Opinión

El tecno imperialismo y Donald Trump

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Estados Unidos Donald Trump y su aliado Elon Musk

Llegó la oligarquía de Silicon Valley al poder. Esa es quizá la variable más inquietante ante la asunción de Donald Trump. Ya no solo está acompañado de los ideólogos de la nueva derecha, la que activa las frustraciones sociales y expande la división, sino de una pléyade más amplia.

Cecile Prieur lo califica como el tecno imperialismo. A ello es a lo que se tendrá que hacer frente.

Es la convergencia del nacional populismo, los que dudan del cambio climático, los que se nutren de la teoría de la conspiración y los barones de los negocios, quienes tendrán grandes afluentes de navegación ahora que la moderación en las redes sociales es cosa del pasado y donde las estrategias para colocar información maliciosa estarán a la orden del día.

En ese cuadrante, Elon Musk jugará, ya está jugando, un papel relevante que se percibe en los apoyos a corrientes de ultraderecha en Europa.

Hace uno años, en 2020, Giuliano da Empoli escribió “Los ingenieros del caos”, un ensayo donde ya se mostraban las perniciosas ingenierías que ayudaron al Brexit en Inglaterra, o a la llegada de personajes que se construyeron a base de algoritmos, de estratagemas, y de toda una construcción de realidades alternas.

Es natural que el enfoque y las preocupaciones graviten en torno a los amagues de Trump sobre Groenlandia y Panamá, a las más que sombrías perspectiva en Ucrania o al daño que generarán los apremios sobre las personas migrantes, pero lo que se avecina es todavía más grave.

Es un panorama difícil, sobre todo para los socios más directos de Estados Unidos y no se diga para los países con los que hace frontera.

Lo es aún más, porque las perspectivas sobre la democracia no son nada halagüeñas. Como suele ocurrir, todo se acomodó para que la culminación de lo que fue un movimiento soterrado pero consistente, emergiera cuando mayor debilidad existe en lo que fueron pilares de las sociedades occidentales: la libertad y el Estado de Derecho, componentes esenciales de cualquier sistema democrático.

Trump ya no es la excentricidad de hace ocho años, ahora es el refrendo masivo de quienes no vieron en la democracia el referente para solucionar sus problemas.

En 2017 parecía correcto el sostener que se trataba de un accidente de la historia, de un escape a las diversas presiones que condensaban a la sociedad en Estados Unidos.

Pero en el arranque del 2024 todo luce distinto, porque muchas de las resistencias del pasado ya no existen. Esto es evidente en la conformación política e inclusive en la jurídica, por lo que respecta a la Suprema Corte, pero también en los propietarios de los grandes medios de comunicación que no quieren otros cuatro años de ataques.

¿Es una rendición total del liberalismo? No lo sabemos, pero si es diagnóstico que remite a una enfermedad más profunda, la del desapego de los partidos y sus rutinas, la del hartazgo ante la soberbia y la corrupción de lo que era percibido como una casta.

Lo es también en lo que respecta a visiones intelectuales que no se ocuparon de persuadir y que trataron de imponer una lógica discursiva que ahora está desfondada.

Nada nuevo, se dirá, porque la razón nunca fue suficiente para impedir la seducción de las utopías y propuestas más disparatadas.

Un cambio de época, al que habrá que darle sentido, y en el que las fuerzas democráticas tienen la obligación de intentar el retorno.

Llegó Trump a la Casa Blanca y por segunda vez, a pesar de haber alentado una revuelta contra el sistema que ahora lo encumbra.

Todo ello nos da pistas de dónde estamos y de lo que hay que esperar, inclusive en lo inmediato.

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