Opinión

De cuando Estados Unidos quiso invadir a México por segunda ocasión

James Buchanan, décimo quinto presidente de los Estados Unidos de 1857 a 1861

El 19 de julio de 1859, cuando México se enfrascaba en la Guerra de los Tres años que confrontó a conversadores y liberales, el presidente de los Estados Unidos, James Buchanan, propuso invadir a México en un mensaje dirigido al Congreso en Washington:

Recomiendo al Congreso aprobar una Ley que autorice al presidente […] emplear una fuerza militar suficiente con el fin de entrar a México, a efecto de obtener una indemnización por los daños cometidos en el pasado y tener seguridades en el futuro. Me abstengo de formular cualquier sugerencia respecto a sí esa fuerza debe integrarse por tropas regulares o por tropas voluntarias, o bien por ambas. […] Sólo me concretaría a observar que, si se prefirieren las tropas voluntarias, esas fuerzas podrían con facilidad reunirse en Estados Unidos entre quienes simpaticen con los sufrimientos de nuestros desafortunados conciudadanos que se encuentran en México y con la infeliz condición que prevalece en esa República. Ello permitiría a las fuerzas del gobierno constitucional de Estados Unidos tomar posesión en breve lapso de la ciudad de México y extender su poder sobre toda la República.

Si así obramos, no existe razón para dudar de que serían satisfechas las justas reclamaciones de nuestros ciudadanos y de que se obtendría una recompensa adecuada por los daños que se les infringieron. El gobierno de Estados Unidos siempre ha manifestado su vigoroso deseo de hacernos justicia […].

El ejercicio del poder de los Estados Unidos en aquel país para corregir los errores, y proteger los derechos de nuestros conciudadanos es lo menos que debemos desear, por razón de que la ayuda eficiente y necesaria puede, de este modo, dar por resultado al mismo tiempo el restablecimiento de la paz y del orden en México mismo.El pueblo de los Estados Unidos debe tener un interés profundo y ardiente en la realización de este resultado.

México debe ser una república rica, próspera y poderosa. Posee un territorio extenso, un suelo fértil y un depósito considerable de riqueza mineral. Ocupa una posición importante entre el golfo y el océano para rutas de tránsito y para el comercio.

¿Es posible que un país como éste pueda estar entregado a la anarquía y a la ruina sin un esfuerzo por parte de alguna vecindad por libertad y seguridad? ¿Permanecerán las naciones comerciales del mundo, que tienen tantos intereses conectados con él, enteramente indiferentes a un resultado semejante?

Se trataba de una medida espectacular y un golpe de audacia que buscaba ganar popularidad ante la cercanía de las elecciones presidenciales, en las que el demócrata Buchanan buscaba reelegirse. Un año después, perdería la contienda a manos de un republicano que pasaría a la historia con mejor fortuna: el abolicionista de la esclavitud y luminaria del panteón cívico estadounidense: Abraham Lincoln.

La historia, como espejo de nuestro presente, refleja en este discurso febril un notable parecido con las nuevas amenazas contra México expresadas Donald Trump. Ya lo sabemos, hemos sido a lo largo de la historia botín de los discursos políticos estadunidenses en la víspera de sus elecciones presidenciales. Buchanan sabía que su país se encontraba al borde la guerra de secesión y, por lo tanto, que una invasión patriótica a México distraería la atención pública y lo convertiría en el gran héroe defensor de la causa americana, tras haber logrado la ansiada y endeble unidad nacional, amenazada por un enemigo externo. Sabía, además, que aquél era un momento propicio para invadir a México, debilitado y sumido en su propia guerra civil.

El discurso de Buchanan en el Congreso encontró por fortuna voces opositoras. Destacadamente la del senador republicano por Connecticut, Lafayette Sabine Foster:

Debo decir que me veo obligado a diferir […]. En primer lugar, porque […] el momento actual es el más desafortunado de todos […] para [dar] los pasos recomendados por el presidente [y] recompensar los daños por los cuales nos quejamos. Según he leído, los perjuicios consisten en una negativa a satisfacer las reclamaciones de nuestro pueblo y el maltrato de que han sido víctimas los ciudadanos de EEUU dentro del territorio mexicano. No tengo la menor duda de que estos daños son enormes, […] pero si examinamos nuestro propio país […] encontraremos que [nuestros] ciudadanos sufrieron [aquí] perjuicios de características similares, […] igualmente atroces, [sin ser] acreedores de recompensa”.

[O acaso] la vida, la libertad, o la propiedad de un ciudadano norteamericano que vive dentro de los estados esclavistas, y que alienta opiniones [contrarias] a las de dichas sociedades en el asunto de la esclavitud, ¿Son más seguras que la vida, la libertad, o la propiedad de nuestros conciudadanos que se encuentran dentro de México?

Un hombre llamado Allerton, residente con su familia en el estado de Connecticut, me informó que se encontraba en uno de los estados del sur dedicado a asuntos legítimos, [cuando] fue arrestado por sospechas de estar implicado en algún movimiento abolicionista y enviado a prisión.

Menciona a continuación un caso similar de obrero en Carolina del sur que fue despojado de sus propiedades, acusado de abolicionista, “encarcelado, desnudando y azotado 39 veces en forma muy severa”, y remata:

Estos son sólo dos casos entre muchos, donde las ofensas personales se comparan con toda certeza a cualesquiera de las que haya hecho mención el presidente en relación a México. (…) Dos muestras de la forma en que son tratados los ciudadanos de Estados Unidos aquí.

Veamos nuestro territorio en Utah, que por cierto era mexicano y colonizado más tarde por fanáticos mormones. ¿Cuál es la condición de nuestros ciudadanos que se encuentran en este territorio, (…) cuyas opiniones y sentimientos no son compatibles con los de esa extraña población que lo habita […] ¿Ignoramos que los asesinatos más viles, no provocados e injustificables, se han cometido dentro del territorio de Utah

“[…] Cuando nuestros ciudadanos […] están sujetos a múltiples desmanes, y el gobierno descuida el cumplimiento de sus altas responsabilidades, me parece imposible que estemos de acuerdo con la solicitud del presidente. […] Sería mucho más correcto que EEUU en primer lugar pusiera el ejemplo de buen gobierno en casa; asumiera una actitud correcta tanto frente a sí mismo como frente a México y el mundo, antes de que saliéramos a reformar gobiernos que cumplen con sus obligaciones, al menos tan bien como nosotros cumplimos las nuestras. Me parece prematuro, y excesivamente fuera de tiempo, intentar corregir males en el extranjero. Corrijamos primero los males en casa. Además, la solicitud, viola por entero un bien reconocido principio del derecho internacional: no tenemos derecho a interferir en los asuntos de México ni de ninguna otra nación. Dejemos que cada nación se cuide por sí misma”.

Con pasajes como éste, sepultados en los sótanos de la desmemoria, resulta difícil darle la espalda a la noción de la historia como la Magistra vitae, la maestra de vida que concibió Cicerón dos milenios atrás.

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