi vida que ni usted ni sus compañeros de clase se imaginan. La respuesta enigmática siempre intrigó al alumno que, al pasar el tiempo, se propuso indagar sobre el pasado de su admirada maestra.

De la Barreda hizo una exhaustiva búsqueda hemerográfica y bibliográfica, logrando reconstruir, de manera ágil y amena, esos acontecimientos.

El general Moisés Vidal conoció a María Teresa Landa en el velorio de su abuela. Él tenía treinta y cinco años y ella apenas dieciocho. A partir de ese momento, el militar quedó flechado por la belleza de la joven estudiante de odontología. Se presentaba a la salida de la facultad para acompañarla a su casa. La invitaba a salir y a dar largos paseos por la Alameda. Destinaba personal militar a su cargo para que vigilaran cada movimiento de la joven y le informaran todo lo que hacía, a dónde iba y con quién se reunía. María Teresa se había convertido en obsesión para el general. María Teresa fue cediendo al cortejo de Moisés y un día de finales del mes de abril aceptó ser su novia.

En el año de 1928, el periódico Excélsior convocó a la realización del primer concurso de belleza en México. Alentada por sus compañeros universitarios, decidió inscribirse, sin contar con la anuencia de sus padres y, menos aún, de su celoso enamorado. “Mi novia a la vista de todos, mi novia deseada por todos, mi novia exhibiendo sus piernas y sus brazos y sus hombros desnudos, y su espalda y la parte superior de sus pechos semidesnudos. ¿Cómo tolerarlo?”, se cuestionaba encolerizado el general.

Contra viento y marea, ella se mantuvo firme y participó en el concurso. Su deslumbrante belleza y su preparación intelectual la llevaron a ganar el concurso de Miss México, el 15 de mayo de 1928.

Antes de partir a la ciudad de Galveston, donde se realizaría el concurso Miss Universo, Moisés le hizo prometer a María Teresa que, a su regreso, se casarían. Promesa que cumplió a escondidas de sus padres. El general la llevó a una oficina del Registro Civil donde, discretamente, un juez les extendió el acta de matrimonio. Posteriormente, ya con la anuencia de la familia de ella, contrajeron nupcias por la iglesia.

La pareja parecía llevar una vida matrimonial feliz, hasta el día domingo 25 de agosto de 1929, en que ella se puso a leer los periódicos de la mañana y encontró en el diario La Prensa una noticia que la estremeció. “Miss México a las puertas de la cárcel”, decía el titular del diario. Al leer con detalle, encontró que era acusada de adulterio y bigamia por la legítima esposa del general, una mujer de nombre María Teresa también, pero de apellido Herrejón.

Los reclamos de María Teresa Landa a Moisés Vidal no se hicieron esperar. ¿Qué has hecho de mí? Me hundes en la infamia. No queda más que matarme, le dijo con determinación. Moisés le restó importancia al asunto y le contestó: No hagas caso de esas cosas. No te fijes.

Ella tomó una pistola Smith & Wesson que se encontraba en una mesa de la sala y amenazó con suicidarse. Moisés intentó detenerla y entonces ella dejó de apuntar a su propia cabeza y dirigió el arma hacia el cuerpo de su marido, disparando hasta vaciar la carga. Al ver el cuerpo inerte de Moisés, pidió auxilio mientras rezaba para que no se muriera. ¿Qué he hecho? Te amo. No te mueras.

María Teresa Landa fue detenida y llevada a juicio. No se recuerda en México un juicio que haya despertado el interés, la atención y la pasión popular como este, señala De la Barreda. Unas seis mil personas de todas las clases sociales se hacían presentes en el Palacio Penal de Belén, donde se realizaron las audiencias. Muchos ciudadanos, tal vez millones, seguían el desarrollo del juicio por la radio. El juicio de Miss México era un espectáculo que nadie quería perderse.

El autor reconstruye paso a paso el desarrollo del juicio, su dramatismo, las intervenciones del fiscal, de su abogado defensor, de los testigos y de la propia acusada. Las exclamaciones del público y las posturas a favor y en contra que se manifestaban en la prensa nacional son descritas con detalle. Los juicios de aquella época, señala De la Barreda, estaban cargados de una dramatización espectacular, porque eran juicios orales que el público podía presenciar y el que decidía el veredicto ere un jurado popular, cuyos integrantes no siempre escuchaban razonamientos lógicos o jurídicos, sino que atendían, sobre todo, a la eficacia de la oratoria, a los toques sentimentales, a las gesticulaciones y a la simpatía o antipatía de los participantes.

El fiscal intentaba sembrar la idea en el jurado de que María Teresa Landa era una persona inmoral, que había matado con premeditación y alevosía. Incluso, que había asesinado por la espalda. Hacía énfasis en su disposición a “exhibirse desnuda” en los concursos de belleza y a una supuesta conducta sexual libertina y lujuriosa.

El abogado defensor centraba su argumentación en la defensa de su honor, contra la persona que había destruido sus ilusiones. Tocar la fibra sentimental de los ciudadanos comunes, representados en ese jurado popular. Incluso, el defensor llegó a retar al jurado, caminando en la cuerda floja de la argumentación, diciendo que, si su defendida fuera juzgada de acuerdo con la interpretación estricta de la ley, no cabría la menor duda de que tendría que ser condenada. Sin embargo, el deshonor que había sufrido era, sin duda, un atenuante que el jurado debía considerar.

El primero de diciembre de 1929, el jurado popular, por unanimidad, declaró absuelta a María Teresa Landa. Después del veredicto, la polémica continuó en la prensa.

Con este juicio, convertido en espectáculo nacional, el jurado popular en México celebró su última sesión en la historia del país, porque al año siguiente, en 1930, entraba en vigor el nuevo código de procedimientos penales, donde este tipo de jurado quedaba borrado del mapa judicial.

En 2025 se iniciará un nuevo ciclo en la justicia mexicana; en adelante, es muy probable que con la elección de los jueces la interpretación de la ley esté regida por un sesgo partidista, progobiernista e ideológico.

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